Jonathan Rodríguez lleva cinco años en el sur de Florida. Atrás quedó su natal Caracas. Se vino junto a su esposa y sus dos hijos, en busca de una vida mejor, y para poder ayudar a la familia que dejó allá en medio de la grave situación económica, política y humanitaria de su país.
Desde entonces, cuenta, la experiencia había sido “magnífica”. Consiguió empleo en una empresa de envíos, y había podido garantizar para sus hijos "buenos estudios, buenos colegios y asegurarles una carrera (profesional)”.
Cada mes, también había podido ayudar económicamente a su padre, a su madre, a su suegra y a una tía muy cercana, quienes siguen en Venezuela, cuenta Rodríguez Serrano, afrontando una “difícil y alarmante situación”.
Pero tras la pandemia del COVID-19 en Estados Unidos, la economía paró en seco y miles de personas quedaron desempleadas, entre ellas Rodríguez, y con la incertidumbre de lo que iba a pasar en el futuro.
“He estado así desde marzo, la situación es un poco complicada”, relató en una entrevista con la Voz de América desde su casa en la ciudad de Doral, Florida, donde vive junto a su familia. “Durante estos dos meses hemos paralizado los pagos. (No he podido) mandar afuera”, asegura con pesar.
Reconoce que, debido a la pandemia, en Venezuela, según le cuenta su familia, las cosas no son más alentadoras.
“La gente no está trabajando el tiempo necesario y recortaron las horas, ganan menos de lo que ganaban antes, y eso que antes ya no les alcanzaba incluso trabajando”.
Y el futuro cercano tampoco parece prometedor. El economista jefe para América Latina y el Caribe del Banco Mundial, Martín Rama, advirtió, en conversación con la VOA, sobre los efectos negativos que va a tener la pandemia en la región latinoamericana y pronosticó una caída de las remesas de “cerca de un 20 por ciento en todo el mundo”.
“Las remesas son extraordinariamente importantes: muchos latinoamericanos trabajan en Estados Unidos”, dijo Rama y “con un poco de suerte, la economía estadounidense, que es una economía muy dinámica y muy flexible, va a empezar a recuperarse”.
Recordó que los migrantes de esa región “suelen trabajar en condiciones muy flexibles”, algo que podría acabar beneficiando a esta comunidad a la hora de volver a regresar a sus puestos de trabajo, y ya eso se está viendo.
Con todo, al cambio de divisas, el dinero que Rodríguez manda a Venezuela “es mucho más de lo que ellos ganan”.
“Lo poco que mandamos es 3 o 4 veces lo que es un sueldo mínimo allá, que son unos 3 dólares”. Aunque aclara que hay meses que tiene que cubrir gastos extraordinarios, como por ejemplo “ir al médico”.
“Uno de los miedos que tenemos es que no podemos proteger a nuestra familia como quisiéramos, porque (en Venezuela) no hay seguro social. Entras a una clínica, ya sea pública o privada, y no hay insumos, y eso nos preocupa”, expone.
No hay un estudio real sobre la cantidad de dinero que entra a Venezuela en forma de remesas. Sin embargo, un informe publicado por la consultora económica venezolana Ecoanalítica revela que el país habría recibido entre 3.500 y 4.000 millones de dólares el año pasado.
Otro informe de Diálogo Interamericano señaló que los venezolanos residentes en Estados Unidos destinan 3.000 dólares al año en envío de remesas a sus seres queridos y se calcula que 281.383 hogares recibieron dinero desde el país norteamericano en el 2019.
Sobreviviendo con lo mínimo
Marvelis Veracierta, que vive en la capital venezolana, sobrevive gracias a las remesas que envía su hijo desde República Dominicana.
Confiesa que ese dinero ya no es suficiente para comprar los alimentos que solía adquirir en el supermercado antes de la pandemia. Ahora todo está más caro. Incluso, ha dejado de hacer algunas comidas diarias porque no tiene suficiente para vivir.
“He dejado de comprar carne porque no tengo los medios suficientes para comprarla, he dejado de comprar huevos porque tampoco tengo dinero”, dice Veracierta sobre esta situación que califica de “terrorífica” ya que no ve una salida a corto plazo a esta crisis económica que se ha acentuado con la pandemia.
“Soy jubilada, y aparte de eso, estoy trabajando, dando clases por horas en un colegio, no tengo contrato y si no trabajo, ¿De dónde voy a depender?”, expresaba preocupada.
Diálogo Interamericano destacó en su informe que los venezolanos en el extranjero también suelen enviar “transferencias en especie” como comida, ropa, artículos de higiene y muebles.
“Estos productos se envían a través de viajeros o envío de empresas, aunque vale la pena señalar que los envíos hechos a través de empresas de carga y correos cada vez son menos ya que las compañías son incapaces de asumir el riesgo, cada vez mayor, de asegurar los envíos”, indicaba la organización basada en Washington con el convencimiento de que “las transferencias en especie no solo ayudan a las familias a enfrentar la escasez de bienes básicos”.
Para quienes acaban de llegar a Estados Unidos, la situación parece aún peor.
Patricia Andrade, fundadora de “Venezuela Awareness”, una organización que impulsó hace algunos años para ayudar a los venezolanos recién llegados a Miami, asegura que muchos de ellos están una situación de emergencia.
“Pido a las autoridades que también piensen en ellos, son los grandes olvidados, porque no han recibido ninguna ayuda, están en una situación de vulnerabilidad y necesitan nuestro apoyo”, expresó la mujer minutos antes de iniciar una entrega de comida a venezolanos recién llegados a Miami.
Una luz de esperanza
Días después de la reapertura económica en distintos estados de EE.UU., Jonathan Rodríguez, de quien hablamos al principio, se reincorporó al mercado laboral, pero reconoce que no todos han corrido con la misma suerte.
“Hay venezolanos que viven aquí y que les ha tocado muy duro, y solo llevan seis meses o, como mucho, un año. Ellos no han recibido los cheques del gobierno y algunos se han aprovechado de ellos y han intentado sacarlos de sus casas porque no podían pagar la renta”, indica.
Durante la pandemia, Rodríguez se reinventó iniciando un negocio de producción de bebidas para cócteles, algo que surgió “para sobrevivir en esta época de incertidumbre”, labor que compagina con su otro trabajo de repartidor.
Ahora solo piensa en volver a ayudar a sus familiares en Venezuela, a través de las remesas.
“Voy a hacer todo el esfuerzo posible porque afortunadamente ahora trabajo 14 horas al día para compensar los casi tres meses desempleado”, expresa satisfecho.