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El papa reza por las víctimas de inundaciones en EE.UU. y Asia


El sumo pontífice recalcó la importancia de orar por las víctimas de los fenómenos naturales.
El sumo pontífice recalcó la importancia de orar por las víctimas de los fenómenos naturales.

El papa Francisco rezó el domingo por los afectados en las inundaciones en Texas Luisiana y el sur de Asia.

En unas palabras a los fieles en la Plaza de San Pedro, Francisco oró por el consuelo de las comunidades estadounidenses golpeadas por un huracán y “lluvias excepcionales”.

Francisco dijo que se sumaba al sufrimiento de los vecinos de Texas y Luisiana y citó a las “víctimas, miles de personas sin hogar y los enormes daños a la propiedad”. El pontífice dijo que rezaría a María, madre de Jesucristo, “consuelo de los afligidos”, para que Dios concediera “la gracia del consuelo a nuestros hermanos que se han visto tan duramente puestos a prueba”.

También retiró su “cercanía espiritual” con las personas en el sur de Asia que siguen sufriendo las consecuencias de las extensas inundaciones en la región.

En Texas, mientras aguardan, meditan

La fila se extiende metros y metros junto a una pared en el centro comercial, y cada una de las personas que espera necesita ayuda después de que un huracán asolara su ciudad.

Samantha Cusson, de 31 años y con dos hijas, acababa de saber justo antes de que llegara el huracán Harvey que está embarazada de un tercero. Ahora le preocupa encontrar un médico para las revisiones y se pregunta si el Subway en el que trabajaba reabriría sus puertas.

Cuando eso ocurra, piensa en a quién encontrará para cuidar de sus niñas después de que la tormenta hiciera marcharse a las personas a las que acudía antes, y en cómo llegará a trabajar ahora que su coche se ha inundado. Su próximo cheque será muy pequeño, ya se ha retrasado en el pago del alquiler y no tiene ahorros.

Sobre todo, le preocupa proteger a sus hijas de la realidad en la que se ven ahora.

“No puedo mostrarlas”, dijo de sus preocupaciones. “Ellas están bien porque yo estoy bien”.

Son poco más de las 10 de la mañana en un centro de ayuda improvisado en una comunidad al sureste de Houston, y ya hay unas 150 personas esperando a recibir suministros.

La fila se extiende más allá de la entrada del centro comercial hasta una oficina vacía, donde los que esperan reciben una lista para que marquen los objetos que necesitan, desde papel higiénico a mantas o ropa. Pasarán por varios cubículos, donde los voluntarios han clasificado la ropa por tallas y colocado toda clase de cosas, desde material escolar a comida para mascotas o andadores.

Beth Bronikowsky, de 39 años, espera encontrar un par de zapatillas. Después de que su apartamento se inundara, se movió descalza hasta que su padrastro encontró un par de zapatillas de agua para ella. Ya tenía bastantes problemas antes, tras sufrir una apoplejía que la obliga a andar con un bastón de madera y a visitar a menudo al médico. Ahora le preocupa haber perdido la mayoría de sus pertenencias, por no mencionar el creciente olor a moho en casa y la sensación de que tendrá que buscarse una casa nueva.

Su madre, Norma Fexer, de 65 años, dijo que tiene suerte de tener sólo 12 centímetros (5 pulgadas) de agua en su casa del sureste de Houston, aunque sus alfombras y el suelo están destrozados. No tiene seguro de suelos y sabe que tendrá que hacer las reparaciones poco a poco, con la preocupación de que pueda llegar otra tormenta.

“Me siento como si hubiera envejecido 10 años en la última semana”, dijo.

La fuente del centro comercial no funciona, el carrusel accionado con monedas no gira, y no hay fiestas infantiles en la zona de cumpleaños. Pero la larga fila da vida al edificio con idas y venidas, el tintineo de carros por el suelo en los que la gente se lleva el material de ayuda que ha recibido.

Muchos tienen 30 centímetros (un pie) o menos de agua en sus casas y se apresuran a expresar su preocupación por los más afectados. Pero la mayoría dice que ya tenía problemas antes de la tormenta, y esto sólo ha empeorado las cosas.

Candis Cortez, de 46 años, que construye andamios en una planta química, aún estaba asimilando la muerte de su esposo el año pasado por un cáncer. Colocó sus cenizas en el estante superior de un armario y rezó porque hubiera aguantado. Aún está luchando por pagar los 7.800 dólares del funeral y aprendiendo a vivir sin él tras 27 años de matrimonio. Harvey la ha hecho sentirse aún más vulnerable.

El armario aún estaba lleno de la ropa de su esposo. El olor de la colonia que llevaba y los cigarrillos que fumaba aún flotaban en el aire de la casa, ahora enturbiado con el hedor a podrido. Las calderas del edificio se inundaron y las duchas calientes ya no son una opción. Cortez esperaba conseguir unas toallas en el centro de ayuda porque usó todas las suyas para recoger el agua que no dejaba de aparecer.

La mayoría de sus muebles, su portátil y su celular habían quedado destrozados, y aún chapotea al caminar por una alfombra que no parece secarse nunca. Ella cree que podría necesitar terapia cuando todo haya acabado. Cuando piensa en lo que ha perdido, sólo piensa en el hombre al que amaba.

“Todas esas cosas”, dijo sobre sus posesiones perdidas, “mi marido trabajó duro para comprarlas”.

En Beaumont, dos horas al nordeste, la gente esperaba en una fila de más de un kilómetro y medio (una milla) para recibir agua embotellada. En San Antonio, tres horas más al oeste, había largas esperas en las gasolineras. Conforme el comercio empezaba a recuperar la normalidad en partes de Houston, se formaban largas filas en restaurantes de comida rápida. Y en esos momentos de espera, los temores de las víctimas de Harvey salían a la superficie.

Allí, los voluntarios con chalecos amarillos están por todas partes. Ayudan a cargar bolsas negras con ropa y bidones de agua. Algunos llegan empapados de sudor tras caminar al aire libre con 32 grados Celsius (91 Fahrenheit) de calor. El aire fresco los recibe al cruzar las puertas de cristal.

El día se alarga y el ritmo empieza a bajar, aunque sigue llegando gente que necesita ayuda.

Una conductora de autobús escolar que necesita agua y zumo se pregunta cómo llevará a su hijo diabético a un hospital a través de las calles inundadas. Una joven madre llega con su hijo de 4 meses y su hija de 20 meses en un carro doble, en busca de pañales y leche de fórmula, y le preocupa que enfermen por el moho que crece en su apartamento. Un operador de montacargas confía conseguir comida para llegar a fin de mes y teme que su empresa siga cerrada.

Todos esperan en fila, preocupándose mientras aguardan.

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