Tal como los mejores placeres o pasiones de todo ser humano, mi relación con Apple es un vaivén de amor y odio.
Un día de enero en 2005 mi mundo cambio por completo: empecé a gozar de independencia y de más libertad en internet gracias a que compré mi primer computador Macintosh.
Aunque el primer ordenador personal Apple se había lanzado en 1998, yo no había experimentado lo que era manejar este “Rolls Royce”, tanto para mis cosas personales como para el trabajo. Y no solo se trataba de la velocidad con la que operaba este procesador.
Como productora de cine y televisión trabaje por años en compañías de post-producción, donde los sistemas de edición costaban miles de dólares y requerían técnicos especializados.
Sin embargo, el computador de Apple ofrecía una solución accesible que permitía la ejecución completa de muchos programas, sin necesidad de infraestructura y de ingenieros.
Muchos profesionales de la industria de video y la industria gráfica pronto empezaron a celebrar la posibilidad de producir trabajo profesional con bajo costo y alta calidad.
Por otra parte, atrás quedaron las interminables actualizaciones de antivirus y las miles de páginas indeseadas que saltaban a la vista durante mi navegación en la red.
El diseño se paga
Los computadores Apple tienen por tradición un costo más elevado que sus competidores, pero a la larga ese precio garantiza el diseño y la consistencia que la marca ofrece.
Cuando me refiero a diseño, hablo de toda la experiencia. Esa fue para mí la principal innovación de Apple: crear una experiencia que funciona.
Desde el momento en que el público se entera que hay un producto en camino, cuando lo desempaca después de comprarlo, hasta la intuitiva forma de navegarlo, todo ha sido probado y funciona.
Pero además es fresco, relajado, efectivo y sexy.
En momentos en que la gente tiene problemas para encontrar consistencias en los programas en el día a día, los clientes de Apple saben que su dinero es una inversión. O, al menos, eso nos gusta creer.
Apple vende la idea de que las cosas sí funcionan.
Steve Jobs dijo en alguna ocasión a la revista Fortune que “la innovación no tiene nada que ver son el dinero que se tenga".
Cuando Apple sacó su Mac, IBM había gastado por lo menos 100 veces más en investigación y desarrollo. No se trata del dinero. Es la gente que usted tiene, cómo se les guía y que tanto traen ellos al juego”, advirtió Jobs.
Y con esta idea, Steve Jobs, quien hasta este 24 de agosto de 2011 era el presidente de Apple, logró que su compañía pasara de ser un laboratorio de garaje a la empresa más cotizada en la bolsa de valores. Esto último por un par de horas el 10 de agosto de 2011.
No es solo la idea de que el producto es “bueno”, pero también que “soy yo”.
Los productos Apple, muchas veces criticados por tener una arquitectura cerrada, ofrecen a la vez, una gran conexión emocional.
Esto lo logra la empresa con largas etapas de prueba dentro de sus instalaciones.
A diferencia de muchas otras compañías que realizan procesos de investigaciones de mercadeo para aprender que quiere el cliente, Apple desarrolla todos sus productos a solas.
Sólo cuando han superado sus propias pruebas, los usuarios pueden escoger si compran o no el producto.
Casi que Apple espera que sus clientes crean a ciegas.
¿Algo suena familiar? Es un concepto algo religioso y es parte de mis inconvenientes con la imagen de la empresa.
Quienes no utilizan Apple, ven a sus clientes como un “culto” y el problema se agrava cuando quienes compran, se creen la idea de pertenencia exclusiva.
Cuando no se analizan las funciones prácticas que pueden probar el por qué, como por ejemplo, el iPad, que fue lanzado al mercado en abril de 2010, todavía no ha sido igualado en funcionabilidad y diseño por sus competidores. No es sólo creer.
Sin embargo, es también en esta idea de pertenecer “al club”, que bien puede depender el futuro de la empresa.
¿Podrán los seguidores de Apple -la generación Apple como algunos categorizan-, continuar creyendo en la empresa sin un líder a la cabeza?
Personalmente, no creo que exista una generación o "culto" Apple.
Compro sus productos porque funcionan y lo hago desde mucho antes de saber de Jobs.
En definitiva, creo que la empresa continuará en buen camino si puede seguir ofreciendo lo que la ha hecho diferente: una experiencia única.
(Escrito por Diana Logreira, de la Voz de América, el 25 de agosto de 2011, tras la renuncia final de Steve Jobs).