El 10 de febrero, en un discurso pronunciado en Moscú, el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, destacó los recientes logros de la diplomacia en su país.
Rusia ha estado construyendo un mundo más seguro y libre, afirmó.
Según Lavrov, los esfuerzos diplomáticos de Moscú contribuyen a erradicar el neocolonialismo en todo el mundo, en colaboración con sus socios estratégicos: los BRICS (Brasil, Rusia, la India, China, Sudáfrica, a los que se han sumado Egipto, Etiopía, Indonesia, Irán y los Emiratos Árabes Unidos) y la OCS (Organización de Cooperación de Shanghái).
"Estas asociaciones (BRICS y OCS) incluyen a nuestros aliados y socios naturales, con quienes colaboramos para erradicar las prácticas modernas del neocolonialismo”, señaló el ministro ruso.
Sin embargo, esta afirmación es engañosa.
La declaración de Lavrov sobre el neocolonialismo resulta un intento de “camuflar” las propias políticas coloniales de Moscú, indicó a la VOA News Janusz Bugajski, miembro senior de la Fundación Jamestown en Washington DC.
Bugajski es un autor de renombre mundial que ha escrito extensamente sobre Rusia y Europa.
“Rusia sigue siendo la potencia neocolonial más depredadora que despoja a sus colonias de recursos y personas para alimentar sus conquistas imperiales”, dijo Bugajski.
La política de Rusia hacia las exrepúblicas soviéticas ejemplifica lo que define el Diccionario de Teoría Crítica de Oxford como neocolonialismo.
Desde Ucrania, Bielorrusia, Moldavia y Georgia hasta las naciones bálticas y los estados de Asia Central, Moscú mantiene el control a través de la dependencia económica, la influencia política, cultural y la presión militar, lo que refleja las estructuras de gobierno propias de la era colonial.
El presidente ruso, Vladimir Putin, ha afirmado que “Ucrania no existía como un estado separado y nunca había sido una nación”.
"Cuando Vladimir Putin niega la realidad del Estado ucraniano, está utilizando el lenguaje familiar del imperio". Esa “afirmación de que una nación no existe es la preparación retórica para destruirla”, escribió el historiador de la Universidad de Yale, Timothy Snyder, en The New Yorker después de la invasión rusa de Ucrania en 2022.
En Bielorrusia, Moscú ejerce un control significativo sobre la presidencia, lo que ha convertido al país en un estado satélite de Rusia, según académicos del Carnegie Endowment for International Peace, quienes califican las políticas rusas de “neoimperialismo”.
El Kremlin “busca anexionarse de facto a Bielorrusia” para crear “un gobierno federado dominado por Rusia”, ha dicho el Instituto para el Estudio de la Guerra.
Además, Rusia ejerce su influencia sobre Moldavia y Georgia al fomentar “enclaves separatistas” como Transnistria, Abjasia y Osetia del Sur, utilizándolos como herramienta contra su soberanía. Moscú ha recurrido a la corrupción política y a campañas agresivas de ingeniería social para desestabilizar estas naciones.
En los estados bálticos de Lituania, Letonia y Estonia, Rusia ha llevado a cabo ataques de desinformación, operaciones de piratería informática y campañas de ingeniería social a gran escala para socavar la democracia.
Un informe de seguridad lituano de marzo de 2024 destacó las campañas rusas para desestabilizar los estados bálticos, debilitar la confianza pública y perturbar las instituciones gubernamentales.
En Siria, Rusia apoyó al régimen de Bashar al-Assad, transformando el país en un centro estratégico de inteligencia y operaciones militares, alineado con sus propios intereses.
Las bases militares navales y aéreas rusas en Siria permitieron a Moscú expandir el comercio de armas y proyectar su poder en Oriente Medio.
En África, Rusia busca expandir su influencia y asegurar el acceso a recursos valiosos como oro, minerales de tierras raras y diamantes. Además, Moscú ha establecido una presencia militar y suministrado armas a los bandos en conflicto, aprovechando la inestabilidad regional.
En el Ártico, Rusia busca dominar la región y controlar sus recursos naturales mediante la militarización y las reclamaciones sobre territorios en disputa. Los expertos describen su comportamiento en el Ártico como neocolonial y orientado a afirmar su poder sobre territorios estratégicos.
En cuanto a la referencia de Lavrov a los “socios naturales” de Moscú y su lucha conjunta contra el neocolonialismo, esto también es engañoso.
Los BRICS se oponen formalmente al neocolonialismo y buscan contrarrestar el dominio financiero occidental, promoviendo la multipolaridad, el comercio en monedas locales y la reducción de la dependencia del dólar estadounidense.
No obstante, el bloque ha estado dominado por China, que representa el 70 % del PIB del grupo de países.
Las inversiones impulsadas por China en países en desarrollo de África y Asia explotan los recursos, incrementan la dependencia a través de la deuda y debilitan las culturas indígenas. Existe un consenso entre los analistas de que estas políticas de China tienen una naturaleza neocolonial.
La aspiración de China hacia Taiwán, una democracia funcionalmente independiente, “depende de la eliminación de una identidad (proto) nacional taiwanesa y posiblemente de la supresión de las personas que la reclaman”, escribió Catherine Lila Chou, académica de historia moderna, para The Historical Journal de la Universidad de Cambridge en julio de 2024. Ella y otros académicos han identificado la política de China hacia Taiwán como neocolonial.
Otro grupo multinacional mencionado por Lavrov, la Organización de Cooperación de Shanghái, es una alianza de seguridad liderada por China y Rusia que incluye a cuatro países de Asia Central. Su objetivo principal es expulsar a Occidente de Asia Central y reemplazarlo con potencias chinas y rusas. Para consolidar su control, Beijing y Moscú utilizan la OCS para respaldar a regímenes autoritarios y brindarles una plataforma internacional que legitime la represión interna.
[Este artículo fue originalmente publicado por Polygraph y traducido por Mila Cruz].
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