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El mercado callejero de esmeraldas en Bogotá, un sueño para "esmeralderos" y curiosos


Esmeraldas colombianas extraídas de la cordillera oriental de los Andes colombianos que se comercializan en el centro de Bogotá para el mercado de joyería interno. [Foto: Nicolás Fajardo, VOA].
Esmeraldas colombianas extraídas de la cordillera oriental de los Andes colombianos que se comercializan en el centro de Bogotá para el mercado de joyería interno. [Foto: Nicolás Fajardo, VOA].

La Voz de América recorrió el mercado callejero de esmeraldas en Bogotá, donde mineros y comerciantes acuden a vender sus gemas, mientras curiosos esperan tener suerte y encontrar joyas ocultas. 

En el corazón de Bogotá, a pocas cuadras de la tradicional Plaza de Bolívar, el mercado callejero de esmeraldas de la Plazoleta del Rosario se convierte en un punto de encuentro para mineros, comerciantes y curiosos que ven en esta piedra preciosa no solo un negocio, sino también un símbolo de perseverancia y sueños truncados.

Conocidos como los “esmeralderos de la Plazoleta del Rosario”, este espacio funciona bajo sus propias reglas, que rigen los encuentros de pequeños grupos alrededor de la plaza para cerrar tratos.

A diario y desde muy temprano, esmeraldas de todos los tamaños y calidades cambian de manos entre murmullos y miradas calculadoras de hombres con pequeños bolsos terciados, que esperan vender a buen precio las gemas que guardan en hojas blancas dobladas.

Un tesoro verde para los comerciantes y curiosos

Las esmeraldas también se convierten en una joya soñada para los transeúntes y curiosos que caminan por esta plaza con la mirada fija en el suelo, esperando poder hallar una pequeña gema verde, conocidas como “murrallas”, que caen entre los ladrillos de adoquines cuando los comerciantes abren sus hojas y dejan ver su “oro verde”.

Un mercado callejero de esmeraldas en Bogotá
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“Es una esmeralda de baja calidad, la conocemos como morralla, y sirve para recuerdos o decorar algún anillo”, dijo Maicol Archila, uno de los pocos esmeralderos del lugar que dialogó con la Voz de América.

“Es muy real que cuando trabajamos aquí corremos muchos riesgos de que la mercancía se nos caiga o de que, de alguna otra manera, se nos pierda. Es curioso, pero después de que caen al suelo, parecen volverse invisibles. Por eso muchos que vienen a buscar han encontrado piedras que han podido vender muy bien”, agrega.

Las gemas que se comercializan allí son descartadas por las grandes mineras que controlan los yacimientos más importantes en Muzo, Coscuez y Chivor, en el departamento de Boyacá, en el centro de Colombia, pero se convierten en el centro de este negocio callejero en la capital colombiana.

Sin embargo, el hecho de que no sean consideradas valiosas en el mercado internacional no significa que estas gemas no puedan ocultar un brillo especial y alcanzar precios altos.

“Si son finas, se pueden vender a dos o tres millones de pesos el quilate (unos 750 dólares), pero algunas son más finas y se pueden vender entre 20 millones de pesos (5.000 dólares)”, comentó a la VOA Isaías Valbuena, un comerciante del lugar.

Colombia es el principal productor mundial de esmeraldas de alta calidad. De acuerdo con cifras de la Agencia Nacional de Minería (ANM), los mineros y comerciantes que llegan a Bogotá con sus esmeraldas, algunas de color verde profundo y otras con tonalidades púrpuras, azuladas y amarillentas, lo hacen con la esperanza de que estas puedan transformar sus vidas.

“Les vendemos a clientes que vienen de México, Estados Unidos, Japón y Argentina. Al mes podemos vender entre 800 y 1.000 quilates de esmeralda ya tallada”, comenta Camilo Jiménez, quien agregó que tenía un juego de esmeraldas valoradas en unos 2.000 dólares.

Por eso, José Ramírez, otro de los curiosos dice que “las esmeraldas colombianas son más que simples piedras preciosas”, pues representan algo muy importante del “patrimonio cultural” de su país.

“Son muy hermosas y tiene una historia muy importante, por eso cuando paso por aquí o vengo de visita al centro aprovecho doy una mirada entre los espacios de los ladrillos con la esperanza de encontrar alguna y a veces tengo suerte, una vez me encontré una pequeña murralla de 100 dólares”, concluye.

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