Nada que envidiarle a los estadios de América Latina. Tenemos los mismos vendedores de refresco, comida, gorros y trompetas. No falta el revendedor y el policía, personajes típicos de estas historias de futbol.
Si bien se trata de un majestuoso estadio, la cultura no deja de ser la misma.
En más de tres ocasiones alguien se me acercó para venderme una entrada, una camiseta y hasta un autógrafo de un jugador argentino que hoy milita en España (Messi).
Inimaginable, el autógrafo de Leonel Messi pasó de $100 dólares a $30 y bajaba de precio a medida que me retiraba. La “autentica” firma de Messi llegó a valer cinco dólares.
No faltó el policía que me preguntó si estaba comprando algo “extraño” o si alguien me estaba vendiendo “algo raro”. No faltó el guardia con su mirada intimidante y no faltó el que me ofreció una sonrisa para “turistas”.
El estadio Ellis Perry no es nada sofisticado como el Soccer City. Fue inaugurado en 1928, demolido después para una reconstrucción en 1982.
Con una capacidad para casi 60.000 espectadores, denota una imponente arquitectura moderna, pero por fuera nada cambia.
Camisetas, gorras, bufandas y hasta medias con escudos impresos, no tejidos, de las selecciones participantes del campeonato.
Las camisetas no son las “oficiales” de la FIFA y se da uno cuenta por el precio y por el descuento “especial” que te ofrece el vendedor.
El futbol tiene su cultura y los estadios una subcultura que hay que saber entenderla. El vendedor y el policía son amigos. El revendedor de entradas no existe a la luz pública, pero todos sabemos que allí están.