Jeanfreddy Gutiérrez es uno de los casi dos millones de venezolanos que viven en Colombia. Periodista de 43 años nacido en Maracay, a 120 kilómetros en carretera de Caracas, fue uno de los pioneros en Venezuela del periodismo de datos y verificación, o fact-checking.
Empezó en 2015 en el medio desaparecido El Cambur, cofundó Cotejo.info y después llegó a Efecto Cocuyo, donde formó parte del equipo que ganó en 2018 el Premio Gabo por el especial Venezuela a la fuga, sobre el fenómeno migratorio, junto al diario colombiano El Tiempo.
Cada vez más convencido de que tendría que irse de Venezuela, a principios de este año superó un proceso de selección para dirigir Colombiacheck, el medio especializado en fact-checking del país vecino. Tomó las riendas en marzo, y desde entonces lidera un equipo con el que también da talleres a periodistas en distintas ciudades de Colombia e impulsa la lucha contra la desinformación sobre y para los migrantes venezolanos.
Desde Bogotá, donde siente el contraste de ser un caribeño en la montaña, atiende a la Voz de América. Habla sobre cómo vio el deterioro institucional de Venezuela en la falta de datos públicos, acerca de la desinformación sobre sus paisanos en Colombia y de los proyectos que tiene en marcha o que contempla para darle la vuelta.
VOA: ¿Qué tanto cambió el fact-checking mientras se recrudecía la crisis en Venezuela?
Cambió mucho. Cuando hacíamos periodismo de datos logramos bajar las bases en Excel y documentos en PDF de webs institucionales, y empezamos a registrar documentos de Memorias y Cuenta. Entonces empezamos a notar cómo las instituciones cambiaban las bases de datos con nombres como “Te estamos vigilando, Jeanfreddy” u “Ojo con El Cambur” para que supiéramos que ya se habían dado cuenta de qué técnicas periodísticas estábamos usando.
Hasta 2015 todos los documentos de los ministerios estaban disponibles y, como eran documentos técnicos, se mostraban millones de bolívares no usados, mal usados, desperdiciados, de proyectos que no se terminaron o que se retrasaron. Al año siguiente ya no se publicaban: las bases de datos que estaban en Excel las empezaron a poner en PDF, las de PDF las pusieron en buscadores... Durante 2016 todavía había bases de datos, pero eran secundarias o de instituciones no tan ligadas al poder central. Todavía podíamos corroborar información o comparar a Hugo Chávez con los presidentes anteriores, pero el Gobierno pasó a quitar bases de datos, a eliminar estadísticas, o a dejarlas con siete u ocho años de retraso.
VOA: ¿Se podía pedir información?
Sí, pero ni siquiera era posible hablar con funcionarios bajos o medios. Siempre te iban a decir: “No estoy autorizado para declarar”... Y hay un límite en las fuentes anónimas, que han sido obligatorias. Eso ha ido evolucionando hasta que ahora todo lo que se verifica es contenido viral. No se verifica el discurso público, pero por la falta de declaraciones y de documentos para contrastar. El único discurso público era Nicolás Maduro.
VOA: Con cada vez menos prensa independiente y menos acceso a internet, ¿cómo se amoldó la opinión pública respecto a ese discurso oficial?
Pasamos del escepticismo y el cinismo a una total desconexión. Primero, por las fallas de internet y electricidad. Lo segundo es que los propios simpatizantes del Gobierno empezaron a decir: “Estos tipos de verdad mienten”. Y la migración de los más jóvenes obligó a muchas de esas familias a pensar: “Algo debe estar pasando para que mis hijos perciban que aquí no hay futuro y se vayan”.
VOA: Incluso hay quienes desde fuera les cuentan a sus familiares lo que pasa en el país...
Sí, pero es por eso: si ya no confías en la televisión y la mayoría de los medios tradicionales están cooptados o cerrados, te quedas en un micromundo. Sobre los medios alternativos, lo dice Luz Mely Reyes [directora de Efecto Cocuyo]: todos los grandes periodistas, plumas y colaboradores de los medios tradicionales estamos en los alternativos. Los creamos o formamos parte, pero la gente no los conoce. No es lo mismo tener 120 años como El Nacional o 100 años como El Universal, que ocho años, siete o tres.
“Twitter no sube barrio”
Además, como se ha dicho muchas veces, “Twitter no sube barrio”. Hay que recurrir a Facebook o a iniciativas como El Bus: periodismo fuera de línea hecho por los propios vecinos que reproducen lo que leen en internet y lo pegan en la pared de la iglesia. Es decir, hay formas alternativas, pero el impacto de los medios alternativos es muy pequeño.
VOA: En estos años también se ha disparado la migración. ¿Cómo vio la desinformación sobre el tema al llegar a Colombia?
Yo ya había publicado en Colombiacheck sobre aquello de que los venezolanos son responsables de la inseguridad, con datos del portal de datos abiertos de Colombia. Justamente, una de las primeras cosas que hice al llegar fue actualizar esas cifras y estamos preparando una tercera versión. En Bogotá sí están subiendo los hurtos cometidos por venezolanos, pero la explicación también pasa por la vulnerabilidad, la cooptación por parte de grupos armados, la gran cantidad que aún no se ha podido regularizar…
Tenemos un proyecto con Internews que comenzó el 1 de junio para verificar desinformación entre grupos de migrantes venezolanos, colombianos retornados y comunidades de acogida. Fuimos descubriendo que hay desinformación que solo circula entre venezolanos, como “te voy a renovar tal permiso” o “sin cédula puedes obtener…”. Todo tipo de estafas que a un colombiano no le interesarían porque no le causarían engaño. Pero también descubrimos la falta de conocimiento, por ejemplo, de cómo son las creencias religiosas en Venezuela. “Trajeron la santería cubana, brujería…”: ya hemos explicado que eso no es así.
VOA: Aparte de esa desinformación en redes sociales, ¿qué notó en el trato mediático a la migración venezolana?
Lo típico era resaltar la nacionalidad cuando había un hecho delictivo. Noté la explotación de la nacionalidad para generar clics y para ponerse en la opinión púbica. El debate no debería ser así, pero mucha gente ha caído. Migración Colombia nos ha dicho que en Bogotá se habla de inseguridad, pero en Santa Marta de las “quitamaridos”, como pasa en Perú. Hay matices sobre la influencia en cada caso. Por supuesto, en Norte de Santander es otra cosa porque ahí sí hay cercanías culturales con los andinos venezolanos. Pero hay nichos de desinformación.
VOA: Hablaba antes de la iniciativa de El Bus. ¿Cómo ha sido replicarla en Colombiacheck con los llamados “papelógrafos”?
Nosotros contratamos una tracker nacida en Cali, criada en Venezuela y que acaba de regresar casada y con dos hijos, que es una activista extraordinaria y periodista de muchos años de experiencia. Descubrimos que necesitábamos a alguien así, que entendiera los dos lenguajes, las dos culturas. Ella ha logrado hacer contactos con los líderes para mostrarles qué hace Colombiacheck e impulsar los papelógrafos y los audioboletines. Ya hemos puesto papelógrafos en cuatro ciudades de Colombia.
VOA: ¿Qué feedback han podido tener?
Estamos publicando hilos en Twitter sobre la historia de cada papelógrafo. Cómo los ha recibido cada comunidad, qué dicen sobre esto y un tercer descubrimiento: los migrantes venezolanos solo consumen medios enfocados en ellos. El Venezolano Colombia, Ávila Monserrate... No leen El Espectador ni miran RCN, simplemente porque hay muchas cosas allí que no les interesa. Entonces cuando escuchan que algo llamado Colombicheck está verificando, la mayoría de las veces sienten un agradecimiento. Por supuesto, también nos han tenido que corregir, porque los productos no estaban tan venezolanizados.
VOA: ¿En qué sentido?
El lenguaje. Para nuestros boletines contábamos con locutores colombianos, pero ahora los narra Paula Andrea Jiménez, que es conocida en la televisión venezolana. Tenemos canales de WhatsApp para llegar a los líderes, que los ponen en sus reuniones o los repiten. Justamente nos dimos cuenta de que había audios que ellos repetían porque se sentían ajenos, pero ahora con la voz de alguien que reconocen los están usando. Aprendimos mucho sobre cómo querían ellos que se informaran sobre estas cosas.
VOA: Venezuela a la fuga fue un hito periodístico, ahora esto es información servicio... ¿Hay algún otro proyecto transnacional en marcha sobre la migración venezolana?
Aún no, aunque tenemos muchos amigos que están haciendo periodismo migrante, como Cápsula Migrante en Perú. Ahora, sí hemos impulsado el contacto con verificadores de varias partes del mundo. Lanzamos Infotrición, una extensión para los navegadores que permite reconocer si un contenido ha sido verificado por una docena de verificadores latinoamericanos. La mayoría de los socios están en Venezuela, Ecuador y Perú.
Hace una semana, Chequeado [de Argentina] propuso que hiciéramos una alianza similar a la de las vacunas de LatamChequea, con cambio climático. Pero entonces se abrió el compás porque con el caso del dióxido de cloro entendimos que eran redes internacionales coordinadas que se adaptan al discurso, así que migración y violencia de género también van a ser temas para verificar en conjunto y no repetir esfuerzos.
VOA: Se habla de “migrante” como quien sale y llega en condiciones menos favorables, pero no tanto como el miembro de familias más pudientes que pudo irse en las primeras oleadas. ¿Cómo abordar desde los medios a tantas personas del mismo país, pero que migran por razones diferentes o forzados en distinta medida?
Lo estamos ensayando. En mi curso de desinformación estoy incluyendo un capítulo de migración que habla de eso. Con Hugo Chávez migró gente con PhD, más pudiente, y durante veinte años no molestó, como tampoco el subsidio que permitía migrar con 5.000 dólares. Ahora, la última oleada de 2017 para acá, la de los famosos caminantes, ha traído ese tipo de prejuicios. Lo que más hemos encontrado es que se omite o se olvidan las olas anteriores precisamente por la aporofobia. Entonces el problema es el migrante pobre que viene a afectar el sistema de salud, el sistema de pensiones o la seguridad, o los niños que no están vacunados, que se roban todos los cupos de las escuelas… Estamos tratando de enseñar que existe toda esta migración distinta porque hemos encontrado sesgos en los periodistas, especialmente en los regionales, y no solo sobre este tema.
VOA: Es curioso que un venezolano haya acabado liderando en Colombiacheck la lucha contra la desinformación, entre otras, sobre la propia migración venezolana. ¿Qué significó para usted migrar?
“Montarme en un avión resolvió la mayoría de mis problemas”.
Una de las cosas que sentí cuando vine es que montarme en un avión resolvió la mayoría de mis problemas. Hay agua, luz, internet, gas doméstico, transporte público, y eso parece una nimiedad hasta que no las tienes. Entonces me llené de certidumbres: ya no tengo que prenderle una velita a nadie, hay internet para esta entrevista... En lo profesional también hubo un cambio buenísimo porque los venezolanos objetamos mucho las cosas. En Colombia la cadena de mando es más respetuosa y eso me ha gustado mucho.
VOA: … ¿Y pasar del Caribe a la montaña?
Fue un cambio en las relaciones personales. No es tan fácil establecerlas como en el Caribe, como vi en Santa Marta, donde el intercambio de teléfonos, las invitaciones a la casa o a salir son inmediatas, rápidas, y en Bogotá no. Fue un alivio ir la semana pasada y no pedirles a los alumnos que me repitieran ni ellos a mí. Pero nosotros [con su esposa] estamos aquí tratando de hacer amistades, de ampliar el círculo, de entendernos como migrantes.
Yo viví antes en Holanda y en Barcelona, pero creí que a pesar de las malas condiciones no me iba a ir nunca de Venezuela, hasta hace un par de años, cuando empecé a mirar las posibilidades. Quería hacerlo como afortunadamente lo logré en 2021: a través de mi carrera, de un logro profesional que me permitiera evadir las vicisitudes que tantos amigos contaron. Ahora estoy muy feliz de haber migrado, además, en avión. Es todo un privilegio.
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