Quiero agradecerle a Hillary Clinton, quien ha viajado tanto en los últimos seis meses, que está por alcanzar un nuevo hito: un millón de millas recorridas. Cuento con Hillary todos los días y considero que pasará a la historia como uno de los mejores secretarios de Estado de nuestro país.
El Departamento de Estado es un lugar adecuado para conmemorar un nuevo capítulo en la diplomacia estadounidense. Durante seis meses, hemos sido testigos de un cambio extraordinario en el Oriente Medio y África del Norte. Plaza por plaza, ciudad por ciudad, país por país, el pueblo ha salido a las calles para exigir sus derechos humanos básicos. Dos líderes han dejado el poder. Es posible que los sigan otros. Y aunque estos países estén muy lejos de nuestras costas, sabemos que nuestro propio futuro está vinculado al de esta región por las fuerzas de la economía y la seguridad; la historia y la religión.
Hoy me gustaría hablar sobre este cambio: las fuerzas que lo impulsan y las maneras en que podemos responder de una manera que promueva nuestros valores y aumente nuestra seguridad. Ya hemos hecho mucho para modificar nuestra política exterior tras una década definida por dos costosos conflictos. Tras años de guerra en Irak, 100,000 soldados estadounidenses han retornado, y hemos concluido nuestra misión de combate ahí. En Afganistán, hemos interrumpido el avance del Talibán y en julio comenzaremos a traer a nuestras tropas de regreso y continuar haciendo la transición a liderazgo afgano. Tras años de guerra contra Al Qaida y sus afiliados, le hemos asestado un gran golpe a Al Qaida al eliminar a su líder, Osama bin Laden.
Bin Laden no fue ningún mártir. Fue un asesino en masa que ofrecía un mensaje de odio: insistía en que los musulmanes tenían que tomar armas contra Occidente y que la violencia contra hombres, mujeres y niños era la única vía al cambio. Rechazaba la democracia y los derechos individuales de los musulmanes, en favor del extremismo violento. Su plan se centraba en lo que podía destruir; no en lo que podía construir.
Bin Laden y su visión asesina lograron algunos partidarios. Pero incluso antes de su muerte, Al Qaida ya estaba perdiendo la carrera por relevancia, ya que una mayoría abrumadora vio que la matanza de inocentes no respondía a su clamor por una vida mejor. Cuando encontramos a bin Laden, el plan de Al Qaida ya era considerado por la gran mayoría de la región como un callejón sin salida, y los pobladores del Oriente Medio y África del Norte habían tomado su futuro en sus propias manos.
Esta historia de autodeterminación se inició hace seis meses en Túnez. El 17 diciembre, un joven vendedor llamado Mohammed Bouazizi quedó desolado cuando un policía confiscó su carreta. No fue algo inusual. Es el mismo tipo de humillación que tiene lugar todos los días en muchas regiones del mundo: la implacable tiranía de los gobiernos que les niegan la dignidad a sus ciudadanos.
Pero esta vez, sucedió algo distinto. Después de que los funcionarios locales se rehusaron a oír su queja, este joven que nunca había participado activamente en la política acudió a la sede del gobierno provincial, se empapó de combustible y se prendió fuego.
A veces, en el curso de la historia, los actos de ciudadanos comunes y corrientes inician movimientos a favor del cambio porque responden a un anhelo de libertad que se lleva acumulando durante años. En Estados Unidos, piensen en el desafío de los patriotas en Boston que se rehusaron a pagarle impuestos a un rey, o en la dignidad de Rosa Parks, quien se sentó valientemente en su asiento. Lo mismo sucedió en Túnez, cuando el acto desesperado del vendedor encontró eco en la frustración sentida por todo el país. Salieron a las calles cientos de manifestantes, luego miles. Y ante las porras y a veces balas, se rehusaron a irse a casa, día tras día, semana tras semana, hasta que un dictador de más de dos décadas finalmente abandonó el poder.
La historia de esta revolución y de las que le siguieron no debe ser ninguna sorpresa. Los países del Oriente Medio y África del Norte obtuvieron su independencia hace mucho tiempo, pero en demasiados lugares, el pueblo siguió oprimido. En demasiados países, el poder se concentró en manos de unos pocos. En demasiados países, un ciudadano como el joven vendedor no tiene a quién acudir, no tiene un poder judicial honrado que escuche su caso; ni una prensa independiente que le dé voz; ni un partido político digno de crédito que represente sus opiniones; ni elecciones libres e imparciales en las que puede elegir a su gobernante.
Esta falta de autodeterminación –la oportunidad de hacer lo que uno desea de su vida–también se aplica a la economía de la región. Sí, algunos países tienen la suerte de contar con la riqueza del gas y petróleo, y eso ha resultado en focos de prosperidad. Pero en una economía internacional basada en los conocimientos y la innovación, ninguna estrategia para el desarrollo se puede basar exclusivamente en lo que se extrae del suelo, y la gente no puede alcanzar su potencial cuando no se puede abrir un negocio sin tener que pagar sobornos.
Ante estos desafíos, muchos líderes en la región trataron de reorientar los reclamos de sus pueblos hacia otros países. Se culpó a Occidente de ser la raíz de todos los problemas, medio siglo después del fin del colonialismo. El antagonismo hacia Israel se convirtió en la única válvula aceptable de expresión política. Las divisiones de tribu, origen étnico y secta religiosa fueron un instrumento en las manipulaciones para aferrarse al poder o privar a otros de él.
Pero los acontecimientos de los últimos seis meses muestran que las estrategias de represión y distracción ya no funcionan. La televisión por satélite y el Internet ofrecen una ventana a un mundo más extenso, un mundo de progreso asombroso en lugares como la India, Indonesia y Brasil. Los teléfonos celulares y las redes sociales permiten que los jóvenes se conecten y organicen como nunca antes. Ha surgido una nueva generación, y sus voces nos dicen que no se puede negar el cambio.
En El Cairo, oímos la voz de una madre joven que dijo, “Es como si por fin pudiera respirar aire fresco por primera vez”.
En Sanaa, oímos estudiantes vitorear, “La noche debe llegar a su fin”.
En Bengasi, oímos a un ingeniero decir, “Nuestras palabras ahora son libres. Es una sensación que no es posible explicar”.
En Damasco, escuchamos a un joven afirmar, “Después del primer grito, el primer clamor, sientes dignidad”.
Esos gritos de dignidad humana se están escuchando en toda la región. Y por medio de la fuerza moral de la no violencia, los pueblos de la región han logrado más cambios en seis meses de los que los terroristas lograron en décadas.
Por supuesto que el cambio de esta magnitud no es fácil. En nuestros tiempos –una era de ciclos noticiosos de 24 horas y comunicación constante– la gente espera que la trasformación de la región se resuelva en cuestión de semanas. Pero pasarán años antes del final de esta historia. Mientras tanto, habrá días buenos y días malos. En algunos lugares, los cambios serán rápidos; en otros, graduales. Y como hemos visto, llamados al cambio dan lugar a contiendas feroces por el poder.
La cuestión ante nosotros es qué papel desempeñará Estados Unidos a medida que esta historia se desenvuelve. Durante décadas, Estados Unidos ha ido en pos de un conjunto de intereses básicos en la región: combatir el terrorismo y detener la propagación de armas nucleares; asegurar el libre flujo de comercio y salvaguardar la seguridad de la región; defender la seguridad de Israel y procurar la paz entre árabes e israelíes.
Continuaremos haciendo esas cosas, con la firme convicción de que los intereses de Estados Unidos no son hostiles a las esperanzas de los pueblos; son esenciales para ellas. Consideramos que nadie se beneficia de una carrera de armas nucleares en la región ni de los ataques brutales de Al Qaida. Los pueblos de todo el mundo, incluidos los de la región, verían la paralización de su economía si se interrumpiera el suministro de energía. Como fue el caso en la Guerra del Golfo, no toleraremos la agresión a través de fronteras. Cumpliremos con nuestras promesas a amigos y aliados.
Sin embargo, debemos reconocer que una estrategia basada exclusivamente en la búsqueda exclusiva de estos intereses no llenará estómagos vacíos ni permitirá que la gente se exprese libremente. Es más, si no se respaldan las aspiraciones más extensas de la gente promedio, se alimentarán las sospechas que pululan desde hace años de que Estados Unidos va en pos de sus propios intereses a costa de los intereses de los demás. Ya que esta desconfianza es mutua –pues a los estadounidenses nos ha afectado la toma de rehenes, retórica violenta y ataques terroristas que han matado a miles de nuestros ciudadanos– una falta de cambio en nuestra estrategia amenaza con una espiral cada vez más profunda de divisiones entre Estados Unidos y comunidades musulmanas.
Por eso, hace dos años en El Cairo, comencé a aumentar nuestra participación en base a intereses mutuos y respeto mutuo. Pensaba entonces –y sigo pensándolo– que no solo está en juego la estabilidad de las naciones sino también la autodeterminación de las personas. El status quo no es sostenible. Las sociedades unidas por el temor y la represión quizá ofrezcan la ilusión de estabilidad por un tiempo, pero están construidas sobre fallas estructurales que, tarde o temprano, llevarán al colapso.
Por lo tanto, enfrentamos una oportunidad histórica. Hemos aprovechado la oportunidad para mostrar que Estados Unidos valora la dignidad del vendedor callejero de Túnez más que la fuerza bruta del dictador. No debe caber la menor duda de que Estados Unidos de América acoge el cambio que promueve la autodeterminación y las oportunidades. Sí, ciertos peligros acompañarán esta coyuntura que tanto promete. Pero tras aceptar por décadas las cosas como son en la región, tenemos la oportunidad de ir en pos del mundo como debe ser.
Al hacerlo, debemos proceder con humildad. No fue Estados Unidos el que motivó a la gente a salir a las calles de Túnez y El Cairo; fue la gente misma la que inició estos movimientos y debe determinar su desenlace. No todo país seguirá nuestro estilo particular de democracia representativa, y habrá momentos en los cuales nuestros intereses a corto plazo no estarán alineados perfectamente con nuestra visión a largo plazo de la región. Pero podemos pronunciarnos –y así lo haremos– por un conjunto básico de principios que han guiado nuestra respuesta a los sucesos en los últimos seis meses:
Estados Unidos se opone al uso de violencia y represión contra los pobladores de la región.
Apoyamos un conjunto de derechos universales. Entre esos derechos se encuentran la libertad de expresión; la libertad de asamblea pacífica; la libertad de culto; la igualdad para hombres y mujeres ante la ley, y el derecho a escoger a los propios gobernantes, ya sea en Bagdad o Damasco, Saná o Teherán.
Y finalmente, apoyamos la reforma política y económica en el Oriente Medio y África del Norte que puede satisfacer las aspiraciones legítimas de la gente promedio en toda la región.
Nuestro respaldo de estos principios no es un interés secundario; hoy manifiesto claramente que es una prioridad primordial que debe traducirse en medidas concretas y respaldadas por todas las herramientas diplomáticas, económicas y estratégicas a nuestro alcance
Permítanme ser específico. En primer lugar, será política de Estados Unidos promover la reforma en toda la región y apoyar transiciones hacia la democracia.
Ese esfuerzo se inicia en Egipto y Túnez, donde hay mucho en juego, ya que Túnez estuvo a la vanguardia de esta ola democrática, y Egipto es aliado nuestro desde hace mucho tiempo y es el país más grande del mundo árabe. Ambos países pueden sentar un excelente ejemplo con elecciones libres e imparciales, una sociedad dinámica e instituciones democráticas eficaces y capaces de rendir cuentas, y liderazgo regional responsable. Pero nuestro respaldo también debe extenderse a los países donde aún no se han producido transiciones.
Desafortunadamente, en demasiados países, se ha respondido con violencia a los llamados al cambio. El ejemplo más extremo es Libia, donde Muamar Gadafi lanzó una guerra contra su propio pueblo, con la promesa de perseguirlos como ratas. Como dije cuando Estados Unidos se unió a una coalición internacional de intervención, no podemos impedir todas las injusticias que un régimen perpetra contra su pueblo, y la experiencia en Irak nos ha enseñado cuán costoso y difícil es imponer un cambio de régimen por la fuerza, a pesar de todas las buenas intenciones.
Pero en Libia, vimos la inminencia de una masacre, teníamos un mandato para actuar y escuchamos el llamado de ayuda del pueblo libio. Si no hubiésemos hecho algo al respecto, junto con nuestros aliados de la OTAN y la coalición regional, miles habrían muerto. El mensaje habría sido claro: retengan el poder matando a toda la gente que sea necesario. Ahora, el tiempo está en contra de Gadafi. No tiene control de su país. La oposición ha organizado un Consejo Interino legítimo y fidedigno. Y cuando Gadafi parta o lo depongan a la fuerza, décadas de provocación llegarán a su fin, y podrá empezar la transición a una Libia más democrática.
Aunque Libia ha enfrentado un alto nivel de violencia, no ha sido el único lugar donde los líderes han recurrido a la represión para permanecer en el poder. Recientemente, el régimen sirio escogió la vía del asesinato y el arresto en masa de sus ciudadanos. Estados Unidos ha condenado estos actos y, en colaboración con la comunidad internacional, hemos incrementado las sanciones contra el régimen sirio, incluidas las sanciones anunciadas ayer contra el Presidente Assad y aquellos a su alrededor.
El pueblo sirio ha demostrado su valentía al exigir una transición a la democracia. El Presidente Assad ahora tiene una opción: puede dirigir esta transición o puede dejar el camino libre. El gobierno sirio debe dejar de disparar contra los manifestantes y debe permitir protestas pacíficas; poner en libertad a presos políticos y dejar de realizar arrestos injustos; darles acceso a los observadores de derechos humanos a ciudades como Dara y dar inicio a un diálogo serio para promover una transición democrática. De lo contrario, el Presidente Assad y su régimen continuarán enfrentándose a la oposición en el interior y seguirán aislados en el exterior.
Hasta ahora, Siria ha seguido a su aliado, Irán, y solicitado asistencia de Teherán en tácticas de represión. Esto es evidencia de la hipocresía del régimen de Irán, que dice defender los derechos de manifestantes en el extranjero, pero toma represalias contra su pueblo dentro del país. Recordemos que las primeras manifestaciones pacíficas fueron en las calles de Teherán, donde el gobierno trató brutalmente a hombres y mujeres, y arrestó a gente inocente. Aún escuchamos el eco de consignas desde las azoteas de Teherán. La imagen de una mujer joven muriendo en la calle permanece en nuestras memorias. Y continuaremos insistiendo en que el pueblo iraní merece el respeto de sus derechos universales y un gobierno que no ahogue las aspiraciones de su gente.
Se conoce bien nuestra oposición a la intolerancia de Irán, como también a su programa nuclear ilícito y a su apoyo al terrorismo. Pero si Estados Unidos ha de ser digno de confianza, debemos reconocer que no todos nuestros amigos en la región han reaccionado a las exigencias de cambio según los principios que he descrito hoy. Ese fue el caso en Yemen, donde el Presidente Saleh debe cumplir con su promesa de transferir el poder. Y ese también es el caso ahora en Bahrein.
Bahrein es nuestro aliado desde hace tiempo y nos hemos comprometido con su seguridad. Reconocemos que Irán ha tratado de aprovecharse de los disturbios allí y que el gobierno de Bahrein tiene un interés legítimo en el estado de derecho. Sin embargo, hemos insistido pública y privadamente en que los arrestos en masa y la fuerza bruta van en contra de los derechos universales de los ciudadanos de Bahrein, y no harán que desaparezcan los llamados legítimos a la reforma. El único camino a seguir es que el gobierno y la oposición participen en un diálogo, y no es posible tener un verdadero diálogo cuando partes de la oposición pacífica están en la cárcel. El gobierno debe crear las condiciones para el diálogo, y la oposición debe participar en forjar un futuro justo para todos los bahreiníes.
Por cierto, una de las lecciones de más alcance que podemos aprender de este período es que las divisiones sectarias no necesariamente deben llevar al conflicto. En Irak vemos la promesa de una democracia de orígenes étnicos y sectas múltiples. Allí, el pueblo iraquí ha rechazado los peligros de la violencia política a favor de un proceso democrático, incluso mientras asume plena responsabilidad de su propia seguridad. Como todas las democracias emergentes, enfrentarán reveses. Pero Irak está listo para desempeñar una función clave en la región si continúa su progreso pacífico. Y cuando lo haga, será un orgullo para nosotros acompañarlo como firme aliado.
Entonces, en los próximos meses, Estados Unidos debe usar toda su influencia para fomentar las reformas en la región. Incluso mientras reconocemos que cada país es diferente, debemos pronunciarnos con franqueza sobre los principios en los que creemos, tanto con amigos como enemigos. Nuestro mensaje es simple: si asumen los riesgos que conlleva la reforma, contarán con el pleno respaldo de Estados Unidos. También debemos intensificar nuestros esfuerzos para ampliar nuestras relaciones más allá de las élites, para que podamos comunicarnos con las personas que forjarán el futuro, particularmente los jóvenes.
Continuaremos cumpliendo con las promesas que hice en El Cairo: crear redes de empresarios y aumentar los intercambios educativos; promover la cooperación en ciencias y tecnología, y combatir las enfermedades. En toda la región, nuestra intención es prestar ayuda a la sociedad, incluidos quienes no cuenten con aprobación oficial y quienes digan verdades que incomoden. Además, usaremos la tecnología para conectarnos con el pueblo y escuchar su voz.
De hecho, la verdadera reforma no se producirá tan solo en las urnas. Por medio de nuestros esfuerzos, debemos apoyar los derechos básicos de libre expresión y acceso a la información. Respaldaremos el libre acceso al Internet y el derecho de los periodistas a ser oídos, sean de una gran entidad noticiosa o un blogger. En el siglo XXI, la información es poder; no es posible esconder la verdad, y a fin de cuentas, la legitimidad de los gobiernos dependerá de ciudadanos activos e informados.
Ese diálogo abierto es importante incluso si lo que se dice no encaja en nuestra visión del mundo. Estados Unidos respeta el derecho de ser escuchadas de todas las voces pacíficas y respetuosas de la ley, incluso si no estamos de acuerdo con ellas. Estamos deseosos de trabajar con todos los que se comprometen con una democracia genuina que no excluya a nadie. A lo que sí nos opondremos será a cualquier intento por cualquier grupo de restringir los derechos de otros y de aferrarse al poder por medio de la coerción en vez del consentimiento. Pues la democracia no se basa solo en elecciones, sino en instituciones sólidas y responsables, y el respeto de los derechos de las minorías.
Esa tolerancia es de particular importancia con respecto a la libertad de culto. En la plaza Tahrir, oímos a egipcios de todas las esferas vitorear, “Musulmanes, cristianos, somos uno”. Estados Unidos se esforzará para que ese espíritu prevalezca, se respeten todas las religiones y se tiendan puentes entre ellas. En una región que es la cuna de tres religiones mundiales, la intolerancia solo puede causar sufrimiento y estancamiento. Y para que esta temporada de cambio tenga éxito, los cristianos coptos deben tener el derecho de practicar su religión libremente en El Cairo y nunca se deben destruir mezquitas chiítas en Bahrein.
Y este respeto para las minorías religiosas también debe extenderse a los derechos de la mujer. La historia prueba que los países son más prósperos y pacíficos cuando se otorga poder a las mujeres. Por eso continuaremos insistiendo en que los derechos universales se apliquen tanto a mujeres como a hombres, al asignar ayuda a la salud infantil y materna; ayudar a las mujeres a enseñar o abrir negocios, y respaldar el derecho de la mujer de tener voz y voto, y de postularse a cargos políticos. Porque la región nunca alcanzará su pleno potencial si no se permite que la mitad de su población alcance su potencial.
Y mientras promovemos la reforma política y los derechos humanos en la región, nuestros esfuerzos no pueden detenerse allí. Entonces, la segunda manera en que debemos respaldar los cambios positivos en la región es por medio de nuestros esfuerzos por promover el desarrollo económico de los países que realizan la transición a la democracia.
Al fin y al cabo, no fue solo la política lo que hizo que los manifestantes se volcaran a las calles. Lo decisivo para muchos es la incesante preocupación de alimentar y mantener a su familia. Demasiados en la región se despiertan cada día con mínimas expectativas, aparte de subsistir ese día y quizá la esperanza de que les cambie la suerte. En toda la región hay muchos jóvenes con una sólida educación, pero en una economía cerrada, no pueden encontrar trabajo. A los empresarios les sobran las ideas, pero la corrupción hace que no puedan beneficiarse de ellas.
El mayor recurso sin aprovechar en el Oriente Medio y el Norte de África es el talento de sus pobladores. En las protestas recientes, vemos desplegado ese talento, cuando la gente hace uso de la tecnología para conmover al mundo. No es coincidencia que uno de los líderes de la plaza Tahrir haya sido un ejecutivo de Google. Ahora es necesario canalizar esa energía, en un país tras otro, para que el crecimiento económico pueda hacer que se materialicen los logros de la calle. Así como la falta de oportunidades individuales suscita revoluciones democráticas, la expansión del crecimiento y la prosperidad amplia suscita transiciones democráticas exitosas.
De los sucesos mundiales, hemos aprendido que es importante enfocarse en el comercio y no solo en ayuda; en inversión y no solo en asistencia. El objetivo debe ser un modelo en que el proteccionismo da lugar a la apertura; en que unos pocos pasan las riendas del comercio a numerosas manos, y en que la economía genera empleos para los jóvenes. Por lo tanto, las bases del respaldo de Estados Unidos a la democracia serán asegurar la estabilidad financiera; promover la reforma, e integrar mercados competitivos unos con los otros, y con la economía internacional, comenzando con Túnez y Egipto.
En primer lugar le hemos pedido al Banco Mundial y al Fondo Monetario Internacional que presenten un plan en la cumbre de los G-8 la próxima semana sobre lo necesario para estabilizar y modernizar la economía de Túnez y Egipto. Juntos debemos ayudarlos a recuperarse de las perturbaciones de su levantamiento democrático y apoyar a los gobiernos que se elegirán más adelante este año. También estamos instando a otros países a que ayuden a Egipto y Túnez a atender sus necesidades financieras a corto plazo.
En segundo lugar, no queremos que un Egipto democrático se vea abrumado por las deudas de su pasado. Por lo tanto, aliviaremos a un Egipto democrático de hasta $1,000 millones en deudas y trabajaremos con nuestros aliados egipcios para impartir estos recursos a fin de promover el crecimiento y la capacidad empresarial. Ayudaremos a Egipto a recuperar el acceso al mercado al garantizar $1,000 millones en préstamos necesarios para financiar infraestructura y generar empleos. Y ayudaremos a los nuevos gobiernos democráticos a recuperar activos robados.
En tercer lugar, estamos trabajando con el Congreso para crear Fondos Empresariales a fin de invertir en Túnez y Egipto. Estos tendrán como modelo los fondos que apoyaron las transiciones en Europa Oriental tras la caída del Muro de Berlín. La Corporación para la Inversión Privada en el Extranjero (Overseas Private Investment Corporation u OPIC) abrirá dentro de poco una operación de $2,000 millones para respaldar la inversión privada en toda la región. Y trabajaremos con nuestros aliados para reenfocar el Banco Europeo para la Reconstrucción y Desarrollo (European Bank for Reconstruction and Development), a fin de que proporcione el mismo apoyo que le brindó a Europa a transiciones democráticas y modernización económica en el Oriente Medio y el África del Norte.
En cuarto lugar, Estados Unidos lanzará un Programa de Sociedades para el Comercio y la Inversión (Trade and Investment Partnership Initiative), un programa integral para el Oriente Medio y el África del Norte. Si excluimos las exportaciones de petróleo, esta región de más de 400 millones de habitantes exporta aproximadamente la misma cantidad que Suiza. Así que trabajaremos con la Unión Europea para facilitar el comercio dentro de la región, ampliar los actuales acuerdos para promover la integración con los mercados de Estados Unidos y Europa, y abrir la puerta a los países que adoptan altos estándares de reforma y liberalización comercial con el fin de forjar un acuerdo regional de comercio. Al igual que la afiliación a la Unión Europea sirvió de incentivo para la reforma en Europa, la visión de una economía moderna y próspera será un poderoso aliciente para la reforma en el Oriente Medio y el África del Norte.
La prosperidad también requiere derrumbar los muros que impiden el progreso: la corrupción de las élites que les roban a su propio pueblo; la burocracia que impide que una idea se convierta en una empresa; el nepotismo que distribuye la riqueza en base a la tribu o la secta. Ayudaremos a los gobiernos a cumplir con sus obligaciones internacionales e invertir en campañas para combatir la corrupción; trabajaremos con legisladores que desarrollan reformas y activistas que usan la tecnología para hacer que el gobierno rinda cuentas por sus actos.
Permítanme terminar con la mención de otra piedra angular de nuestra estrategia para la región que se relaciona con la búsqueda de la paz.
Por décadas, el conflicto entre los israelíes y los árabes se ha cernido como una sombra sobre la región. Para los israelíes, ha significado vivir con el temor de que sus hijos pudieran morir en la explosión de un autobús o en un ataque con cohetes en su propia casa, y el dolor de saber que a los otros niños en la región se les enseña a odiarlos. Para los palestinos, ha significado sufrir la humillación de la ocupación y nunca vivir en un país propio. Más aun, este conflicto ha tenido un costo mayúsculo en el Oriente Medio, ya que impide sociedades que podrían llevar mayor seguridad, prosperidad y capacitación a la gente promedio.
Mi gobierno ha trabajado con las partes interesadas y la comunidad internacional por más de dos años para acabar con este conflicto, pero nuestras expectativas no se han hecho realidad. Continúa la construcción de asentamientos israelíes. Los palestinos han abandonado las negociaciones. El mundo observa un conflicto que lleva décadas y lo ve como un estancamiento. De hecho, hay quienes dicen que con todos los cambios e incertidumbre en la región, simplemente no es posible lograr avances.
No estoy de acuerdo. En esta coyuntura en que los pueblos del Oriente Medio y África del Norte están desechando las cargas del pasado, esforzarse por una paz duradera que termine el conflicto y resuelva todas las reclamaciones es más urgente que nunca.
Para los palestinos, los esfuerzos por negarle la legitimidad a Israel terminarán en el fracaso. Los actos simbólicos para aislar a Israel ante las Naciones Unidas en septiembre no crearán un estado independiente. Los líderes palestinos no lograrán la paz o prosperidad si Hamas insiste en un camino de terror y rechazo. Y los palestinos nunca lograrán su independencia si niegan el derecho de Israel a existir.
En cuanto a Israel, nuestra amistad tiene sus raíces en nuestra historia y valores compartidos. Nustro compromiso con la seguridad de Israel es inquebrantable. Y nos mantendremos firmes ante los intentos de dirigir toda crítica hacia Israel en foros internacionales. Pero precisamente debido a nuestra amistad, es importante que digamos la verdad: el status quo no es sostenible, y por lo tanto Israel también debe ser audaz en sus acciones para avanzar una paz duradera.
De hecho, un número cada vez mayor de palestinos vive al oeste del río Jordán. La tecnología hará más difícil que Israel se defienda. Una región que experimenta un cambio profundo llevará a un populismo bajo el cual millones de personas, no solo algunos líderes, tendrán que creer que la paz es posible. La comunidad internacional está harta de un proceso interminable que nunca produce resultados. El sueño de un estado judío democrático no puede hacerse realidad mediante una ocupación permanente.
A fin de cuentas, les corresponde a los israelíes y a los palestinos actuar. No se les puede imponer la paz, y los problemas no desaparecen si la solución se posterga indefinidamente. Pero lo que Estados Unidos y la comunidad internacional pueden hacer es decir francamente lo que todos saben, una paz duradera requerirá dos estados para dos pueblos. Israel como estado judío y territorio del pueblo judío, y el estado de Palestina como territorio del pueblo palestino, con reconocimiento mutuo, autodeterminación en cada estado, y paz.
Si bien es necesario negociar los asuntos centrales del conflicto, el fundamento de esas negociaciones es claro: una Palestina viable y un Israel seguro. Estados Unidos cree que las negociaciones deben producir dos estados, un estado palestino con fronteras permanentes con Israel, Jordania y Egipto, y un estado israelí con fronteras permanentes con Palestina. Las fronteras entre Israel y Palestina deben basarse en las fronteras de 1967 con demarcaciones mutuamente acordadas, para que se establezcan fronteras reconocidas y seguras para ambos estados. El pueblo palestino debe tener el derecho a la autodeterminación y alcanzar su potencial como un estado soberano y contiguo.
En cuanto a la seguridad de Israel, todo estado tiene el derecho a defenderse, e Israel debe defenderse por sí misma de toda amenaza. Las cláusulas deben ser suficientemente estrictas para evitar el resurgimiento del terrorismo, detener la infiltración de armas y proporcionar eficaz control fronterizo. El retiro pleno y gradual de las tropas israelíes debe ser coordinado con la asunción por los palestinos de la responsabilidad de la seguridad en un estado soberano y desmilitarizado. La duración de este periodo de transición debe ser acordada y se debe poder demostrar la eficacia de las disposiciones de seguridad.
Estos principios proporcionan una base para las negociaciones. Los palestinos deben saber los contornos territoriales de su estado; los israelíes deben saber que se abordarán sus preocupaciones básicas respecto a la seguridad. Sé que estos pasos por sí solos no solucionarán este conflicto. Quedan dos asuntos que suscitan emociones profundas: el futuro de Jerusalén y de los refugiados palestinos. Pero avanzar ahora sobre las bases de territorio y seguridad proporcionará los cimientos para resolver esos dos asuntos de una manera justa e imparcial, y que respete los derechos y aspiraciones de israelíes y palestinos.
Reconocer que las negociaciones deben comenzar con los temas del territorio y la seguridad, no significa que será fácil retomar las negociaciones. En particular, el reciente anuncio de un acuerdo entre Fatah y Hamas lleva a una seria y legítima pregunta para Israel. Cómo puede uno negociar con alguien que se ha mostrado no estar dispuesto a reconocer su derecho de existir. En las semanas y los meses venideros, los líderes Palestinos tendrán que ofrecer respuestas creíbles a esas preguntas. Mientras tanto, los Estados Unidos, nuestros aliados del Cuarteto, y los países árabes tendrán que continuar todos los esfuerzos para poder superar el estancamiento actual.
Reconozco que será difícil lograrlo. La desconfianza y la hostilidad han pasado de generación en generación y a veces se han magnificado. Pero estoy convencido de que, en su mayoría, los israelíes y palestinos prefieren mirar hacia el futuro en lugar de quedarse atrapados en el pasado. Lo vemos en el espíritu del padre de un muchacho matado por Hamas, que ayudó a iniciar una organización que congregó a israelíes y palestinos que habían perdido a seres queridos. Dijo, “Gradualmente me di cuenta de que la única esperanza de poder progresar era reconocer el rostro del conflicto”. Y lo vemos en los actos de un palestino que perdió tres hijas en el bombardeo israelí en Gaza. Dijo: “Tengo el derecho de sentir ira. Mucha gente espera que sienta odio. Mi respuesta a ellos es que no odiaré… Tengamos esperanza para el mañana”.
Esa es la decisión que se debe tomar, no simplemente en este conflicto, sino en toda la región. Escoger entre el odio y la esperanza. Entre las cadenas del pasado, y la promesa del futuro. Es una decisión que deben tomar los líderes y los pueblos. Y es una decisión que definirá el futuro de una región que fue la cuna de la civilización y un crisol del conflicto.
A pesar de todos los retos por delante, tenemos muchas razones para tener esperanza. En Egipto, la vemos en los esfuerzos de los jóvenes que encabezaron las protestas. En Siria la vemos en quienes se enfrentan a las balas con valentía mientras cantan “en paz, en paz”. En Bengasi, una ciudad que ha sido amenazada varias veces con la destrucción, lo vemos en la plaza del tribunal, donde la gente se congrega para celebrar libertades de las que nunca antes habían gozado. En toda la región, esos derechos que tomamos por descontado, los reclaman con alegría quienes están haciendo que la mano de hierro finalmente se ablande.
Para el pueblo estadounidense, las escenas de insurgencia en la región tal vez sean motivo de preocupación, pero las fuerzas que las inspiran son familiares. Nuestra nación fue fundada tras rebelarnos contra un imperio. Nuestro pueblo luchó en una dolorosa guerra civil que extendió la libertad y dignidad a los esclavos. Y yo no estaría aquí si generaciones pasadas no hubieran recurrido a la fuerza moral de la no violencia como una manera de perfeccionar nuestro país, al organizarse, marchar y protestar juntas y pacíficamente para hacer realidad esas palabras de la declaración de nuestra independencia: “Consideramos evidentes estos principios. Que todos los hombres son creados iguales”.
Estas palabras deben guiar nuestra respuesta a los cambios que están trasformando el Oriente Medio y el África del Norte, palabras que nos dicen que la represión fracasa, que caen los tiranos y que todo hombre y mujer debe gozar de ciertos derechos inalienables. No será fácil. No hay camino directo al progreso, y los momentos de esperanza siempre están acompañados de periodos de dificultad. Pero Estados Unidos de Norteamérica se fundó en base al principio de que los pueblos deben gobernarse a sí mismos. Ahora no podemos dudar de defender firmemente a quienes están haciendo valer sus derechos, pues sabemos que su éxito traerá como consecuencia un mundo más pacífico, más estable y más justo.