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Venezolanos buscan alegrías en medio del caos


Víctor flota en el mar mientras el pasa el día en Playa Coral, La Guaira, cerca de Caracas, Venezuela. Marzo 23, 2019. REUTERS/Ivan Alvarado.
Víctor flota en el mar mientras el pasa el día en Playa Coral, La Guaira, cerca de Caracas, Venezuela. Marzo 23, 2019. REUTERS/Ivan Alvarado.

La salida a un bar en Venezuela puede ser interrumpida por un corte eléctrico. Ir a ver un partido de béisbol es prohibitivo. Visitar la playa representa ahorrar con meses de antelación.

Pese a una crisis económica que ha llevado a tres millones de habitantes a emigrar, los venezolanos se esfuerzan por sonreír y divertirse desafiando la hiperinflación, la escasez tanto de alimentos como de medicinas y las fallas en servicios básicos como la luz y el agua corriente.

Venezuela ocupó el lugar 108 en el reporte de 2019 de Felicidad Mundial que elabora Naciones Unidas. En el hemisferio, sólo Haití estuvo por debajo de la nación OPEP, con el puesto 147 de los 156 países estudiados por la ONU.

El informe de felicidad -que en su primera edición de 2012 ubicaba a Venezuela en el puesto 19- pondera indicadores como el producto interno bruto per cápita, ayudas sociales, generosidad, expectativas de vida, libertad social y ausencia de corrupción.

En busca de distracción, en el estado Vargas cercano a Caracas, venezolanos como Luis Ramírez se reúnen con familiares y amigos a orillas del Caribe.

Sentado en la arena, Ramírez, un militar de 26 años, abraza a su novia mientras los sobrinos de la joven juegan a su alrededor.

“Por la situación del país, no todo los días se puede” viajar, dice, confesando que llevaba más de un año sin ir a la playa pese a que vive en Caracas, a sólo 40 kilómetros de allí.

En un país con un sueldo mínimo de alrededor de 6 dólares, una salida a la playa puede rondar los 15 o 20 dólares, según entrevistados por Reuters. Ese monto implica que muchas familias deben organizar la visita con meses de anticipación.

“Uno pone su mente en otro lugar”, dice Ramírez sobre el escape para disfrutar el mar. “Buscar la manera de pensar en otra cosa y no en lo que ocurre en el país”.

Miembros del equipo de softball de la familia Rose colocan sus manos juntas antes del partido en Caracas, Venezuela. Marzo 24, 2019. REUTERS/Ivan Alvarado
Miembros del equipo de softball de la familia Rose colocan sus manos juntas antes del partido en Caracas, Venezuela. Marzo 24, 2019. REUTERS/Ivan Alvarado

Venezuela quedó sumida en la oscuridad con dos masivos cortes eléctricos en marzo que afectaron a todo el país, generando escasez de agua y la suspensión de jornadas laborales y clases. El comercio se paralizó casi por completo.

A principios de mes, el gobierno lanzó un plan de cortes programados de electricidad, por lo que varias ciudades siguen presentando intermitencias en el suministro eléctrico.

La lucha por sonreír

Para los venezolanos, hacer colas por alimentos es cosa de todos los días. También están acostumbrados a recorrer farmacias y hospitales en búsqueda de medicinas y más recientemente a recoger agua hasta de riachuelos.

Hay quienes aprovechan las fiestas tradicionales como Semana Santa para recorrer templos, una actividad sin costo para muchos.

“Hacemos milagros para divertirnos”, comenta Joaquín Niño, de 35 años y padre de dos pequeños, con quienes visitaba un parque en el sur de la capital donde niños, jóvenes y adultos llegan todos los fines de semana.

En el centro de Caracas, un grupo de hombres de todas la edades se reúne cada domingo para jugar softball bajo la mirada de los pocos familiares que los acompañan. La valla, que debería proteger el campo de tierra, fue robada. También los cables de la luz, por lo que sólo se juega de día.

“Siempre vengo porque mi esposo juega (...), nos divertimos y así nos quitamos el estrés”, cuenta Delia Jiménez, una diseñadora industrial de 62 años que se levanta de la tribuna y aplaude cada vez que su esposo sube al montículo o batea.

Anderson Rodriguez practica slackline en el centro de Caracas, Venezuela. Abril 5, 2019. REUTERS/Ivan Alvarado
Anderson Rodriguez practica slackline en el centro de Caracas, Venezuela. Abril 5, 2019. REUTERS/Ivan Alvarado

A unas cuadras de allí, grupos de jóvenes se dan cita para bailar “break dance”, un género urbano en el que las vueltas sobre el piso marcan la pauta.

Para ellos, el baile es una forma de desconectarse y olvidarse de lo que ocurre en el país, aunque en ocasiones no consigan suficiente comida a fin de cubrir la dieta necesaria para mover sus cuerpos por hasta 4 o 5 horas todos los días.

“Cuando bailamos para nosotros no hay crisis, no hay situación país”, dijo Yeafersonth Manrique, un joven de 24 años tras una larga práctica. “En este mundo no hay crisis”.

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