Karol Wojtyla comenzó a escribir su testamento en 1979, 26 años antes de que la muerte le alcanzara.
"Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor" (cf. Mt 24, 42), cita en la primera línea. Tras 26 años al servicio de la Iglesia como pontífice, Juan Pablo II se convirtió en un icono para muchos feligreses que vieron en el la encarnación de los valores más humanos del catolicismo.
“En estas mismas manos maternales lo dejo todo y a todos aquellos a los que me ha unido mi vida y mi vocación. Doy las gracias a todos. A todos les pido perdón. Pido también oraciones para que la misericordia de Dios se muestre más grande que mi debilidad e indignidad”, señala Juan Pablo II en su primer boceto.
Las pocas pertenecías materiales que poseía fueron distribuidas a su petición, mientras que para sus escritos personales pidió un final más cruel: que fueran quemados.
Aún años antes de atisbar el final que le conduciría a la muerte, el Papa pidió a Dios fortaleza cumplir con cualquier tarea, prueba y sufrimiento que le fuera requerida en el transcurso de la vida.
En su testamento, Juan Pablo II reflexiona sobre la vida y la muerte, sobre ese tránsito que le arrancaría de este mundo, para nacer al otro.
“Todos debemos tener presente la perspectiva de la muerte. Y debemos estar dispuestos a presentarnos ante el Señor y Juez, y simultáneamente Redentor y Padre. Por eso, yo también tengo presente esto continuamente, encomendando ese momento decisivo a la Madre de Cristo y de la Iglesia, a la Madre de mi esperanza”, contempla.
Difíciles sentimientos
En su testamento el Papa dejó reflejado parte de su legado y de sus pensamientos más profundos. Entre ellos sobresale uno persistente, una dura crítica al mundo que le toco vivir, en el que considera que “la Iglesia se encuentra en un período de persecución tal, que no es inferior a las de los primeros siglos, más aún, las supera por el nivel de crueldad y de odio”.
Un reflejo de recriminación acompañado de un último deseo: “Espero que también la haga útil (mi vida) para esta causa más importante a la que trato de servir: la salvación de los hombres, la salvaguarda de la familia humana y, en ella, de todas las naciones y pueblos; que sea útil para las personas que de manera particular me ha confiado, para la Iglesia, para la gloria del mismo Dios”.