Miguel Robles pierde su vista por la ventana al recordar ese episodio de su vida que creía lejano pero que hoy vive de nuevo en la carne de su hijo: ser inmigrante.
El aeropuerto Internacional Simón Bolívar de Venezuela, fue el lugar donde pasó las primeras 24 horas de su vida en Venezuela; a donde llegó con $50 dólares en la cartera en 1983. Huía de la dictadura de Augusto Pinochet en Chile.
Ese aeropuerto será el mismo lugar donde, la primera semana de febrero, despida a su hijo de 21 años que se va de Venezuela, pero no huyendo de una dictadura, sino de la inseguridad, uno de los principales problemas que enfrentan los venezolanos.
“Con la decisión de mandarlo para afuera, lo estoy cuidando”, dice tajante Robles sobre su hijo, Miguel Ángel, quien deja año y medio de carrera de comunicación social en la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) y su amor por el ciclismo.
En Venezuela murieron en forma violenta 24.980 personas en 2014, según cifras de la organización no gubernamental Observatorio Venezolano de Violencia (OVV).
El gobierno no ha entregado cifras oficiales de personas que mueren asesinadas a manos de la delincuencia.
El presidente Nicolás Maduro omitió hablar del tema de la inseguridad durante su mensaje a la nación en enero de este año.
“Le pido a mi hijo que me de certeza de que está saliendo de Venezuela conscientemente. Si me dijera que quiere quedarse a pesar de todo no se iría. Pero tememos por su seguridad en Venezuela”, añadió Robles.
Su caso no es el único. Los venezolanos que tienen los recursos económicos, anteponen la seguridad para preservar la vida de los jóvenes por encima de la unidad familiar, en un país donde sus funcionarios han dicho en el pasado que la inseguridad es un asunto de “percepción”.
En 2014 abandonaron Venezuela un millón 200 mil venezolanos, según el sociólogo Iván de la Vega, profesor de la Universidad Simón Bolívar.
La inseguridad, razones políticas o búsqueda de una mejor calidad de vida son las causas que motivan a los venezolanos a marcharse del país.
Al pensar en la distancia con su hijo, Robles siente tristeza al saber que no podrá abrazarlo cuando lo desee, o no podrá verlo pedalear en la bicicleta.
Pero a todo eso se sobrepone al saber que “podrá caminar tranquilo por las calles y que con cualquier sueldo va a poder comprarse lo que quiera, que va a estar apoyado por su abuela y por sus tías”, se consuela Robles.
Su hijo engrosará las estadísticas de venezolanos que se van a vivir a Estados Unidos buscando un mejor futuro.
Según la medición que hizo la Oficina de Censo Americano, en 2011 se contabilizaron 259.000 emigrantes venezolanos en ese país.
Robles se siente “seguro de saber que es un muchacho maduro y sólido y podrá llevar una situación como la que yo viví hace 31 años en Caracas”.