Las calles de San Martín Jilotepeque en Guatemala --donde son usuales los bulliciosos y coloridos días de mercado-- quedaron atrás. Hoy hay silencio, sin las tradiciones religiosas de Semana Santa, en un pueblo que intenta seguir adelante mientras enfrenta el miedo al coronavirus.
En este pueblo ubicado en el departamento de Chimaltenango, a unos 70 kilómetros al norte de la capital guatemalteca, un reducido número de personas caminaba el viernes por sus calles, algunas con tapabocas, y se apresuraban a hacer sus mandados para volver pronto a sus casas ante la advertencia de las autoridades de que deben permanecer en sus hogares.
El pueblo es en su mayoría agrícola, indígena maya Kaqchiquel, y con gran influencia de migrantes, por lo que las remesas son uno de sus principales sustentos.
La Iglesia Católica canceló las procesiones de Semana Santa, una de las tradiciones religiosas más fuertes de la época para esta comunidad, debido al riesgo de contagio por el virus. Cada procesión aglutina a miles de personas, nacionales y extranjeras, que cada año acuden a ciudades como Antigua Guatemala para apreciarlas.
La Iglesia católica no cerró, pero no quiere mucha gente al mismo tiempo en su templo.
Julio César Fernández, párroco local, optó por sacar a la puerta una imagen de Jesús con la cruz a cuestas este viernes de cuaresma, para que la población muy devota pueda rezarle.
Fernández explica que los obispos católicos han recomendado que “donde fuera posible, las iglesias estuvieran abiertas para que la gente se acercara a rezar”. Por ello, dijo, optó por sacar la imagen de Jesús vestido con una túnica morada, donde varias personas le rezaban el viernes.
Irma Avalos tiene 73 años, es diabética y atiende una panadería local que tiene 85 años de funcionar. Sus padres la fundaron, dice, y por eso no ha querido cerrarla.
“Tengo mucho miedo de la enfermedad, pero el presidente dijo que las panaderías podían seguir funcionando. Por eso mantenemos abierto” explica. Su negocio es uno de los pocos que aún están abiertos, aunque funciona sólo a un 50%.
San Martín Jilotepeque es una zona agrícola y comercial. En el lugar habitan unas 90.000 personas. Casi cada familia tiene un familiar que ha migrado hacia Estados Unido y envía dinero. Según cifras del banco de Guatemala, para 2017, el 66.10 % vivía en pobreza.
Luis Tun, un lustrador de zapatos de 38 años, tiene un puesto comunitario en el mercado, ubicado en la plaza central de San Martín Jilotepeque. El viernes no había atendido a ningún cliente por la mañana pero no tiene de otra más que salir a trabajar, dice.
“Nosotros vivimos del día a día. Yo tengo que salir porque si no, no tengo para comer, Nos exponemos por la pura necesidad. No tenemos un salario fijo, entonces no podemos hacer una despensa y asegurar los alimentos para varios días, tenemos que salir a trabajar”, asegura.
A Tun le preocupa lo que vendrá después del coronavirus: más problemas económicos.
“Aquí la mayoría de gente sobrevive con las remesas y allá la gente ahora no está teniendo trabajo, eso nos va a repercutir aquí”, dice.
Pablo Martín es de los pocos que anda por el pueblo. Tiene 20 años y oye música con sus audífonos mientras camina hacia su trabajo. El joven sastre dice que tiene que trabajar en el negocio familiar y aunque tiene miedo del coronavirus, dice que al pueblo aún no ha llegado ,“aquí aún no hay casos”, dice, entonces cree que aún puede salir al trabajo.
“He escuchado en la radio. A veces me da miedo. Si llega hasta aquí, entonces ya no voy a salir de mi casa”, dice el joven, y agrega que su hermano le ha dicho que podrán hacerse unas mascarillas con una tela que tiene en la sastrería.
El párroco Fernández no sabe hasta cuando las calles permanecerán desiertas, pero mientras tanto, dice, la iglesia intentará llevarle un poco de consuelo a sus devotos.