La revelación esta semana por el diario The New York Times de que al Qaeda se esfuerza en reclutar y entrenar a estadounidenses y otros occidentales en Siria para que de regreso a sus países lleven a cabo ataques, pone de manifiesto una vez más que la red terrorista es aún un peligro latente para EE.UU.
Funcionarios de inteligencia citados por el periódico dijeron que al menos 70 estadounidenses viajaron a Siria o intentaron hacerlo desde que el conflicto armado dio inicio hace tres años en esa nación, y que el hecho constituye en este momento una prioridad para Washington en la lucha antiterrorista.
El director del FBI, James Comey, declaró hace un par de días que el asunto es la primera de las prioridades contra el terrorismo de su oficina y que sus agentes seguían el rastro las 24 horas a algunos de esos individuos para ver qué hacían.
Comey dijo a la prensa que su gran preocupación es que alguna gente “pueda ir a Siria, hacer relaciones, aprender nuevas técnicas, transformarse en personas más peligrosas y volar de regreso al país”.
Las fuentes señalaron que aunque no todos los que han regresado de Siria son considerados yihadistas— seguidores de la guerra santa islámica que profesan una violenta ideología contra EE.UU.—, algunos sí son sospechosos de simpatizar con al Qaeda.
Agentes antiterroristas en el Reino Unido y otros países europeos han resaltado su dificultad en identificar a residentes en el viejo continente que se han infiltrado en Siria, ya que se estima que cientos de extranjeros, muchos de ellos extremistas islámicos, penetran todos los meses atravesando la frontera desde Turquía.
Expertos creen que al menos mil 200 musulmanes europeos han viajado a Siria para integrarse a las fuerzas rebeldes que se enfrentan al gobierno de Bashar al Assad.
Un memorando confidencial fechado el 26 de noviembre último por el coordinador antiterrorista de la Unión Europea, Gilles de Kerchove, indicaba que ya se tenía noticia de los primeros que habían regresado de Siria y que había casos de individuos “que seguían viajando de ida y vuelta”.
Hasta ahora solo se conoce de la muerte de un estadounidense en Siria, Nicole Lynn Mansfield, de 33 años y convertida al Islam. Su familia ha dicho que no era una terrorista, pero Mansfield participó en varias manifestaciones antijudías en Michigan antes de sumarse a los rebeldes sirios.
Otros casos reportados el año pasado de estadounidenses que combatieron en Siria o intentaron hacerlo fueron los de Sinh Vinh Nguyen (de California); Eric Harroun (Arizona); Amir Farouk Ibrahim (Pennsylvania), y Abdella Ahmad Tounisi (Illinois).
El 2 de noviembre Basit Javed Sheikh, de 29 años, un inmigrante paquistaní residente en Carolina del Norte, fue arrestado antes de abordar un vuelo rumbo al Líbano y acusado de apoyar a terroristas tras confesar a un informante del FBI que planeaba combatir en Siria con Al Nusra, grupo afiliado a la red al Qaeda.
Funcionarios de inteligencia citados por el periódico dijeron que al menos 70 estadounidenses viajaron a Siria o intentaron hacerlo desde que el conflicto armado dio inicio hace tres años en esa nación, y que el hecho constituye en este momento una prioridad para Washington en la lucha antiterrorista.
El director del FBI, James Comey, declaró hace un par de días que el asunto es la primera de las prioridades contra el terrorismo de su oficina y que sus agentes seguían el rastro las 24 horas a algunos de esos individuos para ver qué hacían.
Comey dijo a la prensa que su gran preocupación es que alguna gente “pueda ir a Siria, hacer relaciones, aprender nuevas técnicas, transformarse en personas más peligrosas y volar de regreso al país”.
Las fuentes señalaron que aunque no todos los que han regresado de Siria son considerados yihadistas— seguidores de la guerra santa islámica que profesan una violenta ideología contra EE.UU.—, algunos sí son sospechosos de simpatizar con al Qaeda.
Agentes antiterroristas en el Reino Unido y otros países europeos han resaltado su dificultad en identificar a residentes en el viejo continente que se han infiltrado en Siria, ya que se estima que cientos de extranjeros, muchos de ellos extremistas islámicos, penetran todos los meses atravesando la frontera desde Turquía.
Expertos creen que al menos mil 200 musulmanes europeos han viajado a Siria para integrarse a las fuerzas rebeldes que se enfrentan al gobierno de Bashar al Assad.
Un memorando confidencial fechado el 26 de noviembre último por el coordinador antiterrorista de la Unión Europea, Gilles de Kerchove, indicaba que ya se tenía noticia de los primeros que habían regresado de Siria y que había casos de individuos “que seguían viajando de ida y vuelta”.
Hasta ahora solo se conoce de la muerte de un estadounidense en Siria, Nicole Lynn Mansfield, de 33 años y convertida al Islam. Su familia ha dicho que no era una terrorista, pero Mansfield participó en varias manifestaciones antijudías en Michigan antes de sumarse a los rebeldes sirios.
Otros casos reportados el año pasado de estadounidenses que combatieron en Siria o intentaron hacerlo fueron los de Sinh Vinh Nguyen (de California); Eric Harroun (Arizona); Amir Farouk Ibrahim (Pennsylvania), y Abdella Ahmad Tounisi (Illinois).
El 2 de noviembre Basit Javed Sheikh, de 29 años, un inmigrante paquistaní residente en Carolina del Norte, fue arrestado antes de abordar un vuelo rumbo al Líbano y acusado de apoyar a terroristas tras confesar a un informante del FBI que planeaba combatir en Siria con Al Nusra, grupo afiliado a la red al Qaeda.