En la localidad de Iquitos, en la selva de Perú, Luis González-Polar dirige La Restinga, una organización dedicada a la protección de niños, niñas y adolescentes. De esta forma, tiene una propuesta alternativa para luchar contra el trabajo infantil: regularizarlo.
“La tendencia actual (de la legislación) tiene varios problemas, el primero de ellos es que convierte al niño en un infractor, cuando en realidad es la víctima. Ilegalizando el trabajo infantil los invisibiliza y los deja de lado”, explica Luis, quien se opone con esta visión a las ideas fuertes que promulgan las organizaciones internacionales, como la Organización Internacional del Trabajo (OIT), que no apoya esta idea.
Evitar una ley que regule el trabajo infantil hace que al niño se le explote laboralmente, argumenta González-Polar, quien defiende que ante la imposibilidad de erradicar el trabajo infantil con unos niveles altos de pobreza se debe garantizar que al menos realicen un trabajo adecuado para su edad y que les ofrezca protección ante los abusos y les dé tiempo para la educación y para el juego.
“Decir que el trabajo infantil es un absurdo, que es malo, es cuestionable”, reseña el director de la organización, que enseña talleres y oficios a jóvenes en situación de vulnerabilidad.
Luis considera que los sistemas de erradicación del trabajo infantil “se equivocan en el enfoque, y en lugar de protegerlos, los expone. Si tienen que trabajar, lo que se tiene es que garantizar sus derechos, no ilegalizarles”.
La OIT considera que la regularización del trabajo infantil sería un método que los gobiernos emplearían para controlar que los niños no se desvíen a la delincuencia o la drogadicción.
Sin embargo, la visión de La Restinga contrapone que un factor no determina el otro y que la labor del Estado no es controlar, sino proteger. “Si un niño no puede trabajar, qué quieren, ¿qué se muera? El Estado no tiene capacidad para protegerlos”.
González-Polar recuerda también que muchos niños emplean el dinero que obtienen de su trabajo como medio de pago de la escuela y continúan así con su educación.
Pero a falta de la protección de la que habla Luis, los niños deben enfrentar otros riesgos además del de la explotación, como el tráfico de menores. “La trata de niños con fines de explotación laboral o sexual es muy cotidiana”, señala Luis, en referencia al trabajo minero que realizan los niños en la minería ilegal del interior de la selva peruana.
La pobreza, que afecta al 45% de los niños y adolescentes peruanos (4,7 millones), según cifras de Unicef, dificulta que el fin del trabajo infantil esté cerca.