Su máquina registradora es una caja plástica de herramientas.
Jesús González, un venezolano barbudo, de 44 años, la abre bruscamente, sentado tras una vidriera atiborrada de comida frita en el restaurante Las Palmas del centro de Maracaibo, en el estado venezolano de Zulia.
En ella, se entremezclan un rollo de cinta adhesiva blanca, cuatro billetes de bolívares venezolanos y tres dólares estadounidenses.
El hombre, encargado del local, extrae el dinero. Manosea las divisas extranjeras, sentado en su banquillo con una amplia sonrisa, mientras atiende a una clienta.
Obtuvo los billetes extranjeros gracias a la venta de seis pastelitos de queso y sodas a tres clientes distintos en las primeras horas del día.
“Acá se está moviendo mucho la venta en dólares”, refiere desde su puesto, jovial, a las 12:30 del mediodía.
La tienda lleva 60 años abierta en el mismo lugar, a solo metros de la catedral, la Plaza Bolívar y la sede del poder legislativo local. Nunca, eso sí, había facturado tanto en moneda foránea como en los últimos meses.
Jesús comenzó a aceptar la moneda norteamericana el año pasado. Si bien las ganancias son modestas, no menos de cinco comensales le pagan con ella todos los días. “Ya es común”, asegura.
El dólar es el emperador de la economía en Maracaibo, la ciudad más poblada de Venezuela luego de la capital, Caracas, con 1.7 millones de habitantes.
El 57 por ciento de las transacciones comerciales en Maracaibo se pagan con divisas estadounidenses, afirma Asdrúbal Oliveros, economista y director de la firma consultora Ecoanalítica. Es la ciudad pionera en Venezuela en ello.
Cuatro de cada 10 transacciones del país se hacen en moneda estadounidense, detalla. La hiperinflación es la razón principal.
Venezuela experimenta desde hace cuatro años el aumento frecuente de los precios de todos sus productos, bienes y servicios.
La inflación entre agosto de 2018 y el mismo mes de 2019 fue de 135.379,8 por ciento, según cálculos de la Comisión de Finanzas del Parlamento nacional.
Y, ante esa volatilidad, hasta el actor económico con roles menores busca refugio.
“Un país que sufre hiperinflación termina migrando hacia una moneda dura, porque es más fácil. Te permite mantener valor y los precios en bolívares sufren cambios extremadamente bruscos”, diagnostica Oliveros.
El expresidente Hugo Chávez activó en 2003 un control de cambio de divisas en Venezuela que todavía persiste. Él y Nicolás Maduro, su sucesor, realizaron dos reconversiones monetarias en 2008 y 2018 que eliminaron ocho ceros del valor nominal del bolívar para combatir la inflación.
En Venezuela, era ilegal transar en dólares hasta agosto de 2018, cuando el gobierno madurista derogó la derogación de la Ley de Ilícitos Cambiarios.
Maduro ha atribuido reiteradamente parte de la inestabilidad económica a páginas web que fijan el precio diario del dólar paralelo en Venezuela, manejadas, a su juicio, desde el exterior con fines políticos.
En mayo pasado, afirmó que Venezuela ya se estaba librando del dólar como mecanismo financiero. “Un pueblo le está diciendo al mundo: ‘sí se puede, sí se puede producir, sí se puede vivir, sí se puede funcionar sin el dólar’”, dijo.
El dólar, sin embargo, es termómetro del intercambio comercial en Maracaibo. Fija presupuestos de mecánicos de carros y salarios de agentes de vigilancia privada en condominios. También, determina precios de plátanos y legumbres.
Sirve para pagar la gasolina de particulares en estaciones de servicio, comprar una bolsa de 10 panes salados, fotocopiar algún documento y saldar cuentas con proveedores de Internet.
Hay tiendas por departamento que incluso discriminan a sus clientes en dos categorías: aquellos que pagarán con bolívares en efectivo, por punto electrónico de venta o transferencia entre bancos venezolanos; y quienes cancelarán con dólares estadounidenses, bien sea con billetes y transferencias entre cuentas norteamericanas.
Las filas de clientes que disponen de dólares en esos locales son generalmente más largas que las de aquellos amparados por la moneda local.
Un dólar es suficiente en Maracaibo para comprar desde un par de plátanos hasta una chicha. Luis Colmenares, vendedor ambulante de la bebida artesanal de arroz y leche de vaca, siempre negocia su producto en billetes extranjeros.
“Es frecuente”, asegura, a la espera de clientes a las afueras de un colegio privado del sector Bella Vista. Ocasionalmente, grita alguien desde un carro: “mirá, tengo un billete de un dólar. ¿Me dais una?”.
El vendedor accede a venderle hasta dos pequeñas por el monto. Luis es parte de la nueva cadena económica: vende, recibe su dólar y va a un abasto cerca de su vivienda, en un sector populoso, para intercambiarlo por alimentos.
“Raro es que me paguen con bolívares”, acota.
El director de Ecoanalítica precisa que la escasez de bolívares en efectivo y su condición de ciudad fronteriza favorece la circulación de dólares en Maracaibo. El caos eléctrico generalizado también es puntal de su proliferación.
Maracaibo y otros 10 poblados zulianos, limítrofes con Colombia, experimentan apagones programados de al menos 12 horas al día desde las fallas eléctricas nacionales de marzo y abril pasado.
Es, por lejos, la zona de Venezuela más perjudicada por cortes del servicio. Esto, remarca Oliveros, catapulta al dólar.
“El problema eléctrico afecta, a su vez, la operatividad bancaria, los puntos de venta y las transferencias. Es un caldo de cultivo perfecto” para la moneda extranjera, indica.
Germán Peraza, encargado de un mini mercado de verduras, frutas y productos importados, alaba la fortaleza del dólar y critica la devaluación del bolívar, sentado en una poltrona en la parte posterior de su negocio.
“Eso sí, ahora necesitas más dólares cada día para comprar el mismo producto”, dice el hombre, de 53 años.
Oliveros opina que el universo de los dólares circulantes en Maracaibo tiene orígenes lícitos e ilícitos.
“Venimos de un boom petrolero sin precedentes que permitió que empresas y particulares tuvieran acceso a monedas duras, que ahora están gastando”, argumenta. Las remesas de familiares en el extranjero es otra vía de acceso.
El resto, advierte, proviene de actividades vinculadas al narcotráfico y la corrupción, así como del contrabando de alimentos y combustibles.
La Cámara de Comercio de Maracaibo reveló en su sondeo más reciente que el 59 por ciento de las empresas de la ciudad paga bonos en divisas extranjeras a sus empleados, principalmente en dólares, para evitar que renuncien o migren.
Quienes tienen ingresos en dólares tampoco lo pregonan. No están dispuestos a admitirlo, sino solo a allegados y familiares, por razones de seguridad.
El gerente de operaciones de una empresa privada de telecomunicaciones reveló, bajo condición de anonimato, que recibe bonos en divisa extranjera desde 2016.
Comenta que la crisis financiera se ha agravado hasta el punto de que esos pagos en moneda extranjera son insuficientes para cubrir sus gastos familiares básicos.
“A medida que la economía iba complicándose, eso se hizo prácticamente nada”, declaró la fuente, de 37 años y padre de una familia de cinco integrantes.
Hoy día, viaja una vez al mes a Colombia para utilizar su bono en dólares en la compra de alimentos a precios más accesibles.
“Nos la estamos ingeniando”, menciona.
Carmen Colina, una docente de 52 años, gana su sueldo en bolívares venezolanos. Se siente indefensa. “Yo no recibo dólares”, dice, entristecida.
Ana Perentena, administradora jubilada de 57 años, comparte su preocupación, sentada a las afueras de una oficina de un banco estatal en el centro de la ciudad.
Recibe mensualmente una pensión gubernamental de 40.000 bolívares, es decir, de 1.91 dólares a la tasa de cambio oficial de 20.903 bolívares por unidad.
Sus ingresos, así el mercado, valen dos chichas -quizá cuatro, si se topa y negocia con Luis, el vendedor ambulante de Bella Vista-.
“No deberíamos aceptar esto. Nuestra moneda es el bolívar. ¿Cómo hacemos los que no ganamos en dólares”, se pregunta.
Frunce el ceño. Mueve la cabeza en negación, como si su propia interrogante la hubiese abatido. “Esto es de locos”, se lamenta.