La jornada de trabajo en el campamento de Francisca Ramírez, conocida como “doña Chica”, comienza desde las 4 de la madrugada con el cacareo de las gallinas.
El fogón de la cocina resplandece el oscuro del auditorio donde se encuentra el comedor y Ramírez, una campesina nicaragüense que se desplazó forzosamente a Costa Rica desde el año 2018, comienza a servir la comida: un tradicional plato de gallopinto -que se prepara a base de arroz y frijoles- con cuajada fresca y café negro. "Ya está la comida, levántense todos para comer", se escucha.
El campamento que dirige Ramírez está ubicado en Upala, una zona fronteriza con Nicaragua y está conformado por 117 hectáreas, de las cuales 67 ocupan para vivir y trabajar cultivando la tierra.
Ahí viven unas 20 familias que al igual que ella, dice que fueron desplazadas por el gobierno de Daniel Ortega por su postura crítica al mandatario nicaragüense.
Las tierras en donde se encuentran estos campesinos dirigidos por "doña Chica", las comenzaron a rentar desde hace unos cuatro años con el apoyo de varias organizaciones, pero con el paso del tiempo se fue haciendo autosostenible al vender varios productos que se realizan en el campamento.
Para asentarse en el lugar, “doña Chica” y parte de las familias campesinas desplazadas pasaron un sinnúmero de dificultades previamente.
Estuvieron durante un corto tiempo en San José, capital costarricense, pero dicen que vivir en una ciudad era el equivalente a estar en una cárcel para ellos.
“Los campesinos nos caracterizamos porque nos gusta trabajar, producir los alimentos”, dice Ramírez y rememora por ejemplo que cuando llegaron a la capital de Costa Rica "no sabíamos qué íbamos a comer".
“Era difícil para nosotros ir a la venta por una libra de arroz, o queso, pero cuatro años después, con el esfuerzo de más de 20 familias, el esfuerzo de algunas cooperaciones que nos han apoyado y algunos aliados, te digo que hoy ya te podemos invitar a quienes vengan al quesillo, a la cuajada, al gallopinto. Podemos garantizar que tenemos seguridad alimentaria”, indica Ramírez con emoción.
En Nicaragua, Francisca Ramírez vivía en La Fonseca, Nueva Guinea, en el sur del país, donde cultivaba al menos 200 hectáreas de tierra heredada por sus familia y vendía lo que producía en los mercados de la capital.
Pero cerca del 2013, la campesina empezó a tener problemas con el gobierno de Ortega, luego de que éste firmara la construcción de un Canal Interoceánico con un empresario chino y ella se opusiera y firmara el denominado "movimiento anticanal".
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Ella creyó que el anuncio de un Canal Interoceánico sería únicamente una excusa para que las tierras fueran expropiadas por el gobierno, a como ocurrió en los años 80 tras el triunfo de la Revolución Sandinista.
A raíz de entonces el “movimiento anticanal” realizó decenas de protestas contra Ortega las cuales dice que fueron reprimidas.
No obstante la situación se complicó aún más en 2018 cuando surgieron manifestaciones juveniles contra Ortega y ella se sumó al igual que el campesinado.
“Los campesinos ya vivíamos persecución desde antes de 2018 y cuando surgieron las protestas nosotros ya estábamos organizados y eso tuvo consecuencias como ser más perseguido”, lamentó Ramírez.
El plan de esta dirigente campesina al salir de Nicaragua no era estabilizarse en Costa Rica. "Nuestra meta era regresar a Nicaragua pero, como ustedes saben, la crisis ha agravado cada día más porque hay represión, persecución y quienes alzan la voz son encarcelados o desaparecidos, y eso nos ha obligado a tener que mantenernos en el exilio y buscar alguna alternativa de trabajo”, asegura.
Para sobrevivir, el campesinado que vive en el campamento siembra hortalizas, crían cerdos, reses, las cuales las venden y algunas las matan para comerlas.
También venden productos lácteos derivados de las vacas que tienen.
Con el tiempo Ramírez dice que este lugar se convertido en un lugar “bonito” para ellos.
“Ya es un lugar donde otros nicaragüenses que están pasándola mal con la persecución hacia ellos, nos pueden decir: «bueno, hermano, yo quiero buscar algún mecanismo para buscar y que nos den posada», y ya nosotros acogemos a esa familia, les ayudamos en la alimentación, se buscan trabajo”, sentencia Ramírez.
Víctor Manuel Díaz, originario de San Miguelito, Río San Juan es uno de los padres de familia que vive en el campamento de doña Francisca. Se exilió en Costa Rica en cuanto salió de la cárcel en 2019, luego de ser aprobada una Ley de Amnistía, y dice que el lugar es una especie de “oasis” para ellos, donde trabajan en lo que saben hacer: cultivar la tierra.
“Si regresaba a Nicaragua mi vida corría peligro y aquí nos vamos estableciendo poco a poco”, dice Díaz.
Pero aún así Ramírez y los campesinos tienen la esperanza de retornar a Nicaragua, según dicen, cuando "retorne la democracia y Ortega deje el poder", mientras tanto viven el día a día haciendo lo que aman: cultivar la tierra.
"Yo quiero morir en mis tierras", asegura Ramírez y agrega que “aunque el pueblo sufra, no perdamos la esperanza y que, aunque a veces creemos que no hay salida, sí la hay".
"Los nicaragüenses nos caracterizamos por ser trabajadores, donde quiera trabajamos, y esta manera de luchar para sobrevivir también es un manera de seguir en resistencia con esperanzas de ver un cambio”, concluye Ramírez.
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