Antes de 1918 –cuando Misisipi se convirtió en el último estado de EE.UU. en exigir a los niños de edad escolar asistir a escuelas públicas o privadas– muchos niños recibían enseñanza por sus padres en su casa o por profesores contratados de manera “informal” por la comunidad.
Muy a menudo, en las zonas rurales, los niños de todas las edades recibían su educación en la misma escuela, de una sola habitación.
Décadas más tarde, en 1980, la enseñanza en los hogares retomó su popularidad entre los padres más religiosamente conservadores, que convencieron a los estados de aprobar y darle crédito a la educación que los niños recibían en su casa.
La tendencia de enseñar en el hogar (en inglés “homeschooling”) ha crecido desde ese entonces, y pasó a incluir a padres de todos los credos – o incluso sin fe alguna.
Por lo tanto, se estima que 1,5 millones de niños estadounidenses –cerca del 3 por ciento de la población en edad escolar- no van a las escuelas cuando abren sus puertas para el otoño.
En vez de eso, uno o ambos de los padres juntarán libros y otros materiales para preparar las lecciones, y enseñarán a sus hijos todo, desde álgebra a zoología en sus salas de estar.
El gran punto a favor de enseñar a los niños en los hogares, según muchos padres, es que los niños reciben sus valores éticos de las personas con quien pasan la mayor parte del tiempo.
Los adultos que optan por quedarse en casa y enseñar a sus niños a menudo están contra las pruebas estandarizadas, porque las ven como un mecanismo mediante el cual las escuelas agrupan a los estudiantes por edad antes que por sus habilidades, y los hacen avanzar de grado independientemente de si hayan comprendido o no lo que estudiaron.
En las casas donde se brinda educación escolar, no es raro encontraron a varios niños entre 4 y 16 años aprendiendo juntos. Los niños mayores ayudan a los más jóvenes, como antes se hacía en las antiguas escuelas de una sola habitación.
Muchos estudiantes que reciben su educación en casa no tienen problemas en sobresalir en varias materias y avanzar hacia la universidad, muchas veces con becas académicas.
Pero los críticos señalan que muchos maestros no tienen la experiencia o las credenciales necesarias. Nadie los supervisa, aseguran. Y los niños salen de las escuelas privados de ciertas habilidades sociales.
Los padres que enseñan en su hogar disputan esta noción de que sus hijos están socialmente aislados y enterrados entre libros. Ellos son simplemente niños trabajadores que se involucran en otras actividades: son exploradores, van a las reuniones de la iglesia, hacen deporte, y van de compras a los centros comerciales junto con amigos que sí van a la escuela.