Ali Sánchez se levanta todos los días a las ocho de la mañana. La migrante venezolana sale de la habitación que comparte con otros 30 migrantes en un albergue de Ciudad Juárez, México, y se dirige a la cocina donde elabora el desayuno para todos los que allí residen.
La mujer de 28 años viste una gorra roja con una pequeña bandera de Venezuela al frente, y un abrigo para cubrirse del frío característico de la ciudad en enero. A su labor se une María, una migrante mexicana que como Ali, lleva cerca de cuatro meses en el albergue El Buen Samaritano.
Un grupo de periodistas llegamos hasta allí cuando la avena y el café para el desayuno estaban casi listos. Un gran salón con mesas y sillas, al que se refieren como el “comedor” ofrece una pequeña ventana hacia la cocina, donde se ven Ali y María en sus labores.
Aseguran que se conocieron en el refugio, y que los meses de convivencia las ha llevado a ser amigas y confidentes en el proceso de encontrar una vía para cruzar a Estados Unidos. Ambas esperan con sus hijos menores de edad una cita de CBP One, la aplicación que permite reservar un espacio para presentarse ante un oficial migratorio en el punto fronterizo entre Ciudad Juárez y El Paso, Texas.
Ali está embarazada, en su primer trimestre, y asegura que tener acceso al refugio es “muy bueno” pues le permite a su esposo trabajar en el mercado y ahorrar dinero para su llegada a EEUU. En el albergue no pagan arriendo, ni comida.
En medio de la conversación, llegan al comedor un hombre con su hija pequeña y un galón de leche en mano. La pequeña se acerca a la cocina, pide a Ali un plato de cereal, y regresa a comer con su padre. Segundos después entra el hijo de Ali, un pequeño de seis años, con un juguete en la mano, emocionado de mostrarle a su mamá.
Tomó unos pocos minutos para que el área que antes estaba sola y fría, se convirtiera en un comedor comunitario donde los niños corrían alrededor, jugando entre ellos y disfrutando del desayuno.
Su rutina, este día, no era como cualquier otro. Nuestra presencia como periodistas era inusual para los pequeños. Entre cámaras, estabilizadores, trípodes y micrófonos, cada aspecto tecnológico parecía un mundo nuevo para los niños. Fue solo al usar el dron que decidieron acercarse a hablar con nosotros.
En visitas pasadas a la frontera, la distancia de los menores es nuestra práctica común. Sin embargo, en este momento, decidimos ser niños de nuevo y darles a esos pequeños, que cruzaron kilómetros hasta México, un momento de juego.
Juntos saludábamos la cámara en el dron, mientras preguntaban ansiosos cómo algo tan pequeño podía volar tan alto. “Este es el mejor día”, expresó uno de ellos. Al preguntar si se conocían entre ellos, aseguraron que se habían hecho amigos en el refugio, que durante semanas ha sido su único centro de juego.
A los migrantes los rodea en el refugio múltiples imágenes, mapas y carteles informativos que buscan alejarlos de la desinformación. Algunos, explican qué es la extorsión, cómo cuidarse de fraude migratorio y cómo identificar noticias falsas.
“Soñamos con pasar (a EEUU), conseguir un trabajo para tener una estabilidad. Uno no pide lujos, solo pide estabilidad. Que el niño tenga un buen estudio… que crezca sin ver tanta delincuencia”, nos dijo Ali.
El pastor Juan Fierro García, encargado del albergue, detalló que de la capacidad de 180 personas que han alcanzado en el edificio, actualmente refugian a 33 personas. “La mayoría de los migrantes llegan pero se van y se entregan… estamos viendo que con la aplicación de CBP One se está tardando mucho, entonces las personas se desesperan por cruzar pronto”, agregó.
Las autoridades fronterizas aseguraron a la Voz de América que los 1.450 turnos disponibles a diario para todos los puntos de cruce están siendo llenados a tope. La Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP, por sus siglas en inglés), reveló que en diciembre procesaron a 45.770 individuos con la plataforma en todos los puertos de entrada.
Ali, por su parte, dijo estar dispuesta a esperar “lo que fuera necesario” pues no se “atrevía” a cruzar irregularmente y “arriesgar ser separada de mi niño”.
Fierro García, agregó que mientras están en el refugio, los menores también pueden recibir educación, y todos los migrantes reciben atención psicológica y ayuda espiritual. Allí, apuntó, busca que “se sientan en casa”.
“Ellos vienen ariscos, piensan que les vamos a hacer daño, y poco a poco van agarrando confianza, van desarrollando las actividades que tenemos”, agregó el pastor.
Cada migrante recibe en el refugio una labor que hace de manera voluntaria a cambio de los servicios. Algunos se encargan de la cocina, mientras otros están al frente de la limpieza.
“En los primeros días que llegan, ellos sienten temor, no saben todavía si están en un lugar seguro o no. Todavía hay recelo hasta que, con el tiempo, ellos se van dando cuenta que es un lugar seguro donde pueden estar con su familia, con sus hijos, o los que vienen solos pueden estar aquí conviviendo con otras personas”, explicó Fierro García.
Al salir del refugio, el pastor dejó en claro que pese a la merma actual de migrantes, los organizadores no bajan la guardia ante un posible nuevo aumento de personas buscando refugio como parte de la naturaleza cambiante de los flujos migratorios.
“Son seres humanos que necesitan esa atención, sean poquitos, sean muchos. Entre más acercamiento tengamos con ellos, van a tener una mejor vida y van a tener mejores oportunidades y van a pensar mejor”, concluyó.
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