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Grupos religiosos: se necesitan más familias de acogida para cuidar a niños que llegan solos a EEUU


Sol, argentina de 14 años, besa a Maddie Hazelton mientras juegan en la cocina de los padres que acogieron a Sol, Andy y Caroline Hazelton en Homestead, Florida, el 18 de diciembre de 2023.
Sol, argentina de 14 años, besa a Maddie Hazelton mientras juegan en la cocina de los padres que acogieron a Sol, Andy y Caroline Hazelton en Homestead, Florida, el 18 de diciembre de 2023.

Grupos religiosos y comunitarios tratan de reclutar familias de acogida para ayudar a trasladar a los menores fuera de las instalaciones gubernamentales.

Acurrucada en el sofá frente al árbol de Navidad, Sol mostró con orgullo el perro que le regalaron sus padres adoptivos por obtener las más altas calificaciones en todas sus materias a pesar de que cruzó la frontera sur de Estados Unidos sabiendo muy poco inglés.

“Ellos me ayudaron mucho”, dijo la estudiante de octavo grado de 14 años. Luego se sonrojó, escondió el rostro en el pelaje de Cosmo y agregó en español: “¡Ay, lo dije en inglés!”.

Sol —quien viene de Argentina—, se encuentra entre decenas de miles de niños que llegan a Estados Unidos sin sus padres, en medio de un enorme aumento de inmigrantes que provoca un debate en el Congreso para cambiar las leyes de asilo.

Grupos religiosos y comunitarios de todo el país tratan de reclutar a muchas más familias de acogida para ayudar a trasladar a los menores fuera de las abrumadas instalaciones gubernamentales. Las autoridades estadounidenses encontraron casi 140.000 menores no acompañados en la frontera con México en el año fiscal 2023, según la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos. Casi 10.000 de ellos siguen bajo custodia de la Oficina de Reasentamiento de Refugiados del Departamento de Salud y Servicios Humanos, según sus últimos datos.

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“Es impresionante la cantidad de niños que están viniendo”, dijo Mónica Farías, quien dirige el Programa de Menores Refugiados No Acompañados de las organizaciones católicas de beneficencia de la Arquidiócesis de Miami. “Estamos reclutando padres (de acogida) activamente”.

Los líderes del programa van a iglesias y otras organizaciones comunitarias todos los fines de semana para encontrar más familias como Andy y Caroline Hazelton, los tutores temporales de Sol.

Durante los últimos cuatro años, los Hazelton —una pareja de treinta y pocos años que vive en un suburbio de Miami, con tres hijas biológicas de 8, 6 y casi 2 años— han acogido a cinco menores inmigrantes durante varios meses y a más por períodos más cortos. Dos adolescentes eran de Afganistán, pero la mayoría procedía de Centroamérica.

“Nuestra fe nos inspiró”, dijo Andy Hazelton, y agregó que cuando se enteraron de familias que eran separadas en la frontera, sintieron la necesidad de responder a la exhortación del Evangelio de ayudar a los demás como uno ayudaría a Jesús.

Como otras familias de acogida, los Hazelton dicen que no prestan atención a las estridencias del debate político sobre la inmigración, sino que prefieren ayudar a los niños que lo necesitan. Un adorno de globo terráqueo en el árbol de Navidad de su sala de estar está marcado con puntos que señalan los lugares de nacimiento de cada miembro de la familia.

“Cada Navidad tenemos niños nuevos en nuestra casa”, dijo Caroline Hazelton, quien contó que incluso los adolescentes musulmanes afganos, quienes nunca habían visto un calcetín repleto de regalos, se sumaron rápidamente a las festividades.

Como la mayoría de los jóvenes en estos programas, esos chicos finalmente se reunieron con su familia biológica —la madre abrazó a Caroline durante 10 minutos y sollozó de agradecimiento—. Con Sol, cuyo padre desapareció en el viaje a través del desierto, y otros niños sin familiares en Estados Unidos, los compromisos de las familias de acogida pueden durar años.

Mientras Sol empacaba su almuerzo escolar en una bolsa de “Stranger Things” bajo la atenta mirada de Cosmo, los Hazelton dijeron que estarían felices de que ella se quedara para siempre y ya se referían a sus cuatro hijas.

Independientemente de la duración de la estadía, los tutores temporales dicen que necesitan dar a los niños suficiente estabilidad para que se sientan cómodos con las costumbres estadounidenses que les son desconocidas —desde el aire acondicionado hasta las estrictas rutinas escolares— y para que aprendan más inglés.

“Nunca vamos a ser como sus padres. Gracias a Dios vivimos en un país donde las cosas pueden ser más fáciles”, dijo Carlos Zubizarreta. Él mismo fue niño de custodia temporal hace 50 años y ha sido padre suplente en el área de Miami para unos 30 niños durante casi dos décadas, además de tener hijos biológicos, ya adultos.

No obstante, siempre le resulta difícil cuando cada niño de acogida se va después de haber compartido cenas, vacaciones y tareas domésticas como dar mantenimiento al automóvil. Zubizarreta planea continuar como familia suplente mientras sienta que eso es lo que Dios lo llama a hacer.

En Baltimore, durante un año, Jason Herring ha sido tutor temporal de cinco niños centroamericanos a través de un programa dirigido por el Servicio Luterano de Inmigración y Refugiados que se centra en el cuidado a corto plazo de aquellos cuyo regreso con sus padres biológicos es evaluado por el gobierno.

Dice que él no es religioso, e inicialmente temió que no lo aceptarían en el programa por ser gay. Eso lo llevó a simpatizar con la difícil situación de los niños que sufren debido a decisiones de los adultos sobre las que no tienen ningún poder.

“Entiendo lo que se siente al ser ‘el otro’”, dijo. “No necesitas ser un padre perfecto, simplemente estar presente”.

Como todas las familias de acogida, aquellos que dan hogar a menores inmigrantes no acompañados deben tener una licencia de su estado, y con frecuencia reciben capacitación adicional específica sobre leyes de inmigración y sobre manejo de trauma, dijo Amanda Nosel, directora del programa de tutores temporales de la agencia luterana en Baltimore.

“Ciertamente, hay una escasez nacional de padres de acogida en este momento. Tenemos muchísimos niños que necesitan un hogar”, agregó Nosel.

Aclimatarse a un país nuevo en un entorno familiar afectuoso es especialmente importante dado el profundo y creciente nivel de trauma que cargan estos niños, desde aquello de lo que tuvieron que huir en sus países hasta su recorrido hacia Estados Unidos.

“Es un trauma sobre otro trauma sobre otro trauma. Los niños simplemente buscan sobrevivir”, dijo Sarah Howell, trabajadora social clínica en Houston con una larga experiencia en el asesoramiento a niños inmigrantes, incluida una adolescente a quien cría.

A menudo internalizan tanto el miedo y el duelo que parecen maduros para su edad, a la vez que sienten terror de que cualquier relación familiar nueva los abandone. Pasa un tiempo antes de que los tutores temporales puedan sentirse aliviados al ver aparecer la conducta normal de un niño o un adolescente, incluso si eso significa rechazar toda comida salvo la chatarra o las peleas entre hermanos, que son signos de normalidad.

“Todos ellos son niños, pero con edad adulta”, dijo Bernie Vilar, quien trabaja como mentor en un hogar para jóvenes vulnerables, incluidos aquellos que superan la edad para los hogares de acogida de Caridades Católicas de Miami. Vilar, de 24 años, fue indigente cuando era más joven y trata de transmitir la pasión por la educación que le ayudó a sobrevivir eso.

Pero dice que muchos están demasiado agobiados por las deudas que tienen con los contrabandistas de personas que los trajeron a Estados Unidos como para interesarse en cualquier cosa que no sea trabajar, mientras que otros luchan contra la depresión tras presenciar muerte y violencia en su trayecto.

Brandon García, de 20 años, parece haber vencido los obstáculos. Después de cruzar solo a los 15 años porque sus padres le dijeron que no tendría oportunidades en las altas tierras indígenas de Guatemala, pasó seis meses en casa de los Hazelton y ahora vive en el hogar grupal de Vilar y está por terminar sus estudios universitarios técnicos.

Todavía extraña a su familia, pero ama a las hijas de los Hazelton como si fueran sus propias hermanas. En una fiesta navideña en un sitio para jugar bolos de los suburbios de Miami organizada por el programa de la beneficencia católica, jugó con ellos en intervalos entre bocados de pizza y tratar de anotar chuzas con otros jóvenes.

García dijo que la velocidad del cambio mientras se adaptaba a Estados Unidos fue difícil, pero que nunca ha pensado en regresar. Su momento más feliz llegó cuando los Hazelton lo llevaron a los parques temáticos de Orlando —una tradición navideña que planean continuar este año con Sol— y vieron el espectáculo de fuegos artificiales.

“Sentí la misma alegría que con mi familia”, agregó García. “Me dije: ‘es un país de grandes oportunidades y tengo que aprovechar’”.

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