El recrudecimiento de los combates en Damasco y su propagación a la ciudad de Alepo, la capital económica del país, después de más de año y medio de iniciadas las revueltas contra el presidente Bashar al Assad en Siria, son una señal de que el desmoronamiento del régimen parece haber llegado a un punto sin retorno en el país.
El ejército ha embestido con saña contra los barrios del sur de Damasco, donde los rebeldes redoblaron la ofensiva luego de casi una semana de combates en la capital que ponen de relieve el carácter de guerra civil con que según muchos gobiernos en las capitales de Europa y del mundo árabe describen la crisis política en Siria.
El pánico de la población, exacerbado por los partes no oficiales que cifran el número de muertos en más de 19.000 desde que estallaron las protestas populares a fines de enero del año pasado, aumenta por día, y según la agencia de ONU para los refugiados, son más de 120.000 los sirios que han huido a Líbano, Jordania, Turquía e Irak.
Tras el atentado esta semana en el que murieron en Damasco cuatro altos oficiales del círculo más cercano al presidente al Assad, entre ellos el ministro de Defensa y su propio cuñado, el general Asef Shawkat, han crecido los rumores de que el ejército está decidido a echar mano a todas las armas a su alcance para acabar con la sublevación, que el régimen atribuye a “terroristas”.
Lo cierto es que después del atentado y del funeral de los generales, que tuvieron lugar el viernes y a los que no asistió al Assad, han crecido las especulaciones acerca del paradero del gobernante, que van desde que éste piensa resistir hasta que ya estaría haciendo las maletas para tratar de ponerse a salvo.
Los rumores sobre esta última posibilidad cobraron fuerza después de que el embajador ruso en París, Alexander Orlov, dijo a Radio Francia Internacional que el mandatario sirio había aceptado “que tiene que irse pero de manera civilizada”. El régimen de Damasco lo desmintió de inmediato, y Moscú declaró que las palabras del diplomático habían sido “mal interpretadas”.
El incidente sirvió para subrayar la que hasta ahora ha sido la postura común tanto de Siria como de su mayor aliado, Rusia: al Assad no se va, aunque en realidad, según expertos, dado el grado de deterioro de su régimen al gobernante no le quedarían más que tres opciones, y ninguna sería la de permanecer por tiempo indefinido en el poder.
La primera opción sería mantener el control de Damasco el mayor tiempo que pueda en espera de un milagro—una opción que ya parece casi agotada tras el último asalto de los rebeldes a la capital--; la segunda, replegarse a la zona montañosa de su clan alauita en el noroeste del país, de costa al Mediterráneo, o irse al exilio, según se especula a Rusia, Irán o Bielorrusia.
Más allá o más acá de la certeza de tales escenarios, el hecho es que el gobierno sirio no da muestras de estar en condiciones más favorables que las de otros cuatro regímenes ya echados del poder como consecuencia de la Primavera Árabe, y la suerte de al Assad no sería diferente a las de esos otros cuatro gobernantes.
El primero que cayó fue Zine El Abidine Ben Ali, en Túnez, país donde tuvieron su origen las revueltas de la primavera, que luego siguieron en Egipto y terminaron dando al traste con casi tres décadas de gobierno de Hosni Mubarak. La rebelión también puso fin a los 32 años en el poder del gobernante de Yemen Ali Abdula Saleh.
El cuarto de ellos, y con un final más trágico, fue el libio Moamar Gadafi, que luego de más de cuatro décadas de férreo control en su país, tuvo que huir de Trípoli para buscar refugio en su pueblo natal de Sirte, donde acabó siendo linchado por los rebeldes.
El ejército ha embestido con saña contra los barrios del sur de Damasco, donde los rebeldes redoblaron la ofensiva luego de casi una semana de combates en la capital que ponen de relieve el carácter de guerra civil con que según muchos gobiernos en las capitales de Europa y del mundo árabe describen la crisis política en Siria.
El pánico de la población, exacerbado por los partes no oficiales que cifran el número de muertos en más de 19.000 desde que estallaron las protestas populares a fines de enero del año pasado, aumenta por día, y según la agencia de ONU para los refugiados, son más de 120.000 los sirios que han huido a Líbano, Jordania, Turquía e Irak.
Tras el atentado esta semana en el que murieron en Damasco cuatro altos oficiales del círculo más cercano al presidente al Assad, entre ellos el ministro de Defensa y su propio cuñado, el general Asef Shawkat, han crecido los rumores de que el ejército está decidido a echar mano a todas las armas a su alcance para acabar con la sublevación, que el régimen atribuye a “terroristas”.
Lo cierto es que después del atentado y del funeral de los generales, que tuvieron lugar el viernes y a los que no asistió al Assad, han crecido las especulaciones acerca del paradero del gobernante, que van desde que éste piensa resistir hasta que ya estaría haciendo las maletas para tratar de ponerse a salvo.
Los rumores sobre esta última posibilidad cobraron fuerza después de que el embajador ruso en París, Alexander Orlov, dijo a Radio Francia Internacional que el mandatario sirio había aceptado “que tiene que irse pero de manera civilizada”. El régimen de Damasco lo desmintió de inmediato, y Moscú declaró que las palabras del diplomático habían sido “mal interpretadas”.
El incidente sirvió para subrayar la que hasta ahora ha sido la postura común tanto de Siria como de su mayor aliado, Rusia: al Assad no se va, aunque en realidad, según expertos, dado el grado de deterioro de su régimen al gobernante no le quedarían más que tres opciones, y ninguna sería la de permanecer por tiempo indefinido en el poder.
La primera opción sería mantener el control de Damasco el mayor tiempo que pueda en espera de un milagro—una opción que ya parece casi agotada tras el último asalto de los rebeldes a la capital--; la segunda, replegarse a la zona montañosa de su clan alauita en el noroeste del país, de costa al Mediterráneo, o irse al exilio, según se especula a Rusia, Irán o Bielorrusia.
Más allá o más acá de la certeza de tales escenarios, el hecho es que el gobierno sirio no da muestras de estar en condiciones más favorables que las de otros cuatro regímenes ya echados del poder como consecuencia de la Primavera Árabe, y la suerte de al Assad no sería diferente a las de esos otros cuatro gobernantes.
El primero que cayó fue Zine El Abidine Ben Ali, en Túnez, país donde tuvieron su origen las revueltas de la primavera, que luego siguieron en Egipto y terminaron dando al traste con casi tres décadas de gobierno de Hosni Mubarak. La rebelión también puso fin a los 32 años en el poder del gobernante de Yemen Ali Abdula Saleh.
El cuarto de ellos, y con un final más trágico, fue el libio Moamar Gadafi, que luego de más de cuatro décadas de férreo control en su país, tuvo que huir de Trípoli para buscar refugio en su pueblo natal de Sirte, donde acabó siendo linchado por los rebeldes.