Nabila Hamada dio a luz a gemelos en Gaza a principios de la guerra, en un hospital que apestaba a cuerpos en descomposición y lleno de personas desplazadas. Cuando las fuerzas israelíes amenazaron el hospital, ella y su marido huyeron con sólo uno de los bebés, ya que el personal médico dijo que el otro estaba demasiado débil para salir. Poco después, las fuerzas israelíes asaltaron el hospital, el más grande de Gaza, y ella nunca volvió a ver al niño.
El trauma de perder a un gemelo dejó a Hamada, de 40 años, tan asustada de perder al otro que la dejó mal preparada para lidiar con la carga diaria de la supervivencia.
“No puedo cuidar a mis otros hijos, ni darles el amor que necesitan”, dijo.
Ella es uno de los cientos de miles de palestinos que batallan con su salud mental después de nueve meses de guerra. El trauma ha sido implacable. Han soportado la matanza de familiares y amigos en los bombardeos israelíes. Han terminado heridos o desfigurados. Se han acurrucado en casas o tiendas de campaña mientras los combates arreciaban y huyeron una y otra vez, sin un lugar seguro donde recuperarse.
La ansiedad, el miedo, la depresión, la falta de sueño, la ira y la agresión son frecuentes, dijeron expertos y profesionales a The Associated Press. Los niños son los más vulnerables, especialmente porque muchos padres apenas pueden mantenerse unidos.
Hay pocos recursos para ayudar a los palestinos a procesar lo que están pasando. Los profesionales de la salud mental dicen que la agitación y el abrumador número de personas traumatizadas limitan su capacidad para brindar un verdadero apoyo. Por eso ofrecen una forma de “primeros auxilios psicológicos” para mitigar los peores síntomas.
“Hay alrededor de 1,2 millones de niños que necesitan salud mental y apoyo psicosocial. Básicamente, esto significa casi todos los niños de Gaza”, dijo Ulrike Julia Wendt, coordinadora de protección infantil de emergencia del Comité Internacional de Rescate. Wendt ha visitado Gaza desde que comenzó la guerra.
Dijo que una programación sencilla, como tiempo de juego y clases de arte, puede marcar la diferencia: “El objetivo es mostrarles que no sólo están sucediendo cosas malas”.
Los desplazamientos repetidos agravan el trauma: se estima que 1,9 millones de los 2,3 millones de habitantes de Gaza han sido expulsados de sus hogares. La mayoría vive en miserables campamentos de tiendas de campaña y luchan por encontrar comida y agua.
Muchos supervivientes del ataque de Hamás del 7 de octubre en el sur de Israel que precipitó la guerra en Gaza también llevan las cicatrices del trauma y están buscando formas de sanar. Los milicianos mataron a más de 1.200 israelíes y tomaron como rehenes a unos 250.
Jehad El Hams, refugiado cerca de la ciudad sureña de Jan Yunis, dijo que perdió el ojo derecho y los dedos de la mano derecha cuando recogió lo que pensó que era una lata de comida. Era una munición que estaba sin detonar. El estallido casi alcanza a sus niños.
Desde entonces, sufre insomnio y desorientación. “Lloro cada vez que me miro y veo en qué me he convertido”, dijo.
Se acercó a una de las pocas iniciativas de salud mental en Gaza, dirigida por la agencia de las Naciones Unidas para los refugiados palestinos, conocida como UNRWA.
Fouad Hammad, supervisor de salud mental de UNRWA, dijo que normalmente se encuentran entre 10 y 15 adultos por día en los refugios de Jan Yunis con trastornos alimentarios y del sueño, rabia extrema y otros problemas.
Mahmoud Rayhan vio a su familia destrozada. Un ataque israelí mató a su hijo y a su hija. A su esposa le amputaron la pierna. Ahora él se aísla dentro de su tienda y duerme la mayor parte del día. No habla con casi nadie.
Dijo que no sabe cómo expresar lo que le pasa. Tiembla. Suda. “He estado llorando y no siento nada más que pesadez en mi corazón”.
Un pariente, Abdul-Rahman Rayhan, perdió a su padre, dos hermanos y cuatro primos en un ataque. Ahora cuando escucha un bombardeo, tiembla y se marea, su corazón se acelera. “Me siento como si estuviera en una pesadilla, esperando que Dios me despierte”, dijo el joven de 20 años.
Para los niños, el costo mental de la guerra puede tener un efecto a largo plazo en el desarrollo, dijo Wendt. Los niños en Gaza tienen pesadillas y mojan la cama debido al estrés, el ruido, el hacinamiento y el cambio constante, agregó.
Nashwa Nabil, en Deir al-Balah, dijo que sus tres hijos han perdido toda sensación de seguridad. El mayor tiene 13 años y el menor 10.
“Ya no podían controlar su orina, se muerden la ropa, gritan y se han vuelto agresivos verbal y físicamente”, dijo. “Cuando mi hijo Moataz oye un avión o un tanque, se esconde en la tienda”.
En la ciudad central de Deir al-Balah, un equipo psicosocial de la Asociación Al Majed trabaja con decenas de niños, enseñándoles cómo responder a las realidades de la guerra y dándoles espacio para jugar.
“En caso de un ataque, se colocan en posición fetal y buscan ponerse a salvo lejos de edificios o ventanas. Introducimos escenarios, pero todo es posible en Gaza”, dijo la directora del proyecto, Georgette Al Khateeb.
Incluso para quienes escapan de Gaza, el costo mental sigue siendo alto.
Mohamed Khalil, su esposa y sus tres hijos fueron desplazados siete veces antes de llegar a Egipto. Su esposa e hijos llegaron en enero y él llegó en marzo. Su hija de 8 años se escondía en el baño durante los bombardeos y disparos, diciendo: “Vamos a morir”.
Su hijo de 6 años sólo pudo dormir después de que su madre le dijera que morir como mártir es una oportunidad para encontrarse con Dios y pedir las frutas y verduras que no tenían en Gaza, asolada por el hambre.
Khalil recordó su terror mientras escapaban a pie por un “corredor seguro”, rodeados de armas israelíes disparando cerca.
Incluso después de llegar a Egipto, los niños son introvertidos y temerosos, dijo Khalil.
Se han inscrito en una nueva iniciativa en El Cairo, Servicios Psicológicos y Académicos para Palestinos, que ofrece sesiones de terapia de arte, juego y clases de matemáticas, lenguaje y educación física.
“Vimos la necesidad de estos niños que han visto más horrores de los que cualquiera de nosotros jamás verá”, dijo su fundadora, la psicóloga Rima Balshe.
En una reciente excursión, recordó, unos gemelos de 5 años de Gaza estaban jugando y de repente se quedaron paralizados cuando oyeron helicópteros.
“¿Es un avión de combate israelí?”, le preguntaron. Ella les explicó que era un avión egipcio.
“¿Entonces les agradamos a los egipcios?”, ellos preguntaron. “Sí”, les aseguró. Ellos salieron de Gaza, pero Gaza ha salido de ellos.
Hay esperanzas de que los niños traumatizados por la guerra puedan sanar, pero todavía les queda un largo camino por recorrer, afirmó Balshe.
“No diría que se están ‘recuperando’, pero ciertamente veo evidencia de que está comenzando a sanar. Puede que nunca se recuperen por completo del trauma que sufrieron, pero ahora estamos trabajando para afrontar la pérdida y el dolor”, dijo ella. “Es un proceso largo”.
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