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María Centeno, una mujer warao, comunidad indígena del noreste de Venezuela, teje cabuya en uno de los albergues proporcionados para los migrantes en Boa Vista, Brasil
María Centeno, una mujer warao, comunidad indígena del noreste de Venezuela, teje cabuya en uno de los albergues proporcionados para los migrantes en Boa Vista, Brasil

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La Voz de América recorre la frontera de Ecuador-Colombia-Brasil, paso obligado de muchos venezolanos que buscan llegar a otros países en busca de un mejor futuro.

Erminia Pérez, de 37 años, solo tiene quejas sobre dos cosas: el desempleo y el calor.

Ella es una de los 720 migrantes venezolanos que vive en el refugio Rondón 1, uno de los más ‘modernos’ que ACNUR, la agencia de la ONU para los refugiados, gestiona en la ciudad de Boa Vista, en Brasil.

El refugio tiene unas 120 casitas o ‘unidades’, cada una con una capacidad para seis personas y busca dar un sentido de comunidad y normalidad a los venezolanos que llegan a Boa Vista, según explicó a la Voz de América Luiz Fernando Goudinho, el portavoz de ACNUR en Brasil.

Sin embargo, debido a la temperatura y la incidencia de los rayos del sol (no hay muchos árboles en Rondón), la mayoría de los venezolanos no pueden permanecer dentro de sus unidades durante el día.

“Lo único malo [de Rondón 1] es el calor”, dice Pérez mientras tiende su ropa recién lavada dentro de su unidad. Los últimos días ha estado lloviendo y la mujer originaria de Anaco decidió secarla dentro de la estructura que por ahora le sirve a su familia de hogar.

De acuerdo con Goundinho y con cifras de ACNUR, más de 58,000 venezolanos viven actualmente en Brasil. De ellos, un 80% residen en Boa Vista, una ciudad cuya población, antes del flujo masivo de migración, no llegaba a los trescientos mil habitantes.

Además de por el calor, los habitantes de Rondón 1 también salen de sus casas durante el día con la esperanza de conseguir un trabajo o reunir dinero que la gente les regale en la calle para poder sostener a sus familias.

Debido a la excesiva cantidad de migrantes a Boa Vista, la presión sobre el mercado laboral es alta y a muchos venezolanos les decepciona y desmotiva el hecho de no poder conseguir trabajo.

Una de las razones que Alberto Castillo, de 31 años y también residente de Rondón, atribuye a la falta de oportunidades laborales es la discriminación por parte de los locales hacia los venezolanos, quienes en la ciudad se asocian con el hurto, el atraco y la prostitución.

“Por unos pagamos todos”, dijo Pérez al hablar de la dificultad que su marido se ha encontrado para conseguir un lugar donde trabajar.

A ella personalmente le ha sucedido de ir a pedir trabajo a un establecimiento y que la dejen “parada en la puerta” haciéndole señas para que se vaya.

Pérez vino a Boa Vista con su esposo, su suegra y sus tres hijas, de 17, 11 y 7 años. Antes de mudarse a Rondon, la familia estuvo durmiendo en Jardín Floresta, un barrio de la ciudad.

Sus pertenencias, colgadas y amontonadas a lo largo de la casa pequeña, son principalmente ropa, mucha de ella regalada, productos de limpieza y comida que compró con su propio dinero.

ACNUR, junto con los gobiernos locales, trabaja en programas de interiorización, es decir, de trasladar a los venezolanos a otras ciudades del país, debido a la saturación que Boa Vista sufre actualmente. Esta reubicación es voluntaria.

Por ahora, Pérez no quiere mudarse. Dice que tiene miedo de enfrentarse a un ambiente nuevo. “Me asusta lanzarme a lo desconocido”, dijo Pérez.

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