Son las 2 de la tarde en Korczowa, un pueblo polaco cercano a la frontera ucraniana. En una de las naves industriales habilitadas como refugio temporal para los que huyen de la guerra, los voluntarios no dan abasto: proporcionan almuerzo, bebidas calientes y ropa de abrigo a los recién llegados.
Se preocupan porque no les falte de nada. También les facilitan atención médica gratuita, les informan sobre a qué destinos se dirigen los autobuses que hay fuera del refugio y les reciben con su mejor sonrisa.
Uno de esos voluntarios es Natalia Artitegui, una española de 21 años que se encontraba viajando por Polonia cuando el conflicto se recrudeció y empezó el éxodo de refugiados. Decidió pasar unos días en el refugio como voluntaria antes de regresar a Bilbao, su tierra natal: “Se me hacía difícil estar en Polonia como si nada estuviera ocurriendo” dijo a la Voz de América.
Tras su primer día asistiendo a los refugiados, la joven hace balance de la experiencia: la describe como “dura”, aunque también la califica como “satisfactoria”: “Te das cuenta de que estás realmente ayudando, y, con pocas cosas, aunque sólo sea dándoles comida o jugando con los niños, puedes cambiarles el día y hacerles sentir mejor”.
En el refugio Natalia realiza varias funciones: desde acompañar a los refugiados a los puntos de información donde hay voluntarios que hablan ucraniano o ruso, hasta repartir comida y jugar con los niños.
“Son los más inocentes” dice sobre los más pequeños. “No son conscientes de lo que está pasando. Me gusta estar con ellos y que para ellos sea algo normal, divertido, y que puedan sacar algo positivo de todo esto” explica.
En el interior del refugio hay una bandera de España dibujada sobre un cartón. Allí, los voluntarios de ese país, que son de los más numerosos, han improvisado un pequeño córner a modo de campamento: es en ese espacio dónde duermen, guardan sus pertenencias, comparten confidencias y se apoyan mútuamente.
Con el paso de los días, lo que empezó siendo un espacio donde solamente había españoles, se ha convertido en una área multicultural. Al grupo de voluntarios que se enfocan en proporcionar ayuda humanitaria, se han unido algunos ex militares hispanos que llegan a Korczowa tras combatir con el ejército ucraniano.
A escasos metros descansan varios grupos de refugiados. La mayoría de ellos son niños, mujeres y adultos mayores, puesto que los hombres que tienen entre 18 y 60 años pueden ser llamados a unirse al ejército ucraniano y no pueden abandonar el país.
Fuera de la nave industrial, constantemente llegan autobuses. Mientras algunos vienen llenos de refugiados que pasarán un promedio de 3 días en el refugio, otros llegan vacíos a la espera de llenarse y dirigirse hacia otras ciudades europeas.
Alejandro Marchesse y Antonio Maestre son otros jóvenes voluntarios. El primero es de Madrid, y el segundo de Jerez de la Frontera, una localidad del sur de España. Se conocieron hace años a través de las redes sociales, y ahora han decidido viajar juntos hasta la frontera de Ucrania para apoyar a los más necesitados.
Aunque duermen en el refugio, pasan la mayoría del día fuera de él: “Alquilamos un coche en Cracovia y hemos estado desplazándonos por los diferentes puntos que hay, viendo dónde éramos más útiles (...) Hemos ido moviéndonos un poco y usando el coche como herramienta para la gente que necesitaba ir a otro sitio o reunirse con su familia que estaba en una fronteras distinta” dice Antonio.
“Hemos improvisado según lo que hacía falta, por ejemplo, hoy hemos llevado a dos georgianos que querían combatir y les hemos acercado a la frontera. También traemos gente aquí al centro” añade Alejandro.
Ambos coinciden en que la experiencia y la gente que han conocido en el refugio les ha cambiado: “Sabíamos a lo que veníamos, pero cuando estás aquí te sorprendes. No es lo mismo verlo que vivirlo…. Cuando te enteras de historias como la de una mujer que dijo “vengo aquí con mi hija de dos meses porque mi marido se ha quedado dentro combatiendo”, o el que dice que no ha podido traer a su abuela porque quería morir en paz en su ciudad natal….Son historias muy duras” explica Antonio.
Alejandro, por su parte, comenta que desde casa “subestimaba bastante” la situación en la frontera: “Cuando llegas aquí te das cuenta que realmente la gente está huyendo (...) Gente que tiene que salir de sus casas, hace una o dos semanas estaban muy bien, y ahora están aquí sin saber a dónde van, sin saber el idioma del país… es muy duro para ellos”.
Refugios como el de Korczowa cada vez están más concurridos por personas que llegan a Polonia en busca de un lugar seguro. El país europeo ha acogido a más de 2 millones de ucranianos desde el pasado 24 de febrero, cuando Rusia inició la invasión en Ucrania. Como consecuencia a esta llegada súbita de tantas personas, algunas localidades polacas se han visto desbordadas.
Los voluntarios son conscientes de la situación, por eso animan a que otras personas apoyen a los refugiados y a las ciudades que los acogen con donaciones como alimentos o ropa. Sin embargo, Antonio recalca que toda ayuda debería empezar “desde dentro”: “Es muy hipócrita ayudar a los que están lejos y no aportar al vecino que sabes que lo pasa mal, o reírte de la persona que está más sola… (...) Incluso hay playas llenas de basura. Puedes ir un domingo o pasar el día en un refugio de animales… No hace falta donar dinero, con tu tiempo y tu esfuerzo puedes ayudar mucho”.
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