A ritmo de danzas africanas y colombianas, como el Mapalé y la Puya, 40 jóvenes se fusionaron en una sola coreografía, que desfiló este sábado por la Calle 17 durante el Carnaval de Barranquilla -una de las fiestas más importantes de Colombia-, sin importar que unos fuesen venezolanos y otros colombianos.
Es que precisamente la comparsa Kalunga, fundada hace 20 años y que ha participado en varios desfiles del carnaval, busca que no existan diferencias entre los jóvenes, a pesar de tener distintas nacionalidades.
Ricardo Carlos Polo Alonso, director de la comparsa, explicó a la Voz de América que el objetivo es que “todo el mundo entienda que somos uno. O sea, que la convivencia debe ser para todos… Que el rótulo de inmigrante, el rótulo de víctima, el rótulo de vulnerable no te pueda llevar a que te discrimen o te saquen un espacio”.
El grupo está conformado por jóvenes de entre 15 y 22 años, víctimas del conflicto en Colombia, provenientes de barrios vulnerables de Barranquilla o que llegaron al país desde Venezuela debido a la crisis que vive esa nación, y que han encontrado en el arte una oportunidad para integrarse a la cultura colombiana.
“Le apostamos a que sea un escenario donde caben todos. Sí, es una vaina chiquita, pero la idea es que desde aquí aportar para que, al menos, uno o dos vivan de manera distinta”, insiste Polo.
Una apuesta que ha funcionado para Brayan Montaño, un venezolano de 17 años que llegó hace seis años con su padre y su hermana a Colombia, ya que gracias a la danza, pudo integrarse a la cultura colombiana, tras, según dice, "sufrir discriminación”.
“Mis padres decidieron venirse a Colombia porque tienen unos familiares y acá gracias a Dios nos recibieron. Fue duro por la discriminación, al principio, pero ya después me llevé bien y me gusta actualmente”, contó el joven a la VOA.
Hace dos años y medio forma parte de un grupo de danza, donde lo recibieron sin problemas y, recuerda que, gracias a este, es un bailarín participante del carnaval.
“Me siento muy bien con la cultura colombiana, y probé muchas cosas nuevas porque, la verdad, estoy viviendo cosas que no viví allá y me parece chévere”, dice el joven venezolano, quien actualmente estudia en una escuela de arte y sueña con regresar a su país a enseñar danzas colombianas.
Unos bailes que para la venezolana Jorgelis López no fueron tan complicadas de ejecutar pues, confiesa, son muy parecidas a las colombianas.
La joven llegó de la ciudad venezolana de Maracaibo a Colombia, junto a su abuela, su mamá y su tía a través de las trochas o pasos ilegales, y aunque cuenta que los últimos años no ha sido fáciles, también agrega que una amiga colombiana la invitó a conformar la comparsa a la que, según ella, logró adaptarse fácilmente.
Un cambio de mentalidad
La comparsa que participa en el carnaval de Barranquilla cuenta con el apoyo de la Agencia de la ONU para los Refugiados. Alba Marcellán, jefa de la oficina de ACNUR en la ciudad, señaló a través de un comunicado que los niños y jóvenes enseñan cómo “a pesar de que el desplazamiento forzado ha tocado y transformado sus vidas, pueden encontrarse, reconocerse y construir juntos nuevos sueños, a través del arte y el folclor”.
Además, afirma que es una oportunidad para vencer la discriminación, las actitudes de xenofobia y potenciar la integración.
Wilson Gutiérrez, coordinador de la comparsa y bailarín le contó a la VOA que los jóvenes trabajaron alrededor de tres semanas para sacar adelante su presentación y, aunque algunos “llegaban sin desayuno”, pudieron compartir y aprender unos de otros.
Los venezolanos “aprenden del Carnaval de Barranquilla y nosotros aprendemos de ellos. Mostrarles nuestro folclor y nuestras costumbres, como también de pronto puede ser la comida o disfrutar un día de playa. Normalmente ellos se distraen un poco y se olvidan de ese ambiente que están rodeados”, dijo.
Opinión que comparte Rashell Acosta, de 20 años, una de las bailarinas y también maestra de preescolar, pues para ella fue “un poquito difícil en el sentido de que ellos (los venezolanos) manejan un ritmo completamente diferente. Pero fue espectacular aprender cómo culturas o cosas diferentes de un país del cual desconocía”.
“Me encantan… En el grupo en el que yo soy maestra, hay dos o tres chicos venezolanos y siempre uno aprende cosas nuevas, como el dialecto, cultura sobre todo, son personas muy lindas de tratar”, añade la barranquillera.
Y es que para el bachiller Diozman Castro, barranquillero y otro de los bailarines de la comparsa, el venezolano no es ajeno a su cultura, pues “tienen también esa recocha que nos caracteriza”.
“Nos enseñaron muchísimo, que no sólo el costeño es el que es alegre, ahí también son alegres”, añade.
Según Migración Colombia, 2,3 millones de migrantes venezolanos se encuentran en el país.
Por ahora, el director de la comparsa, además de líder comunitario y cultural, advierte que continuará trabajando para que muchos jóvenes que han vivido situaciones delicadas en sectores vulnerables, como él, salgan adelante a través del arte porque “la cultura es todo, la cultura es la que mueve los pueblos”.
“La idea es generar un cambio positivo en los pelados, que todo lo que hagas, sea en un función de echar pa’lante sin hacerle daño a nadie”, agrega.
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