Jainer Godoy, un comerciante venezolano de 32 años, deambula este mediodía por los angostos pasillos de una verdulería con una bolsa de plástico en mano y un dejo de aspereza en el rostro.
Hurga entre pilas de lechugas, zanahorias y legumbres, tratando de esquivar racimos de plátanos que guindan en tubos cerca del techo de la tienda.
Dice estar más preocupado por el aumento del precio del tomate que de los más recientes acontecimientos ocurridos en el Parlamento nacional, en Caracas, la capital, a 700 kilómetros.
El kilo de la hortaliza roja cuesta esta semana 120 mil bolívares, aproximadamente 1,7 dólares.
“La semana pasada, estaba en 70 mil. Nos estamos comiendo unos con otros. Es una locura todo, compadre”, refunfuña, mientras guarda en su busaca solo unas pocas ramas verdes.
Las tensiones entre el gobierno en disputa de Nicolás Maduro y sus opositores alcanzaron un nuevo pico el 5 de enero, cuando ex aliados de Juan Guaidó, presidente del Parlamento, se aliaron con la bancada del chavismo para escoger una nueva junta directiva del poder legislativo.
La polémica ha acarreado violentos ataques de militantes oficialistas en contra de los diputados de oposición y el bloqueo de sus ingresos al Palacio Federal, donde históricamente sesionan.
También, provocó el llamado a “negociaciones” para una transición gubernamental rápida de parte de Estados Unidos y, en el ínterin, el madurismo subió el salario mínimo mensual.
La seguidilla de noticias significó el reavivamiento de la política venezolana, que había vegetado en los últimos meses con apenas altibajos.
Jainer, hastiado de la enésima polémica de los poderes en Caracas, considera que lo ocurrido en el legislativo se deriva de que sus integrantes están, a su entender, empantanados en corrupción.
“Hay ansias de poder e intereses económicos. Por plata, hacen lo que sea”, afirma.
El joven no pierde la esperanza de que haya cambios políticos o económicos en Venezuela este año, acota, pero comenta que le inquieta, ante todo, la economía de su familia.
“¿Pa’ qué voy a estar pendiente de las noticias políticas?”, comenta, antes de detenerse frente a las zanahorias para calcular cuántas unidades podrá pagar en unos minutos: solo unas pocas.
La encuestadora venezolana Delphos reportó en noviembre pasado que el sentimiento predominante entre la población es la “decepción”: 28,8 por ciento de 1.200 entrevistados dijo sentirse decepcionado de los devenires sociales, políticos y económicos del país.
La crisis política cohabita con la económica en Venezuela. Los precios de bienes y productos aumentaron 7.374 por ciento entre diciembre de 2018 y el mismo mes de 2019, según cifras de la comisión permanente de Finanzas de la Asamblea Nacional.
Y, en ese contexto, la reputación de los políticos va en picada. Según Delphos, la imagen de Guaidó bajó 9,5 por ciento entre la llamada “oposición dura” y 31 por ciento entre los detractores “blandos” de Maduro, cuyo nivel de aceptación alcanzó 22 por ciento.
Guaidó, un día luego de las diatribas de inicio del año parlamentario, admitió que la oposición había cometido errores en el último año e insistió en llamados al pueblo a que le acompañaran al Palacio Federal Legislativo. Su convocatoria no tuvo mayor éxito.
“Esto es un desastre. Ninguna de las partes colabora”, expresa Eduardo Quintero, un joven espigado, de 25 años, mientras aguarda el transporte público en la avenida Delicias de la ciudad.
No espera, afirma, una pronta solución a la crisis nacional. Tampoco está seguro de si votará en las elecciones parlamentarias, que deben realizarse, a más tardar, en diciembre de este año.
Su propuesta para zanjar la polémica del poder es tajante. La explica sin cortapisas.
“Lo mejor es que se vayan todos. Debe haber un cambio de políticos, no de política. La oposición, el chavismo, cada quien tira a su lado”, critica el muchacho, empleado de una agencia publicitaria, empuñando un fajo de billetes de 500 bolívares con el que pagará su pasaje.
Haydé Ocando, asistente administrativa de 32 años, subirá al mismo bus que Eduardo está a punto de abordar. Comenta que no tuvo tiempo de ver en detalle lo ocurrido en el Parlamento.
“Ahorita solo estoy pendiente de (comprar) la comida. Opino lo mismo que él”, dice, más cautivada por cuidar su paso en los escalones del transporte que por Guaidó o Maduro.
Jesús Castillo Molleda, politólogo, advierte que los líderes políticos contemporáneos corren el riesgo de quedar desconectados de la emocionalidad de la gente y de sus problemas cotidianos.
Resalta que las masas en el país no han reaccionado al llamado de Maduro o Guaidó de reaccionar activamente en las calles del país ante lo acontecido en el Palacio Legislativo.
Teme que ello refleje que la gente está ensimismada en el alza del dólar, la imposición del Petro y la escasez de gasolina o agua en vez de en la crisis parlamentaria y sus derivados.
“El venezolano está más concentrado en sus problemas que en los beneficios de la política. La conexión emocional con los líderes no existe”, insiste.
Yosibeli González, una wayuu de 29 años, empleada de una panadería, indica que se enteró “a medias” de la polémica en el Parlamento venezolana, pues está incomunicada en su casa.
Delincuentes robaron hace años los cables telefónicos y del servicio de Internet en su barriada, en el sector Ildefonso Vázquez. Tampoco posee un teléfono inteligente, ni un televisor.
“Una se preocupa por el país, igual. Me encantaría un cambio”, dice, deteniendo por unos minutos su extensa caminata a casa tras culminar su jornada laboral.
Derwin Ramírez, pintor informal de interiores y exteriores, de 40 años, sí pudo ver por las televisoras editorialmente controladas por el madurismo los hechos del Parlamento.
“Esa vaina fue un show político de Guaidó”, comenta, confesándose chavista. Proclama que marcará la boleta del Partido Socialista Unido de Venezuela en los sufragios venideros.
“Si lo dejan trabajar, si quitan el bloqueo económico ‘gringo’, puede ser que el hombre (Maduro) haga algo. Votaría por la revolución. Ahí estamos, con problemas y todo, pero ahí estamos”, dice.
El madurismo, a juicio de Simón Pirela, de 60 años, recobró fuerzas este mes.
“El Parlamento quedó maniatado”, diserta, de pie, apoyado contra un poste de electricidad, a 10 metros de su vehículo. Detuvo su carro hace seis horas cerca de una estación de servicio para garantizar su turno de llenar el tanque al día siguiente. Faltan, al menos, 12 horas más de espera.
“Mirá, yo siempre fui chavista, fui madurista, también, pero esto no lo aguanta nadie”, advierte, quejándose de las condiciones de vida del venezolano promedio y de la crisis económica.
Elizabeth Fontalvo, de 64 años, encargada de una agencia de festejos, ventila los pormenores de la política, sentada sobre un banquillo de cemento, a dos cuadras de distancia, pero en la misma larga fila de la gasolinera. Pernoctará, también, junto a un grupo de vecinos.
Opina que los hechos del Parlamento fueron parte de un “teatro” que atribuye al gobierno madurista. “Ellos están acostumbrados a revertir todo lo que la oposición hace”, señala.
Sospecha que el gobierno en disputa busca ganar oxígeno y tiempo. Dice que votará, solo si se renueva el poder electoral. “Si no, será la misma novela, con los mismos ganadores”, anticipa.
Pirela, el hombre que solitariamente miraba a la nada en aquel poste, pronosticó un escenario similar. Acusó a la oposición de no tener “guáramos”, coraje, para enfrentar lo que viene.
“No le veo salida a esto, así como vamos. ¿Qué más nos puede pasar? En verdad, no sé”, dijo.
La decepción en los políticos era su compañera, mientras aguardaba el arribo de la noche.