Por fin una noche con algo que celebrar en este pueblo encajado entre montañas en el centro de Puerto Rico.
Los residentes presionaron los botones del control remoto de sus televisores, encendieron ventiladores y enchufaron refrigeradores aprovechando que la electricidad volvía a sus casas por primera vez desde que dos potentes huracanes arrasaron el territorio estadounidense hace casi un año.
La luz regresa lentamente a más de 950 viviendas y negocios en áreas de difícil acceso. En algunos casos, los equipos de reparación tienen que cavar hoyos a mano y escalar empinadas laderas para llegar a los postes eléctricos dañados, que son trasladados uno a uno en helicóptero.
Es una labor lenta que se ha demorado casi dos meses desde la fecha en que las autoridades prometieron que todos los boricuas tendrían energía eléctrica.
Y aunque los televisores vuelven a brillar en la noche y gente como el repartidor Steven Vilella, de 20 años, puede volver a saborear sus platos preferidos _ camarones y helado Rocky Road _, muchos temen que este regreso a la normalidad pueda ser corto. Los problemas en la compañía eléctrica de la isla y los recientes vientos y lluvias que dejaron a decenas de miles sin servicio al inicio de la temporada de huracanes los tienen preocupados.
“Si llega a pasar otra tormenta, nos morimos. Aquí ya no queda dinero”, dijo Marta Bermúdez, de 66 años, que todavía tiene una lona azul sobre el oxidado tejado de zinc de su vivienda. No cree que el gobierno tenga recursos suficientes para reconstruir debidamente la red eléctrica insular ante una recesión que dura ya 11 años.
Sin embargo, tras la vuelta de la electricidad a su casa el viernes, celebró no tener que limitarse a una dieta basada en arroz, plátano y sopa ni tener que lavar la ropa a mano en un fregadero que ella y su esposo encontraron en la calle luego del paso del huracán Irma.
La única electricidad que tuvieron durante 10 meses era cortesía de un vecino que les pasó un delgado cable amarillo que estaba conectado a su generador, con potencia apenas suficiente para encender una bombilla en la cocina y otra en el salón por un par de horas diarias.
La red eléctrica de Puerto Rico arrastra problemas desde que Irma recorrió parte de la isla como un huracán de categoría cinco el 6 de septiembre, y luego del impacto directo de María, de categoría cuatro, dos semanas después, dañando hasta el 75% de las líneas de transmisión.
Desde entonces se han instalado más de 52.000 postes eléctricos y se han asegurado miles de kilómetros de cable, con unos 180 generadores funcionando todavía en puntos clave.
Pero el gobernador, Ricardo Rosselló, advirtió que por el momento no hay un sistema de emergencia en caso de que la electricidad vuelva a irse, como ocurrió con 47.000 clientes cuando los remanentes de Beryl, que en su día fue una tormenta tropical, azotaron el territorio con vientos y precipitaciones a principios de julio.
Otro aspecto que complica la situación es la falta de liderazgo en la Autoridad de Energía Eléctrica de Puerto Rico, que ha tenido cuatro directores desde María, y donde el más reciente duró apenas un día en el puesto.
Y todo esto mientras funcionarios federales y locales intentan reforzar la red eléctrica en medio de una nueva temporada de huracanes, y el gobierno boricua se prepara para privatizar la generación de electricidad y otorgar concesiones para su transmisión y distribución.
Los cambios en la empresa eléctrica, que incluyeron la renuncia de cinco miembros de la junta directiva el pasado jueves luego de que el gobernador criticó el salario de 750.000 dólares del nuevo director general, no son una sorpresa para Juan Rosario, exrepresentante de los consumidores en el organismo.
“La mejor manera de prepararse cuando un barco se está hundiendo es de saltar al agua”, dijo.
Sin embargo, pese a la inestabilidad en la compañía y sus dudas sobre la capacidad del sistema para sobrevivir a la temporada de huracanes de este año, los residentes de las zonas más remotas que recuperaron el servicio recientemente están contentos de poder regresar a sus vidas anteriores y de no tener que seguir dilapidando sus ahorros para alimentar los generadores.
Por primera vez en 10 meses, el jubilado Ramón Serrano vio las noticias de las 11 en una noche reciente y estaba tranquilo sabiendo que la insulina de la que depende estaba a salvo en un refrigerador frío. Él y su esposa no se acostaron hasta medianoche.
“Fue la noche que más tarde nos acostamos”, explicó Serrano, un residente de Adjuntas de 77 años.
La espera por la electricidad fue demasiado para algunos vecinos de la localidad.
Mayra Natal, un ama de casa de 47 años, contó que en febrero se marchó a vivir con familiares en Nueva Jersey durante cuatro meses porque no podía soportar seguir sin luz. Regresó en mayo pensando que el servicio se restauraría pronto y pasó dos meses más a oscuras a pesar de las promesas de los equipos de reparación.
“Nos decían ‘La semana que viene, la semana que viene’. Y así han estado hasta ahora”, apuntó.
Pero algunos boricuas siguen esperando para celebrar.
En el exterior de una vivienda de color verde pastel en una remota montaña rodeada de exuberantes palmeras, Domingo Ortiz, de 90 años, sigue a la espera.
No tiene electricidad desde el huracán Irma y ha quemado más de 200 velas antes de que un grupo de voluntarios le llevó lámparas solares el pasado martes tras sortear una carretera llena de profundos baches.
También le dieron un inversor solar y un pequeño refrigerador. Él y sus dos hijos lo llenaron con cuatro botellas de agua, un paquete de seis refrescos y metieron un paquete de carne en el diminuto congelador.
Todos los días, Ortiz mira el único poste de luz frente a su casa y el cable caído que sigue enrollado cerca.
Preguntado por la primera cosa que hará cuando recupere la electricidad, gesticula hacia una vieja radio en su porche.
“Voy a prender esto y bailar un ratito de la alegría”, dijo.