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Persiste demanda de cupos en comedores en zonas vulnerables de Venezuela


Un cartel en uno de los comedores de Alimenta la Solidaridad defiende el trabajo que día a día llevan a cabo en las zonas más vulnerables de Venezuela. "Alimentar la solidaridad no es un crimen", expone.
Un cartel en uno de los comedores de Alimenta la Solidaridad defiende el trabajo que día a día llevan a cabo en las zonas más vulnerables de Venezuela. "Alimentar la solidaridad no es un crimen", expone.

Los comedores de la ONG Alimenta la Solidaridad vuelven a evidenciar listas de espera que habían “disminuido” tras la “incipiente” recuperación económica que vivió Venezuela a inicios del año pasado. Desde finales de 2022 comenzó a registrarse una importante ralentización, según expertos.

Desde muy temprano la cocina está activa. La organización es fundamental y cada madre, padre o abuela sabe cuál es su tarea: una voluntaria ralla queso, otra fríe tostones, otra prepara aliños para los frijoles negros, otra limpia y un papá se encarga de cocinar pasta. Los olores se concentran y se abre el apetito.

Pronto será mediodía y, poco a poco, empezarán a llegar los 100 beneficiarios del comedor El Carmen, en La Vega, una zona popular del oeste de Caracas donde opera uno de los 240 comedores de Alimenta la Solidaridad, una organización que nació para contener el “hambre” que afectaba a los más vulnerables del país en 2016, cuando muchos niños incluso “se desmayaban” por falta de alimentos.

Diariamente, en 12 estados de Venezuela, la organización atiende a 15.500 beneficiarios, mayormente niños en estado de desnutrición o riesgo de desnutrición, pero también a personas de la tercera edad, con discapacidad y mujeres lactantes. Les garantizan el 40 % de la carga kilo calórica que deben consumir a diario.

En los siete años que cumplió la semana pasada, la ONG ha servido unos 20 millones de almuerzos.

El proceso se repite en todos los comedores, algunos tienen sede en casas de familia, otros, como el visitado por la VOA, en instalaciones de una iglesia.

Diariamente el menú es diferente, pero siempre acorde a los parámetros establecidos por un nutricionista. Aunque es estandarizado, presenta variaciones "culturales"en cada estado.

Amelia Flores no tiene familiares beneficiarios, pero es la madre encargada del comedor ubicado en las instalaciones de la vicaría El Carmen. Lo dirige con firmeza y cariño.

Tiene casi cinco años al frente y relata que, durante un tiempo, hubo una situación “estable”, pero ahora nota que ha vuelto a crecer el número de personas que pide “apoyo” para sus niños.

Consecuencia de la dolarización de facto y el “relajamiento” de controles de precios y fiscalizaciones por parte del gobierno, desde el 2021 Venezuela vivió un “incipiente” dinamismo que planteó la narrativa de que la situación mejoró y quizás así fue para algunos, pero no para los sectores más vulnerables.

Andreina Reyes, directora de Programas de Alimenta la Solidaridad, afirma que no han dejado de ver la “necesidad” en los sectores más vulnerables y sostiene que las listas de espera en los comedores están creciendo.

“Quizás teníamos una disminución en las listas de espera, pero nunca tuvimos que bajar cupos de los comedores o que los niños dejaran de ir porque tenían mejor alimentación en sus casas, eso nunca pasó. Había una mejor capacidad de acceso a la comida de parte de las familias, esto fue hace un año, todo el inicio de este año ha sido muy difícil”, puntualiza.

“El tema de Venezuela se arregló fue una burbuja, una fantasía”, añade.

Al comedor que dirige Amelia, todos los días después de la una de tarde, llegan personas externas, algunos indigentes, pidiendo comida. Tratan, en lo posible, de calmar su hambre. “Casi nunca” toca decir no, pero cuando se da el caso, “es duro”.

Amelia narra que, cuando empezó el comedor, personas encargadas en la zona de los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP), un sistema de administración de alimentos del gobierno, amenazaban a las madres e incluso mandaban a la policía.

“Nuestros niños no tienen partido político y hasta en un adulto, porque el hambre no tiene color (…) me les fui enfrentando y dándoles a conocer que lo que teníamos aquí se necesitaba en el barrio”, manifiesta a VOA.

Su mayor satisfacción es ver la “sonrisa” de los niños que asisten diariamente al comedor y a hacer sus tareas.

El plato que ofrecen, para muchas familias, es el único al que tienen acceso en el día. Aunque varios de los padres trabajan, lo sueldos no les alcanza para cubrir sus necesidades más básicas.

“En vacaciones, igual que como pasó en pandemia, las madres prefieren dejar a sus niños dormir hasta las 11:30 para luego traerlos al comedor, para que al menos tengan ese buen plato de comida”, comenta Amelia, que se ha encargado de adiestrar a los padres en todo el proceso de preparar y mantener el comedor.

Alimenta la Solidaridad no se limita al programa de comedores, también tiene programas de liderazgo femenino, medios de vida, formación para la prevención de abuso sexual infantil y violencia de género, destaca Reyes.

La crisis educativa en Venezuela ha llevado a que en el comedor El Carmen también ofrezcan tareas dirigidas a los niños de la comunidad. Las maestras que allí acuden cobran tres dólares semanales, para también generar un ingreso que les permita hacer frente a los bajos salarios en el sistema educativo público.

“Da dolor ver a un niño que va a primer año de secundaria y no saben ni si quiera leer. Aquí en vacaciones sigue la tarea dirigida, la nivelación”, relata Flores.

Al comedor asisten desde hace cuatro años los dos hijos de José Rafael Díaz. Es padre colaborador y apoya, casi a diario, cocinando. Los fines de semana trabaja en un puesto de venta de comida, pero admite que las cosas no están “tan bien”.

El comedor es un “gran apoyo” para su familia y agradece la oportunidad de ser beneficiario.

Las tareas dirigidas también son una gran ayuda, dice. Sus hijos sólo van a clases cuatro veces a la semana durante tres horas, aunque la jornada académica en instituciones públicas debería ser de al menos cinco.

Según el más reciente informe “Panorama regional de la seguridad alimentaria y nutricional” de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), con un 22,9 % de la población, es decir 6,5 millones de personas, en 2021 Venezuela fue el país sudamericano con mayor prevalencia de subalimentación.

El mes pasado la FAO y el gobierno venezolano firmaron el Marco de Programación de país 2023-2026 basado en “sistema alimentario sostenible, nutrición saludable y el Programa de Alimentación Escolar”, que, según el ministro de Planificación, Ricardo Menéndez, atiende a cinco millones de escuelas.

A inicios del 2021, Cáritas de Venezuela anunció que registró entre 10 % y 11 % de desnutrición aguda en niños menores de 5 años.

La inflación vacía el bolsillo de los venezolanos
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Desde al menos el 2015 Venezuela vive una emergencia humanitaria compleja que ha causado “masivas, múltiples y severas” privaciones de diversos derechos que se evidencian en pobreza, hambre y colapso de servicios básicos, expone HumVenezuela, una plataforma integrada por 90 organizaciones de la sociedad civil que miden los impactos de la crisis.

La situación, exacerbada por la pandemia de COVID-19, ha causado que el país se haya convertido en el “más desigual” de la región desde el punto de vista de ingresos, de acuerdo a la más reciente Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (ENCOVI), proyecto que surgió ante la ausencia de estadísticas oficiales vinculadas con la realidad social y que se ha convertido en la mayor fuente de información “oportuna”.

El año pasado, Venezuela cerró con una inflación de 234 % según cifras oficiales. Aunque según el Observatorio Venezolano de Finanzas (OVF) un ente independiente conformado por expertos, fue de 305,7 %.

El gobierno venezolano ha atribuido la crisis en el país a las sanciones de la comunidad internacional.

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