Unos días antes que estallara la invasión en Ucrania por parte de Rusia, Ángel Villares tenía planeado estar en Ecuador visitando a su familia junto a su novia.
El objetivo del viaje era tranquilizar a su familia, que estaba preocupada por la escalada de tensión entre Rusia y Ucrania de las últimas semanas. Pero, desafortunadamente, tras hacerse la prueba PCR exigida para poder volar, él y su pareja dieron positivo. Eso impidió que tuvieran que retrasar el viaje y hacer cuarentena en Kiev, por lo que se encontraron atrapados en medio de la guerra.
Las tropas rusas atacaron la capital durante la madrugada del jueves, lo que provocó que se formaran largas filas de vehículos con personas que querían escapar de la ciudad. Es por ello que Villares y las tres personas que viajaron en su carro decidieron esperar al viernes para salir, cuando los atascos en las carreteras se redujeron.
Pero, antes de su partida, fueron a comprar insumos en diferentes establecimientos: “Había unas filas interminables. Donde había más filas era en los cajeros automáticos para sacar dinero, en los supermercados y en las farmacias”.
Además, muchas tiendas se quedaron sin mercancía. Una situación que Villares describe como “de película” y que quedará siempre grabada en su memoria. “En ese primer momento todo el mundo piensa simplemente en uno mismo. Hasta nosotros lo hicimos”, explica.
La gasolinera fue otro lugar al que se acercaron antes de partir. El quiteño explica que residían a unos 4 kilómetros de la estación más cercana, pero, debido al tráfico tardaron unas 4 horas en repostar y llegar de nuevo a la casa para hacer las maletas.
“Recogimos las cosas y queríamos irnos a cualquier otro lugar. Tomamos los computadores, los documentos, dinero en efectivo… Y una muda de ropa. Nada más (...) Dejamos prácticamente botando todo por lo que hemos trabajado”.
En la carretera la situación también fue complicada. “Era un caos total. Había carros que iban en contra dirección, o sea nadie respetaba nada”, dice Villares, que también explica que algunos abandonaron en el arcén de la carretera los vehículos que se averiaron, incluso los de gama más alta.
Una de las cosas que más le impactó fue la desesperación por huir de la ciudad: “Había gente caminando, personas con carritos de niño que iban en la calle haciendo autostop”.
Tras varias horas de mucho miedo e incertidumbre ante la posibilidad de sufrir un ataque o ser inspeccionados por los rusos, Villares y sus acompañantes finalmente llegaron a casa de unos familiares de su novia, en una ciudad ubicada a unas dos horas de Kiev: “Afortunadamente después de dos días de terror pudimos dormir” dice, además de afirmar que ahora, aunque sigue existiendo peligro, se sienten “más seguros”.
La casa donde se están alojando es de la época soviética, por lo que como la mayoría de construcciones de aquel tiempo, tiene integrado un refugio en el sótano, donde bajan cuando escuchan las sirenas.
Lo describe como un lugar “frío” y “húmedo”: No tiene calefacción. Hay una estación con energía eléctrica para cargar teléfonos y hacer bebidas calientes (...) Comúnmente guardan las conservas que hacían en el tiempo soviético. Las abuelitas de mi novia en este lugar guardan las patatas, los jugos…”
Tras unos días en el refugio, Villares ahora se encuentra con su novia en Krakovets, una ciudad ucraniana ubicada cerca de la frontera con Polonia. Una familia les ha acogido. Su suegra tuvo que regresar a Kiev para cuidar a sus mascotas y no pudo volver debido a la falta de combustible.
Desde allí, Villares trata de decidir cuál es el siguiente paso en su vida. Aunque su objetivo es emigrar a otro país europeo, espera que en un futuro "todo acabe" y pueda regresar. “Siento un sentimiento de propiedad. Aunque yo no hable el idioma, no tenga documentos, siento que este también es mi país, y me gustaría ayudar de alguna forma”, explica.
Por otro lado, Villares sostiene que la guerra ha unido a su familia al otro lado del océano. Aunque en el refugio no hay buena señal, habla con ellos a menudo, incluso ha retomado el contacto con familiares con los que no hablaba desde hace años.
La que más sufre es su madre, que le presiona para que vuelva a Ecuador: "He intentado calmar la situación y le digo: “justo antes de esto me dio COVID y no me he muerto, así que Dios tiene planes grandes para mí y Dios está conmigo y estoy más tranquilo”.
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