El afilador de cuchillos, el lustrador de zapatos: muchos oficios en Venezuela, como en el resto del mundo, están en peligro de desaparecer por la crisis o por el avance de la tecnología, pero hay personajes que luchan hasta el final por preservarlos.
“El amolador”
Un afilador ambulante que recorre las calles con una especie de flauta, cuya breve melodía es tan característica en el país que nadie la confundiría con otro comerciante.
Con una caja de madera a cuestas con una rueda de amolar, José Martín, de 27 años, carga con la tradición que su abuelo le enseñó a su padre y a sus tíos, y que luego él aprendió.
“Mi abuelo me decía que (el oficio) lo aprendió de un árabe, que él trabajaba primero con un árabe y él aprendió del árabe”, dice José a la Voz de América, mientras está sentado en su cajón.
Desde los 15 años se ha dedicado a preservar este oficio, que para él es una “herencia familiar”, que no cualquiera puede hacer. “Son piezas delicadas y eso es un truco que nosotros sabemos (...) tú puedes comprar la maquinita y broma… pero eso tiene un truco”, apunta.
Afila desde cortaúñas, tijeras, cuchillos, licuadora, pelador de papas, hasta pinzas quirúrgicas, es decir, “todo utensilio que necesite filo”.
José sigue su camino, con el cajón en una mano y la flauta en la boca, tocando la melodía que a muchos remueve recuerdos de infancia.
Al sonar, cuenta la tradición popular, hay que pedir un deseo.
El lustrabotas
Lo acompañaban más de 30, pero hoy Oswaldo Morgado, de 64 años, quedó solo en un icónico edificio del centro de Caracas: es el único lustrabotas, un oficio que ejerce desde hace 45 años.
Pasó de tiempos en los que casi sin descanso sacaba lustre a los zapatos de transeúntes, incluso de diputados hasta ministros, a largas horas de espera por algún cliente.
“En aquellos tiempos las cosas eran mejores, bueno digo yo, pero nos hemos ido acabando poco a poco”.
En medio del ruido de Caracas, observa cómo ya se ha perdido la tradición.
“La mayoría se fueron y otros fallecieron aquí. El único que quedó fui yo, que tengo ya 45 años aquí (...) De aquí he sacado a mi familia adelante y muchos profesionales y todo”.
Y cuestiona: “muchos andan bien vestidos, pero andan con los zapatos sucios”, aunque aclara que “tampoco cargan como para pagar dos dólares”, lo que cuesta el servicio.
“Yo más bien a veces le digo a los clientes: ‘mire, doctor carga los zapatos sucios, hay que echarle una limpiadita’”, dice mientras se ríe.
“‘No, no, después’", le contestan, cuenta.
Zapatero… a sus zapatos
“Es un arte, es artesanía, no todo el mundo es zapatero”: Carlos Olivera, de 78, trabaja como zapatero en las calles de Caracas. Aprendió el oficio a sus 14 años.
“No todo el mundo tiene la esencia de ser zapatero (...) no saben pegar una suela, no saben pegar una tapita (al tacón), no saben pintar un zapato”.
Aunque no cree que el oficio desaparezca, dice que “ha cambiado mucho porque antes era la tachuela y la suela. Ahora todo es goma, todo es costura”.
Olivera puede llevarse a casa unos cinco dólares “en un día malo” y 20 dólares “el día bueno”, que le sirve para “medio comer”.
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