SAN SALVADOR – Los centroamericanos viven un diciembre lleno de cultura, religiosidad y unión familiar. Esos días es común ver a las abuelas o a los niños de la casa adornando el árbol de Navidad, preparando el pesebre donde nacerá Jesús y planeando cuándo comprarán los ingredientes para preparar las cenas de Navidad y de Año Nuevo.
En Guatemala, El Salvador y Honduras, los mercados se transforman: aparecen las flores de pascua, las luces envuelven los árboles, las cascadas iluminadas visten de Navidad las casas y la venta de pólvora. También hay pesebres por doquier.
La religiosidad
Cuatro semanas antes de Nochebuena, las posadas empiezan a recorrer las calles de los pueblos y barrios centroamericanos.
Los parroquianos llevan las figuras de José y María embarazada en busca de una casa que los reciba, y acompañados con el sonido de panderetas y carapachos de tortuga cantan: “¡En el nombre del cie-e-e-lo, o-o-os pido po-sa-a-a-da!”. Las casas se preparan para recibirlos con tamales y ponche después de una oración.
El 7 de diciembre, al caer el sol en Guatemala, las calles se llenan de fogatas en las que se quema basura y cosas viejas, también piñatas en forma de demonio rojo, como parte de una tradición conocida como “la quema del Diablo”, en la víspera de la fiesta católica de la Virgen Inmaculada Concepción. Esta tradición simboliza la purificación previa al paso procesional de la Virgen y el Nacimiento de Jesús, luego de la Nochebuena.
Pero la tradición que une a El Salvador, Honduras y Guatemala es el nacimiento de Jesús el 24 de diciembre en la medianoche: el Niño Dios, María, José, los Reyes Magos, la mula y el buey son las imágenes de barro más vendidas en los mercados de estos países. No faltan además las figuras de ángeles, ovejas y pastores.
Hay pueblos en Guatemala donde tropicalizan esos pesebres y en lugar de solamente figurar el nacimiento de Jesucristo en un portal de Belén lleno de musgo y piedras, los misterios agregan la memoria de los pueblos indígenas y sus formas de vida: mujeres indígenas haciendo tortillas de maíz y niños jalando agua de los ríos hasta sus casas.
Las fiestas
¡En la fiesta se estrena! Una camisa, un pantalón, un vestido o un outfit nuevo. “El estreno” es tradición en El Salvador y Guatemala, y se luce durante la cena de Nochebuena.
Y es que las cenas del 24 y 31 de diciembre son para muchos las más importantes del año: las familias centroamericanas preparan pavo en salsa criolla, gallina rellena con papas o tamales: un tradicional platillo de masa de maíz relleno de pollo, verduras o plantas de la región como la mora o el chipilín.
Si sobra comida, el famoso “recalentado” del día siguiente es regla. En la casa de los centroamericanos nada se desperdicia.
¿Y se bebe? ¡Lo de todo el año! En El Salvador se planea no solo la cena, sino también la bebida que puede dejar a muchos sin ponerse de pie para bailar las cumbias de los Hermanos Flores o la Orquesta San Vicente.
Las cervezas, el vino y las bebidas alcohólicas en general bajan de precio en los supermercados, y los estantes quedan casi vacíos previo a la Nochebuena y el Año Nuevo.
Los hondureños y los guatemaltecos hacen sus propias bebidas espirituosas: el rompope, de Honduras, se prepara con leche, canela y huevo. ¡Ah, y lleva piquete (licor) si lo desea! En Guatemala, la bebida navideña por excelencia es el ponche de frutas, elaborado con caña de azúcar, manzana, piña y plátano.
Para muchos la cercanía de la Navidad sirve de excusa para comer mejor: en estos países aumenta la venta de uvas y manzanas. Si el dinero no alcanza, los mercados venden ocho onzas de fruta o incluso cuatro, con tal de que el comprador pueda tenerlas en su mesa durante las fiestas.
En Nochebuena no falta la música, desde los villancicos tradicionales como “Noche de Paz” y “Los peces en el río”, hasta las cumbias de Aniceto Molina o la Sonora Dinamita, antes o después de medianoche.
Mujeres, hombres y niños bailan al ritmo de la música y de los cohetes que suelen ensordecer a más de alguno.
Además del olor de la cena navideña, la Nochebuena huele a pólvora. Las famosas “metralletas”, a cargo de los adultos, tapizan con papel las calles y el cielo se ilumina con fuegos artificiales y luces de bengala. Los niños por su parte queman volcancitos y los más pequeños estrellitas.
En Centroamérica, los niños también esperan a Santa Claus, algunos le escriben cartas en las que le dicen cómo se han portado todo el año y, si se han portado bien, le piden los juguetes que quieren recibir como regalo en Nochebuena.
El abrazo es infaltable. “¡Faltan 5 pa’ las 12, el año va terminar me voy corriendo a mi casa a abrazar a mi mamá!”, dice la canción. No se sabe si de esta melodía de Néstor Zavarce proviene la tradición del abrazo, pero cuando el reloj marca las 12 (cero horas) en esas fiestas muchos suelen buscar a su mamá, papá, hermanos, abuelos o vecinos para dar un reconfortante abrazo de Año Nuevo.
Tras la fiesta
Amanece, es Año Nuevo, pero la fiesta continúa.
En El Salvador, las playas se llenan de familias y, como el país es el más pequeño de Centroamérica, también se pueden visitar las montañas donde abundan restaurantes que venden sopa de gallina, la que algunos buscan con ansias luego de la Nochevieja.
Desde entonces hasta mediados de enero, cuando un centroamericano se encuentra con otro al que no ha visto desde diciembre, lo saludará con un “¡feliz año!”.
Si no lo han hecho antes, el 1 de enero y los subsiguientes días son ideales para que algunos, sobre todo los más jóvenes, hagan sus resoluciones de año nuevo.
Entonces se hacen propósitos como ir al gimnasio, inscribirse a clases de Inglés, ahorrar para cambiar de carro o simplemente dejar de fumar. En diciembre, cuando ya piensen en la próxima Navidad, estará claro si cumplieron o no esas metas.
¡Conéctate con la Voz de América! Suscríbete a nuestro canal de YouTube y activa las notificaciones, o bien, síguenos en las redes sociales: Facebook, Twitter e Instagram.