Gelacio Segundo Vicuña Sánchez, un venezolano de 63 años contagiado de COVID-19, pidió ir al baño en su segundo día de aislamiento en el Hospital Universitario de Maracaibo, a finales de julio.
Caminó por los pasillos del centro asistencial, temeroso de que algún miembro del personal sanitario lo detuviera. Tan solo un agente de la Policía Nacional Bolivariana le preguntó quién era, mientras caminaba hacia una de las salidas.
- ¿Usted quién es, a dónde va?
- Soy trabajador de albañilería del hospital.
Lo dejó pasar. Presuroso, Gelacio caminó hacia uno de los accesos de servicio del hospital, considerado el de mayor capacidad de atención sanitaria en Maracaibo, capital del estado más poblado de Venezuela, Zulia.
Sus últimas horas habían rozado lo terrible. Su visita a un centro de diagnóstico integral de Cabimas para chequearse una supuesta gripe, tres días antes, terminó en su aislamiento y traslado a un hospital de otro municipio.
No pudo comunicarse con sus familiares, ni siquiera antes de que lo trasladaran a Maracaibo en una ambulancia del Estado, apiñado con otros contagiados.
Ya estaba muy delgado y frágil por la enfermedad cuando lo ingresaron al hospital, bautizado como “centinela” para pacientes positivos por COVID-19 por el ministerio de Salud del gobierno en disputa de Nicolás Maduro.
Pasaron dos horas antes de que le asignaran una cama. Esteban Vicuña, su sobrino, denuncia las desatenciones que recibió durante el ingreso hospitalario.
“Le alternaban el oxígeno con otros pacientes, un rato para cada cual. No les daban agua ni comida, solo un suero el primer día y otro, el segundo”, cuenta a la Voz de América, días después de publicar un tuit con la historia de su tío.
El detonante para que decidiera evadir el ingreso fue las tantas horas que tardó el personal del hospital en retirar los cuerpos de dos pacientes fallecidos en camas cercanas.
“Una enfermera le explicó que solo había cuatro camilleros para todo el hospital”, con capacidad para atender cerca de 2.000 pacientes, relata su sobrino, nacido en Venezuela, hoy residente en El Salvador.
Sin transporte alguno en la ciudad por la pandemia, Gelacio caminó durante horas y logró un par de aventones el día de su fuga, el 29 de julio, hasta llegar al Puente sobre el Lago de Maracaibo, la única vía de acceso a la Costa Oriental, tierra rica en petróleo, pero venida a menos en las últimas dos décadas.
En la cabecera oeste de “El Coloso”, el segundo puente más extenso de América Latina, de 8,6 kilómetros, contó cuán mal se sentía a los militares que custodian sus accesos. Lo montaron en un vehículo y lo llevaron hasta el otro extremo.
Allí, logró que otro chofer desconocido lo llevara a su venta de cauchos, en la autopista Lara-Zulia, cerca de su natal Cabimas, ya a 50 y tantos kilómetros de distancia del hospital de donde se evadió a primera hora de aquel miércoles.
El gobierno en disputa ha admitido que Venezuela encara “un problema” con la pandemia, pero dice confiar en que las medidas adoptadas por su despacho, como la radicalización de la cuarentena en los estados más afectados, y las prevenciones ciudadanas permitirán detener el nuevo coronavirus.
“En cuarentena estoy dedicado las 24 horas a esta batalla tan dura que nos ha tocado pero de la que vamos a salir victoriosos”, dijo a finales de julio.
Incertidumbre y evasión
La escasez de gasolina y la cuarentena “radical” decretada por el gobierno en disputa de Nicolás Maduro en Zulia -donde estaba prohibido movilizarse entre municipios- impidieron a su familia viajar desde Cabimas a la capital para saber dónde y cómo se encontraba.
No supieron de él por días. Uno de sus sobrinos, residente de un municipio vecino, San Francisco, sorteó puntos de control de las policías para llegar a las puertas del hospital.
En la emergencia, solo le dijeron que su tío estaba “bien”, “evolucionando”. Al día siguiente, el 29, la información fue diferente. “No tenemos información de tu tío”, le comentaron.
Sus familiares temieron enseguida su fallecimiento. El sobrino de Gelacio fue a la morgue del hospital con su cédula de identidad venezolana. No estaba.
Dos horas pasaron antes de que una enfermera le confirmara: “La encargada de ese piso nos dice que su tío se fue. No está en el hospital”.
La incredulidad reinó entre los Vicuña Sánchez. Llegaron a pensar que sí había muerto, pero que sus restos estaban varados en algún pasillo del hospital.
Venezuela registra 30.000 contagios y 259 muertes por COVID-19, según el recuento de las autoridades sanitarias de Maduro, mientras gremios de salud denuncian que hay crisis y condiciones deplorables en los centros asistenciales.
La llamada de un vecino de la cauchera les confirmó que Gelacio había huido del Hospital Universitario de Maracaibo y que ya estaba en Cabimas.
Su estado de salud era débil. Lo trataron en casa con medicamentos recetados por médicos amigos. Le buscaron una bombona de oxígeno, reforzaron su alimentación. Mejoró en los siguientes tres días. “Tenía otra cara”, dice Esteban.
Se le hizo imposible respirar, sin embargo, luego de aquellas primeras 72 horas de vuelta a su hogar. Junto a su esposa e hijo, ambos también positivos por COVID-19, pero asintomáticos, murió a las 6:00 de la tarde del 2 de agosto.
La prensa local reportó a principios de junio que al menos 19 pacientes se habían evadido de centros asistenciales de la región, hastiados de la mala atención. El gobernador Omar Prieto ha denunciado casos como el de Gelacio.
“Hay personas que son confirmadas (de COVID-19) y se nos pierden. Es un delito”, dijo en público. Aquellas fugas derivaron en la conformación de un grupo policial especial para capturarlos y llevarlos a los CDI cercanos.
Dos semanas antes de la fuga de Gelacio, el gobierno en disputa comunicó la destitución del director del hospital Universitario de Maracaibo, Mervin Urbina, y el mismo Prieto denunció que una “mafia” se había instalado en ese centro de salud.
“Lo que conseguimos en el Hospital es de profunda preocupación. El Hospital Universitario no puede seguir siendo un centro de salud donde no se piense en el detalle, en el paciente que entra a la emergencia”, admitió entonces.
En el hospital “centinela” de Maracaibo, incluso, se constituyó una brigada especial de 50 agentes de inteligencia para mantener el control interno.
Esteban, su sobrino, ilustró la odisea de su familiar en un tuit compartido 12.000 veces en los últimos 12 días. “Prefirió morir dignamente en su casa, no en un campo de concentración”, escribió una hora luego de su muerte.
Gelacio será siempre el tío dicharachero de Esteban, dice, el que frecuentemente sorprendía a los niños de la familia con regalos en diciembre o en cumpleaños.
“Siempre alcanzaba lo que se proponía”, recuerda, incluso si su plan involucrara evadirse de un hospital atestado de crisis para poder fallecer entre los suyos.
(*) La Voz de América reconstruyó la historia de Gelacio Segundo Vicuña Sánchez, venezolano, gracias a los detalles aportados por su familia, especialmente por su sobrino, Esteban Vicuña, hoy residente de El Salvador.