Con voz fuerte y de carácter estricto, Beatriz Arráiz, se mueve por la sala de su casa, convertida hoy en un aula escolar. La docente, con 12 años de experiencia abrió su hogar a la enseñanza, en marzo de 2020, cuando comenzó la cuarentena por el coronavirus en Venezuela y cerraron los colegios.
Le preocupaba que los padres no fueran capaces de seguir las tareas asignadas a sus hijos o que no tuvieran acceso a internet, por lo que empezó a apoyar con sus conocimientos a dos niños vecinos. Pero al cabo de unos meses, ya eran 20 los niños que recibían clases en su hogar, levantado en lo alto de la barriada José Félix Ribas, del este de Caracas.
"A los niños se les olvidó hasta sumar, restar, una cosa que es tan fácil. Hay niños que tienen hasta dificultades para leer", cuenta Arráiz, de 52 años, mientras corrige los signos de puntuación a una de las alumnas de primaria que están bajo su tutela.
Por su labor, no recibe sueldo fijo; solo colaboraciones que le dan las madres en agradecimiento. "Yo me lleno con eso. Yo sé que no voy a ganar mucho. Si gano es con los muchachos. El cariño de ellos, para mí, eso me llena", afirma.
Sé que no voy a ganar mucho. Si gano es con los muchachos”Beatriz Arráiz, docente
Pero al principio, los escolares no tenían ni escritorios, ni pupitres. Debían permanecer sentados en el suelo, apoyados en muebles viejos. Al ver que el número de muchachos seguía aumentando, el esposo de Arráiz aprovechó materiales de desecho para crear un mobiliario que hoy es parte del salón.
"Yo vi la necesidad que había de arreglarlo mejor. Yo tenía unas maderitas y les hice unos banquitos y una mesa”, relata Gerardo Blanco, esposo de la educadora.
Y aunque las clases presenciales en Venezuela se retomaron en noviembre, la sala de Beatriz sigue atendiendo a quienes aún presentan rezago.
En Venezuela, 1,2 millones de alumnos abandonaron los estudios en los últimos tres años, de acuerdo con la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas.
Las causas más comunes fueron la falta de alimentos en el hogar, fallas en servicios básicos y no poder costear el transporte público. Es justo esta deserción la que intentan combatir Beatriz y Gerardo desde su humilde casa, en lo alto de una barriada venezolana.
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