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Favela tour: del olvido al turismo


Banderitas de colores colocadas para una fiesta popular decoran la favela de Vila Canoas.
Banderitas de colores colocadas para una fiesta popular decoran la favela de Vila Canoas.

El recorrido apenas mete un pie en el agua de este complejo universo, pero es suficiente para derribar algunos estereotipos sobre las favelas.

Con deslumbrantes playas a sus espaldas, el vendedor atiende afanosamente a los visitantes que preguntan los precios de sus souvenirs, no más originales que los que se venden en cualquier tienda turística: llaveros, postales y camisetas de “Yo amo (...)”. Salvo que en este caso, el espacio en blanco lo rellena el nombre de una de las favelas más grandes de Rio de Janeiro: Rocinha.

Es curioso imaginar a un turista usando una camiseta que expresa su amor por un morro que todavía es controlado por los narcotraficantes, algunos de los cuales caminan como si nada al lado del puesto de venta. Jóvenes –seguramente menores de edad- con un Kalashnikov al hombro que no se meterán con los foráneos a menos que les saquen una fotografía.

Estas son algunas de las contradicciones que conviven en Rocinha, de 69.000 habitantes según cifras oficiales. Y que gracias a los “favela tours”, que pululan por Rio de Janeiro y son ofrecidos como un paseo más en los hoteles, las personas pueden atestiguar.

La Voz de América realizó uno de esos tours, el de Marcelo Armstrong, organizado desde 1992. Armstrong dice ser un pionero en este tipo de excursiones. Explica en su página web –y sus guías lo demuestran- que Favela Tour es “una experiencia educativa si buscas una perspectiva más profunda de la sociedad brasileña”.

No es voyeurismo, afirma la trouppe de Armstrong. Y por más polémica que resulte la idea de visitar los barrios más carenciados como si fuera una ida al zoológico, lo cierto es que el tour no deja esa sensación.

El recorrido apenas mete un pie en el agua de este universo, pero es suficiente para entender que cada favela tiene su propia dinámica, sus propios códigos. Algunas son pacíficas. Algunas son menos humildes que otras. Algunas tienen bancos, comercios, restaurantes. La mayoría están habitadas por gente trabajadora. Los lazos comunitarios son fuertes. El narcotráfico es una realidad ineludible en muchas.

El objetivo de los guías es que los visitantes no vayan como meros espectadores, sino que se involucren, se comprometan, interactúen. Ellos también aportan su justa parte en este proceso: el tour de Armstrong contribuye con un proyecto educativo en una de las favelas, Vila Canoas, llamado Para Ti, donando cerca de $78.000 dólares al año.

Una favela con aires pueblerinos

Es en este lugar donde comienza el tour. Una combi pasa a buscar a los extranjeros por sus respectivos hoteles. No suelen ir brasileños. No se animan a ir a las favelas y prefieren evitarlas a toda costa, según el guía de la excursión, un francés llamado Axel Lahaye. De Copacabana, Ipanema, Leblon –los barrios más ricos- los turistas llegan a Vila Canoas, que tiene 2.500 habitantes.

Hay varias mansiones enfrentadas al asentamiento. Lahaye explicó que es normal que las zonas pudientes de los morros de Rio estén codo a codo con las favelas, aunque lo único que comparten -además de la vecindad- son las mejores vistas de la ciudad. Una vez adentro, la primera impresión es que esta favela es humilde pero muy digna en comparación con otras bastante más pobres.

Vila Canoas no está dominada por los narcotraficantes. El día a día parece ser bastante apacible, al ritmo de un pueblo de campaña. Las casas son construidas con materiales firmes. Y cuando los ahorros lo permiten, son mejoradas por sus dueños, que pintan las paredes o las decoran con azulejos.

Las laberínticas callejuelas, que a medida que se estrechan no permiten que entren los rayos de sol, tienen nombre, apellido y numeración. No es un detalle menor: el guía Alex Lahaye explica que esto permite a los habitantes tener una dirección que les evite decir que viven en una favela cuando intentan conseguir trabajo, por ejemplo, para no ser discriminados.

Lahaye dice que el programa de pacificación de las favelas lanzado por el gobierno brasileño hace cerca de dos años y medio, conocido como Unidades de Policía Pacificadoras, ha dado buenos resultados. Incluso las indomables Favela Santa Marta, Cidade de Deus y ahora Complexo do Alemao lograron expulsar a sus dueños, los narcotraficantes.

La vida en un morro dominado por narcos

En Rocinha, la próxima parada del tour, este no es el caso. Aunque si bien los narcotraficantes dominan esta enorme favela, ubicada entre dos de los más lujosos barrios de Río de Janeiro –Gávea y Sao Conrado-, se pueden vislumbrar islas de normalidad.

Niños saliendo de una escuela. Un ajetreado mercado de verduras repleto de compradores. Taxistas en motocicletas –las moto-taxis- zumbando por las callejuelas. Un hombre paseándose con su canario enjaulado, utilizado para las muy frecuentes competencias de canto en los morros. “Dan mucho dinero”, asegura Lahaye, y no están prohibidas como las peleas de gallo. Una pasarela diseñada por el renombrado arquitecto brasileño Oscar Niemeyer, inaugurada en 2010.

Layahe logra desmitificar ciertos estereotipos sobre las favelas y se pasea con una naturalidad propia de un vecino más. En realidad lo es. Este joven francés que se mudó a Río de Janeiro para trabajar en la embajada de Francia y ahora se dedica al turismo vive en una favela en el barrio de Santa Teresa. Dice que los habitantes son cordiales y siempre te invitarán a sus barbacoas.

Quizá a veces sea demasiado confiado: cuenta a la Voz de América que una vez fue a un baile de funk carioca –el género musical por excelencia de los morros- en Rocinha y vio a todos los narcotraficantes empuñando sus Kalashnikov. “No te pasa nada si no miras a las chicas. Es que pueden ser sus primas, hermanas, novias”.

Pero la voluntad de este guía de adentrarse en la vida de las favelas es admirable. Y repercute de forma positiva en el tour.

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