Las medicinas contra la epilepsia de la madre de Claudia Carvajal Bracho, diseñadora e ilustradora venezolana, de 27 años, están varadas a 1.000 kilómetros de su destino.
La joven no halla cómo enviarle los fármacos desde Medellín, Colombia, hasta Maracaibo, en el occidente de Venezuela, para evitarle una recaída en su tratamiento médico.
Las decisiones de cierres fronterizos para prevenir contagios del Covid-19, primero del Palacio de Miraflores, en Caracas, y luego del de Nariño, en Bogotá, tienen los planes de Claudia en vilo.
“Me preocupa que mami tenga una crisis o una situación más grave por no recibir las medicinas. Estoy entre la espada y la pared”, dice, sobre las medidas fronterizas que han sitiado a ambos países.
Desde hace años, remite varias cajas hasta Maicao, en la frontera con el estado venezolano del Zulia, y su mamá cruzaba a pie para retirarlas. Hoy, la opción es un supuesto negado.
Nicolás Maduro, presidente en disputa de Venezuela, suspendió el jueves los vuelos provenientes de Colombia y Europa para encarar la amenaza de la pandemia por el nuevo coronavirus.
Iván Duque, mandatario colombiano, ordenó un día luego el cierre de los pasos fronterizos entre ambos países. Por una hora, el sábado, se abrió un corredor humanitario, aunque con incidentes.
Las medidas preventivas perjudican particularmente a miles de venezolanos, que ven en el cruce fronterizo hacia o desde Colombia un alivio para comprar alimentos, medicinas, trabajar e incluso como puente de vuelos internacionales, limitados en Venezuela antes del brote del COVID-19.
En Maracaibo, la mamá de Claudia difícilmente encuentra las pastillas de las que urge. Si las halla en alguna farmacia o incluso en mercados populares, se las venden a precios elevadísimos.
“Estoy ansiosa por resolver cómo mandarlas lo más pronto posible”, confiesa, aún inquieta.
Vidas e ingresos, en pausa
Las vidas y rutinas de venezolanos que dependen del cruce fronterizo como José Francisco, están en pausa. Sus ingresos económicos, también.
El hombre, que pidió reservar su apellido, viaja frecuentemente por vía terrestre a Cúcuta, Colombia, a través de Táchira, en Los Andes venezolanos, para atender su negocio de reparación de electrodomésticos y ventas de repuestos mecánicos.
Con la frontera cerrada, el presupuesto de su familia quedó herido de muerte desde el jueves pasado.
“Traigo el sustento para mi hogar con ese negocio. Pensaba ‘bajar’ (a la frontera) muy temprano el sábado para ir a hacer los trabajos que hago y, pues, ahora estoy sin poder pasar”, cuenta, frustrado.
Venezuela reportó hasta el domingo 17 casos confirmados del nuevo coronavirus en su territorio. Maduro atribuyó los contagios a pasajeros o transeúntes fronterizos de Europa y Colombia.
Delcy Rodríguez, vicepresidenta del gobierno madurista, pidió el domingo a la Organización Mundial de la Salud, OMS, y a la Organización Panamericana de Salud que intercedieran ante Duque para entablar la “ineludible coordinación” entre ambos gobiernos para encarar el combate al Covid-19, que ya ha matado a 6.500 personas en todo el mundo, principalmente en China, Italia e Irán.
Colombia respondió este lunes que toda coordinación ante la pandemia se realizará a través de la OMS, nunca mediante canales directos entre Caracas y Bogotá.
Duque no reconoce a Maduro como presidente legítimo de Venezuela, sino a Juan Guaidó, presidente de la Asamblea Nacional y proclamado mandatario interino en enero de 2019.
Maduro y Duque han tenido, por ello, desencuentros diplomáticos. El ejecutivo venezolano en disputa reportó en enero pasado el arresto de la exsenadora colombiana Aida Merlano, prófuga de la justicia de su país, y el mismo Maduro exigió a Bogotá que le solicitase formalmente su extradición.
Nariño, en cambio, dijo que solo la requeriría al “gobierno interino del presidente Guaidó”.
Desespero y tristeza
Carmen Blanco, profesora universitaria jubilada, está varada en Santo Domingo, República Dominicana. Viajó allí en noviembre pasado desde Maracaibo, Venezuela, a visitar a su hijo menor.
El madurismo anunció la semana pasada que los vuelos desde República Dominicana y Panamá, desde donde numerosos vuelos hacia o desde Venezuela hacen escala, también estaban suspendidos.
Blanco tenía planes de regresar a su país este miércoles 18 de marzo. Al menos por los siguientes 30 días, plazo inicial de la suspensión anunciada por Maduro, no será posible.
“Todo estaba listo para viajar y todo se te viene abajo. Psicológicamente eso crea cierta angustia, cierta tristeza. Estoy con mi hijo, pero deseaba estar en mi país para resolver asuntos que tengo allá pendientes”, como la formalización de la compra de su apartamento, explica.
Las restricciones fronterizas de Venezuela malograron los planes de viajes aéreos y terrestres de miles de venezolanos. Algunos, como la docente jubilada, pretendían entrar al país, y otros, salir.
Fabiana Olivares, empresaria venezolana de 25 años, viajó hace tres semanas a Maracaibo desde Buenos Aires, Argentina, donde reside, para visitar a sus padres y realizarse un chequeo médico.
Su itinerario de regreso se desmoronó de golpe con el anuncio de Maduro. En el limbo, quedaron sus reservas de hotel en Colombia, donde tomaría un vuelo a Argentina, y sus tres boletos de avión.
Es hoy presa del desespero, admite. Se siente más vulnerable al COVID-19.
“Me da muchísimo desespero, sobre todo porque Venezuela es un país demasiado inestable y uno no sabe de qué manera va a afectar el virus acá”, menciona.
Fabiana acota que los precios de productos de primera necesidad son tres o cuatro veces más caros en Maracaibo que en su lugar de residencia y están dolarizados.
“Genera mucha incertidumbre. No sabes cuándo vas a salir. Es algo bastante desesperante”, insiste.
Por ahora, reconoce, entristecida, le toca esperar.