Cae el atardecer en La Carpio, un asentamiento ubicado a pocos kilómetros al oeste de San José, la capital costarricense, y Jessica Rodríguez, una nicaragüense de 42 años, termina de palmear tortillas para vender con carne de cerdo frita.
La comida la anuncia en un rótulo sarroso que coloca a la entrada de su humilde vivienda armada con ripios y viejas láminas de zinc. “Hay comida nicaragüense, carne de cerdo, tortillas y tajadas”.
Esta mujer, con 35 años de vivir en Costa Rica, dice que quedó en el desempleo durante la pandemia del COVID-19, cuando autoridades de este país centroamericano tomaron medidas para evitar la propagación del virus.
“Mucha gente se quedó sin empleo y tuvimos que emprender el negocio para poder sobrevivir, porque se escasearon los trabajos”, dice.
La Carpio es un asentamiento fundado en 1993 por precaristas de diferentes partes de Costa Rica y un 50 % de su población eran personas extranjeras que buscaban un lugar para habitar.
Una parte de esa población extranjera eran nicaragüenses que huían de la pobreza en que se encontraba sumido su país tras la guerra civil que concluyó en 1990.
Orlando Bonilla, fue uno de esos nicaragüenses que migró cuando La Carpio recién se conformó.
“Yo cuando llegué a Costa Rica era un menor de edad, mi mamá ya estaba aquí. Ella fue la primera que se vino, luego hizo el esfuerzo por traernos acá para tratar de salir adelante, porque allá en Nicaragua no se podía, por mucho que tratamos de surgir”, cuenta.
Bonilla dice que La Carpio fue como “una bendición” para su familia porque la encontraron justo cuando no tenían donde vivir al migrar a Costa Rica.
Sirvió de refugio para migrantes en 2018
Pero destaca que este asentamiento de 23 kilómetros cuadrados, que alberga a unas 5.000 familias, según un censo reciente, también sirvió como un refugio para migrantes nicaragüenses que huían de la crisis política en 2018.
“A raíz de lo que ocurrió en 2018, muchas familias recibieron a familiares, aunque no solo en La Carpio, sino en todas partes de Costa Rica… fue una situación de inmigración enorme que después de lo vivido en la guerra, se volvió a repetir de nuevo en el 2018”.
La Carpio formaba parte de una antigua finca que el Estado costarricense expropió a alemanes durante la II Guerra Mundial, y una buena parte de nicaragüenses habitan en este lugar, según datos oficiales.
Por esa razón Jessica no dudó dos veces en establecer un negocio de comida que atrajera la atención de sus coterráneos. “Aquí hay una buena comunidad de nicaragüense. No se deja de vender nunca”, asegura la mujer que habita con sus dos hijos en La Carpio.
Con falta de servicios básicos
En el asentamiento, las humildes viviendas contrastan con el desarrollo de la zona metropolitana de la capital costarricense, pese a que se localiza a menos de 20 kilómetros de la zona céntrica.
El nombre de La Carpio, alude al apellido de unos de los organizadores de la toma de terrenos, según una investigación sobre la zona, publicada años atrás.
De acuerdo a un informe presentado años atrás por el Sistema Integral de Formación Artística para Inclusión Social (Sifáis) y el Clacs (Centro Latinoamericano para la Competitividad y Desarrollo Sostenible) del Incae, un 44 % de las familias que viven en La Carpio están en condiciones de hacinamiento.
La Carpio está rodeada de dos ríos contaminados y un botadero de basura, el cual ya colapsó, explica el sociólogo costarricense Carlos Sandoval, quien ha investigado por años el desarrollo en La Carpio.
El agua potable es una de las principales carencias, dice a la VOA Alicia Avilés, una nicaragüense que es líder comunitaria en la zona.
“No tenemos agua potable. Nos abastecen con una cisterna que nos cobran en un recibo y aunque todavía la tubería no tiene agua, nos facturan el recibo como si realmente estuvieran abasteciendo normalmente el agua”, se queja Avilés.
Pero también este asentamiento enfrenta otras problemáticas como la inseguridad ciudadana.
“Hay dificultades con muchachos jóvenes que consumen sustancias; hay disputas por el control territorial de esos pequeños mercados de drogas, aunque la inmensa mayoría de la gente que vive allí, pues es gente trabajadora”, valora el sociólogo.
Sus habitantes confían en que pronto podrán encontrar una solución, tanto a la legalidad de las propiedades donde viven, como a la inseguridad, esto tomando en cuenta en cómo se han ido auto organizando para librarse del estigma y la discriminación.
“Si bien es cierto en La Carpio hay un sinnúmero de problemas, también hay múltiples razones por las cuales la gente que vive allí se siente orgullosa de lo que ha alcanzado, concluye Sandoval.