Un escándalo en el patinaje artístico marcado por la intriga rusa. Eileen Gu, la nueva campeona china que creció en California. Mikaela Shiffrin, la estrella estadounidense del esquí alpina que se fue con las manos vacías. Todo dentro de un “circuito cerrado” anti COVID orquestado por el gobierno autoritario de China.
Este revoltijo de los Juegos de Invierno en Beijing 2022 llegó el domingo a su fin, coronando un trío de justas olímpicas en Asia, para ahora irse a Occidente hasta por lo menos 2030.
Fueron unos Juegos muy raros y enmarañados. Y, al mismo tiempo, un producto estéril. Fueron unos Juegos vigilados celosamente, la única manera que la China de Xi Jinping podría organizarlos.
La “burbuja” que mantuvo apartados a sus participantes del resto de la ciudad anfitriona — y por extensión al resto del mundo que observaba.
La noche del domingo, Xi y el presidente del Comité Olímpico Internacional Thomas Bach entregaron la estafeta a Milán-Cortina, la sede de los Juegos de Invierno 2026.
“Estrellita ¿dónde estás?” — la canción infantil — puso en marcha un espéctaculo que mezcló un marcado aire occidental con elementos chinos, como bailarines en forma de copos de nieve y tradicionales faroles. La ceremonia estuvo dirigida por Zhang Yimou, quien también se encargó de la apertura.
A diferencia de la primera cita pandémica en Tokio el pasado verano boreal, que se escenificó casi sin público en ambas ceremonias, una modesta pero ruidosa cantidad de espectadores se dispersó por las butacas del “Nido”, el Estadio Olímpico de Beijing. Fue algo medio incongruente, una gala coloridad y vibrante, incluso alegre, características que difícilmente se pudieron palpar dentro de la burbuja china.
“Damos la bienvenida a China como un país de deportes de invierno”, dijo Bach al clausurar los Juegos. Elogió como “extraordinario” el montaje de los Juegos y resaltó el trabajo de las autoridades y el comité organizador por realizarlos de una “manera segura”.
A decir de los datos fríos, estos Juegos fueron todo un éxito. Fueron, en realidad, muy seguros — obviamente bajo los lineamientos en los que los gobiernos autoritarios operan a gusto. Los voluntarios locales, como suele ser, fueron cautivadores y muy colaboradores, recibiendo elogios en la clausura.
También cayó nieve, artificial en gran medida y algo de la auténtica. Las sedes como el Nido y el Centro Acuático — legado de los Juegos de Verano de 2008 en Beijing — cumplieron con las expectativas. Un nuevo sitio — la rampa del Big Air Shougang — captó la atención por recibir a los mejores snowboarders del mundo en lo que hasta pocos años fue una fábrica de acero.
Los índices de teleaudiencia siguieron a la baja, pero los números de streaming aumentaron.
No se registraron mayores problemas logísticas, salvo los creados deliberadamente para impedir la propagación del COVID en el país donde el coronavirus surgió por primera vez hace más de dos años.
Y lo controló. Cumplido el sábado, el circuito que transformó a Beijing en dos ciudades — una cerrada y otra que seguía con normalidad — reportó apenas 463 casos positivos entre las miles de personas que ingresaron a la burbuja desde el 23 de enero. Y para sorpresa de nadie, la prensa oficial reaccionó encantada con estos datos.
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