Cuando la jornada en la escuela termina todos se van a sus casas a descansar excepto uno: la cocina de este lugar. La Cocina Central de D.C. renace cada día después de servir centenares de comidas para colegios y se convierte en un comedor para personas sin hogar y centros de tratamiento contra la drogadicción.
Pero el fundador de la cocina, Robert Egger, asegura que aún tiene una agenda más amplia. "No es sólo alimentar a la gente, vamos a liberar a las personas”.
Egger comenzó hace 20 años con esta iniciativa, cuando todavía estaba en el negocio de las discotecas. Una tarde, mientras ayudaba a un grupo de voluntarios a distribuir alimentos, se sorprendió al conocer cuánto cuesta.
"Pensé: 'Los restaurantes tiran mucha comida; uno siempre conoce a alguien que la necesita, asíq ue podría conseguírsela y darle uso. Se puede alimentar a más gente con mejor comida y por menos dinero'", explica.
Robert comenzó su propia misión para alimentar al hambriento a través de un curso de enseñanzas culinarias. El día que se graduó Egger dijo que todo estudiante de esta profesión tenía un trabajo.
La comida que los restaurantes de Washington donan de los restos ahorra $5 millones de dólares al año, asegura. “Así, el tratamiento contra la drogadicción, por ejemplo, puede llegar a más gente, gracias a programas como este, que proporcionamos la comida a estos centros”.
Mientras corta los melones, el chef Jerald Thomas explica que se sumó a la cocina tras recuperarse del alcoholismo. Ahora, diez años después, dirige la cocina. “Es un problema global y cuando Robert empezara a alimenta a 150 personas en 1989, nadie pensó que llegaría a cocinar para las 4.500 que hubo en 2010”.
En Estados Unidos cada año se gastan cerca de $300 mil millones de dólares en caridad, explica Robert, Sin embargo, “hay tantos niños pobres en la calle como lo había hace 40 años”, asegura.
Repensar la forma de ayudar
Egger cree que la organización tiene éxito porque da un giro a los métodos tradicionales de la filantropía. “Usamos la comida que se desperdicia, la que la gente no valora. Los voluntarios quieren ser parte de algo poderoso: una cocina que estaba infrautilizada, simplemente reorganizando las cosas que ya estaban allí”, advierte.
La comida está funcionando como se pretende: para fortalecer los órganos y la autonomía de las mentes, asegura Egger.