No le importaron los malos augurios de que en Estados Unidos se moriría de hambre tocando el cuatro venezolano. Henry Linarez desembarcó hace 5 años con una visa de trabajo apremiado por la crisis en Venezuela, y decidió tocar donde pudiera, y enseñar los secretos de su instrumento a quien se animara.
“Llegué con mi cuatrico bajo el brazo, solo, como con cien dólares… mi primo Daniel me brindó su casa”, relata el músico.
Linarez, nacido en Barquisimeto en 1980, dijo a la Voz de América en su casa de Miramar en el condado de Broward, que su primer encuentro con el cuatro fue a los pocos meses de nacido: su familia tenía un grupo llamado 'Llanto de Negros'; tiene fotos donde su padre toca para él, recién nacido, sentado en un coche, por la casa… en un hogar que olía a música.
Lo demás vino solo, a los 8 años en un festival infantil: “me gané mi primer cuatro cantando”, y asegura que aquel pequeño instrumento de madera lo conserva en su natal Venezuela.
“Ya en la adolescencia me senté a estudiar el cuatro, me sentaba con mi papá, le preguntaba una y mil veces: cómo son estos acordes, cómo se llaman”, rememora, tratando de explicarse como trasladó sus estudios de guitarra al típico instrumento que le ha dado la vuelta al mundo.
De los Llanos al reguetón
Los nombres del caraqueño Fredy Reyna -una especie de gurú que le dio un giro increíble al movimiento cuatrista en Venezuela-, Asdrúbal José “Cheo” Hurtado, Augusto Ramírez Gamboa (El Tigre, Anzoátegui), Edward Ramírez o el renovador Rafael “Pollo” Brito han significado una palanca para un instrumento que tiene orígenes europeos en siglos pasados.
Sea el cuatro criollo, el cuatro llanero o el cuatro venezolano, la magia de este pedazo de madera radica en sus cuatro cuerdas que han redondeado un mundo que le permitió salir de los llanos, colarse en los salones y estar hoy entre las opciones de músicos que valoran su potencial y le han abierto las puertas a la balada, la música clásica y hasta el reguetón.
Linarez hace un alto en la conversación y exclama: “Sí, en el reguetón”, porque varios lo han sumado, dice eufórico.
"Nacho", el popular músico venezolano ya lo ha incorporado, y hace dos años la superestrella y Linarez hicieron un aparte para hacerse acompañar en una canción típica que recibió muchos aplausos.
Además de giras que lo han llevado a varios países de Europa, Latinoamérica y varias ciudades estadounidenses, Linarez, ha grabado y compartido escena con importantes personalidades artísticas de su país e internacionales como Gualberto Ibarreto y el desaparecido Simón Díaz, el jazzista cubano-estadounidense Arturo Sandoval, y las españolas Rosario y Lolita Flores entre otros.
Es Cheo Hurtado, uno de los más famosos intérpretes del cuatro, el que da el timonazo, explica Linarez, cuando en abril de 2004 crea “La siembra del cuatro”, un festival en donde, asegura: “nos unimos muchos cuatristas, había cuatristas de todo el país, nos fuimos a la capital y nos conocimos (…) el instrumento tiene un antes y un después de ese 4 de abril del año 2004”.
Camino al exilio
Henry Linarez salió al exilio siguiendo la misma ruta que han seguido millones de personas durante siglos, dejando la tierra que los vio nacer y echando amarras en otro sitio.
“Me pasó que la misma emigración venezolana ayudó a que en empresas, reuniones en casa, en festivales… hay una demanda de música venezolana”, pero el inicio fue errático, dice, y recuerda que tocó el bajo por una semana “pero me salían ampollas que no me dejaban tocar el cuatro que a mí me gusta”.
Lo demás es una película familiar para muchos: llegar con unas monedas en el bolsillo, vivir en casa de un familiar, juntar unos dólares para traer a tu esposa y tocar de puerta en puerta para convencer a otros de aprender a tocar su extraña y diminuta guitarra.
“A veces no me pagaban, a veces tocaba por una propina, sacaba veinte dólares, pero a veces no sacaba nada. Sentía que estaba perdiendo mi vida, pero me dije: ‘me voy a encerrar en esta burbuja y voy a tocar”, asegura el músico y docente venezolano.
Ahora se ha embarcado en la grabación de dos discos con sus propios medios, mostrándole su trabajo a ingenieros, a productores, empresarios, a gente que quieran ayudarle. La ayuda de los venezolanos, enfatiza, es de gran valía. “Grabar un disco no es fácil, nunca lo ha sido, pero acá es más difícil, porque la industria es muy exigente”.
Un momento especial lo deja para su esposa Rebeca, a quien agradece su dedicación. Cuanta que como ella no tenía permiso de trabajo se dedicó a estudiar sonido y grabación, “ha sido una gran mujer, que me ha ayudado muchísimo, se lo agradeceré por siempre: cosas que en un estudio me costarían mucho dinero… ahora en mi casa puedo grabar”.
“Soy un apasionado de este instrumento y me voy a morir tocando el cuatro”, dice y sonríe mientras rasga y percute sobre sobre la madera.