Con un pedazo de plástico y una tabla de surf -prestada o donada- niños de familias de bajos recursos se lanzan a cazar olas en Anare, un pequeño pueblo costero de Venezuela, que generalmente pasa desapercibido entre los turistas.
Si yo no surfeo, yo no sé, me vuelvo loco”Yandel Merentes, surfero
En Anare, ubicado en La Guaira, en el norte del país, la mayoría de los pobladores viven de la pesca artesanal, una actividad que difícilmente da para mantener a una familia; menos aún para costear este deporte. Pero para muchos de estos niños, “el surf es vida”, “el surf es todo”.
“Si yo no surfeo, yo no sé, me vuelvo loco”, dijo a la Voz de América Yandel Merentes, de 14 años.
Yandel viene de una familia de pocos recursos económicos. Su papá es pescador y su mamá repostera. Comenzó a surfear con una tabla prestada, hasta que sus entrenadores, surfistas del pueblo, “empezaron a ver el talento” y le donaron una.
Y así logró clasificar al Mundial Juvenil de Surf 2022, en El Salvador.
Soñaba con ir, “así sea descalzo”, aseguró antes de su viaje. Pero trámites burocráticos en Venezuela y la falta de fondos le impidieron viajar y participar en la competición.
En un gigantesco canal de concreto, por donde pasa un río que desemboca poco después en el mar, Yandel estira antes de entrar al agua. Otros niños observan con atención la rutina mientras sostienen sus bodyboard, listos para lanzarse.
“Si estoy dentro del agua estoy calmado, no pienso en nada”, repite, una y otra vez, este joven de piel morena, ojos café y sonrisa inocente.
“Esto los aleja de las drogas”
Siete niños, unos descalzos y sin camisas, entran y salen de una modesta vivienda familiar: es la casa de Muguette Pérez, que sirve además de sede del Anare Surf Club, un proyecto social que forma a jóvenes de este pueblo como atletas integrales.
Los aleja de las drogas, de esas fiestas que están hoy en día”Muguette Pérez, vocera de Anare Surf Club
“A raíz de la pandemia nosotros vimos que los niños estaban todo el día en la calle, sin nada que hacer, y como ellos venían haciendo un trabajo con el surf, nos abocamos por completo a ellos”, dice Muguette, de 53 años, quien asiste en la dirección del proyecto a Adriana Cano, su fundadora.
Durante la pandemia, Anare Surf Club llegó a recibir más de 50 niños. Actualmente atiende a unos 30 niños, todos “dotados de sus tablas”, incluido Yandel.
Muguette asegura que el surf “los aleja de las drogas, de esas fiestas que están hoy en día, que son una perdición”.
“Tienen que estar sanos para poder pararse temprano, les gusta ir [al mar] a las 5, a las 6 de la mañana”, insiste. “Son 100% sanos (...) gracias a que ellos siempre están haciendo una actividad”.
El mismo Yandel sostiene que Anare hoy es un pueblo “tranquilo”, pero que “antes era candela”.
Además de los entrenamientos, el Anare Surf Club busca donaciones para sus miembros.
“Mayormente pedimos comida”, dice Muguette, quien explica que si bien no hay casos de desnutrición grave, “les hace falta más masa muscular y una mejor alimentación”.
También recolectan ropa, zapatos, cera para las tablas, cuerdas…
Rodeada de varios niños, incluidos sus hijos, Muguette asegura que muchos de los chicos que integran el club viven en condiciones vulnerables. Incluso, hay casos de abandono.
El Anare Surf Club “es una casa para los niños”, comenta risueña. “A veces digo, no es una segunda casa, es una primera casa”.
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