Agnes Gonxha Bojaxhiu, más conocida como la madre Teresa de Calcuta, durante la mayor parte de su vida, fue considerada como una “santa viviente”.
El domingo, en la víspera del décimo noveno aniversario de su muerte, la santidad de la madre Teresa será sellada en una misa de canonización encabezada por el papa Francisco en la Plaza de San Pedro, en el Vaticano.
Para sus admiradores, la asunción de la ganadora del Premio Nobel de la Paz al estatus de santa puede parecerles tan inevitable como justificada.
Sin embargo, para una monja cuyo nombre ha sido durante largo tiempo lema de devota compasión, su canonización ha enfrentado controversia.
La mayoría de las críticas a la madre Teresa se han centrado en cómo su práctica de la devoción católica colisionó con las necesidades reales de la gente pobre que ella ayudaba. Para algunos, particularmente en India, ella puso su fama y devoción antes que su misión de ayuda.
Entre otras críticas, la madre Teresa ha sido acusada de ofrecer un tacaño cuidado médico o de calidad inferior, de hacer proselitismo a sus pacientes, de afirmar que hay virtud en el sufrimiento en lugar de tratar de aliviarlo, acercamiento a dictadores y de promover sus esfuerzos en la prensa mundial, ansiosa de héroes.
La madre Teresa de Calcuta, nacida en 1910 en Macedonia, llegó a India en 1929 y es utilizada como ejemplo de vida.