Nueva York es siempre un caos. De día o de noche, esta ciudad nunca descansa.
Pero los niveles de locura aumentan cuando más de cien mandatarios de diferentes partes del mundo se congregan en un mismo lugar: la sede de las Naciones Unidas (ONU).
Durante más de una semana, la seguridad de los alrededores del edificio de la ONU, que va desde la calle 42 hasta la 50, sobre la primera y segunda avenida, aumenta a niveles escandalosos. Nadie entra, nadie sale y quienes tienen la apropiada identificación para hacerlo, deben soportar constantes revisiones que incluyen ser olfateados por un agente canino entre otras incómodas técnicas.
Pero sin duda quienes más sufren en este caos son los taxistas.
Para los operadores del popular auto amarillo éste es uno de los peores días de su vida.
“¿A dónde quiere ir?”, me preguntó el chofer de turno, un joven pakistaní que me dijo un nombre que no logré memorizar y mucho menos escribir.
– “Al edificio de la ONU”, le respondí. – “Odio ir a ese lugar. No se puede llegar cerca, lo voy a tener que dejar hasta donde se pueda”, dijo un poco mal humorado. Finalmente me dejó a cuatro cuadras de mi destino.
!Y con razón! Docenas de calles están cerradas mientras cientos de policías locales, del FBI y del Servicio Secreto vigilan cada rincón de Manhattan. El congestionamiento vehicular es literalmente una locura.
Aunque la tradición es simplemente abordar el taxi y luego dar el nombre del lugar al que uno se dirige, durante esta semana los taxistas preguntan primero hacia dónde su pasajero quiere arribar. Cuando mencioné la ubicación del edificio al que pretendía llegar, fui expulsado del taxi al menos en tres ocasiones, en un solo día.
Los residentes de la ciudad tampoco disfrutan mucho al recibir tanta atención durante este tipo de eventos. No obstante, para muchos turistas las exigencias de seguridad no sólo son necesarias sino también parte de la acción que esperan encontrar cuando viajan a la agitada ciudad de Nueva York.
“Me parece que la seguridad está bien, porque con las cosas que han pasado en esta ciudad es como para tener seguridad extrema aunque nos dificulta a los turistas el andar normalmente”, dijo Norberto Botasi, un argentino que llegó junto a su familia para conocer la ciudad.
Botasi tiene razón. Los enemigos ya demostraron que son capaces de romper hasta las más extremas medidas de seguridad, y en un momento en donde los líderes del mundo se reúnen en un mismo edificio, proteger hasta el último rincón de la ciudad se vuelve una necesidad básica.