Reelegirse presidente a pesar de la prohibición constitucional y del referéndum del 2017 era de por sí políticamente desgastante para el presidente boliviano Evo Morales. Ese desgaste se hizo evidente en los resultados que exigían una segunda vuelta. Pero reelegirse en base a cuestionados resultados es una segura receta para la crisis política y la incapacidad de repetir los logros económicos de sus primeros tres períodos de gobierno.
El anuncio del Tribunal Electoral de Bolivia de que el presidente Evo Morales ha sido reelecto sin necesidad de segunda vuelta, tal como indicaban los resultados hasta la tarde del lunes, desató de inmediato airadas protestas de la oposición y denuncias de fraude electoral. Y la incredulidad entre expertos que ven con profunda preocupación la crisis y el retroceso económico que esto podría traer a Bolivia.
La misión de observación de la Organización de Estados Americanos (OEA) manifestó “su profunda preocupación y sorpresa por el cambio drástico y difícil de justificar en la tendencia de los resultados preliminares conocidos tras el cierre de las urnas”.
Añadió que por la noche del domingo, “las cifras indicaban claramente una segunda vuelta, tendencia que coincidía con el único conteo rápido autorizado y con el ejercicio estadístico de la Misión (de la OEA)”.
Morales, electo presidente por primera vez en 2005, logró la reelección promoviendo primero un fallo del Tribunal Constitucional que afirmó que negarle la reelección a un boliviano representaba una violación a sus derechos civiles. La oposición promovió un referéndum en el cual una mayoría de los bolivianos se pronunció en contra de la reelección. Morales desestimó dicho referéndum.
El afán por mantenerse en el poder tras 14 años le ocasionó un severo desgaste en su popularidad y puso su legitimidad en duda en la mente de los bolivianos, que en el pasado eligieron a Morales hasta con un 60 por ciento de los votos, pero que ahora, según los últimos resultados reconocidos por la oposición, apenas alcanzaba un 46 por ciento y no lograba una ventaja de 10 puntos sobre su principal rival, Carlos Mesa, quien tenía un 37 por ciento.
Sorpresivamente, el lunes por la tarde, el Tribunal Electoral anunció que con el 95 por ciento de los votos escrutados, Morales tenía 46.4 por ciento, sobre el 37.07 de Mesa. El oficialismo cantó victoria, mientras los opositores gritaron “fraude”. La diferencia hasta ese momento era de 9.33 puntos, por debajo del 10 requerido para una victoria en primera vuelta. Pero los opositores lo interpretaron como un fraude que se consolidaría al anunciarse el 100 por ciento de escrutinio de los votos en los próximos días.
Las protestas estallaron de inmediato. Centenares de opositores que ya estaban en vigilia frente a las oficinas regionales del Tribunal Electoral, se enfrentaron con los simpatizantes de Morales que también estaban ahí “para defender el voto”. La policía agredió y lanzó gas de pimienta a los opositores.
En el departamento de Sucre, los opositores prendieron en llamas las puertas del Tribunal Departamental Electoral, ubicado en la ciudad de Chuquisaca. En La Paz y otras ciudades, las protestas y violencia se desataron tan pronto como se conoció el sorpresivo anuncio de que no habrá segunda vuelta.
Horas antes de conocerse el anuncio, expertos en política boliviana afirmaban que la situación de Morales era ya de debilidad en relación a sus anteriores elecciones. Esta vez cargaba sobre sus espaldas la indignación de una buena parte de la población ofendida por sus pretensiones reeleccionistas, a pesar de impedimentos constitucionales y de un referéndum ciudadano que le dijo que no estaban de humor para un presidente vitalicio.
No era bien vista la reelección por mucho que Morales obtuvo en sus primeros tres períodos índices de crecimiento anuales de alrededor de un 4 por ciento. Ni tampoco porque con sus políticas sacó del nivel de la pobreza a un estimado 30 por ciento de la población. Ni siquiera porque se tomó la molestia de reconocer formalmente a las poblaciones indígenas, llegando a cambiarle el nombre al país de República de Bolivia a Estado Plurinacional de Bolivia, con lo cual descentralizó el poder y le otorgó a las poblaciones indígenas un cierto margen de autonomía y participación en los asuntos de gobierno.
“Esto para las poblaciones indígenas fue una gran reinvindicación histórica”, explicó el profesor Bruce Bagley, especialista en estudios internacionales de la Universidad de Miami. “Eso le trajo mucho reconocimiento a Morales por parte de los indígenas que sintieron que les había cumplido”.
La plurinacionalidad reconoció como idioma nacional al castellano, además de 36 lenguas indígenas, entre ellas la aymara, araona, baure, bésiro, canichana, cavineño, cayubaba, chácobo, chimán, ese ejja y guaraní. El reconocimiento a los indígenas le ganó profundas simpatías de esos pueblos. Pero en las ciudades, el resto de la población no se tragaba a un mandatario al que veían “autoritario” y dispuesto a todo con tal de perpetuarse en el poder.
"Cualquier partido, no importa lo bueno que sea, si permanece en el lugar durante demasiado tiempo, es corrupto, eso es lo que estamos pasando", dijo el domingo la estudiante de 22 años Tania Villaroel López cuando se unió a una fila de votantes cerca del palacio presidencial en La Paz.
“Esto vino debilitando su legitimidad”, explicó el profesor Javier Corrales, de la estadounidense Universidad de Amherst, en el estado de Massachusetts. “Morales ya no era tan popular como había sido en el pasado”.
Según Corrales, el primer indígena en llegar a presidente de Bolivia cayó en el clientelismo y otras formas de corrupción que frecuentemente surgen entre los que gozan del uso de poder político.
“El poder corrompe”, dijo Corrales. “Y se dio una combinación de factores que fue erosionando su legitimidad y su base de poder”.
Pero, agrega, “al César lo que es del César”.
Morales, como una de las figuras de la Alianza Bolivariana para las Américas, que fue lidereada y financiada por el ex mandatario venezolano Hugo Chávez, fue posiblemente el que hizo el mejor manejo de la economía. Y hasta ayer se había mantenido a distancia de las crisis políticas, que como en Nicaragua, pueden revertir en sólo meses los avances económicos de una década.
A pesar de impulsar programas asistencialistas que los críticos llaman “despilfarros socialistas”, Morales supo aprovechar la bonanza traída por los altos precios del gas natural y otras materias primas. Invirtió en salud y educación, especialmente en la atención a las poblaciones indígenas, y de menores ingresos. Ejecutó importantes proyectos de infraestructura en zonas indígenas tradicionalmente olvidadas por gobiernos anteriores.
Los académicos reconocen como legítimas las afirmaciones oficiales de que un 30 por ciento de la población realmente salió del nivel de ingresos considerado como “pobreza”. Morales legalizó los pequeños cultivos de coca, con lo cual miles de familias campesinas tuvieron acceso a una cosecha fácilmente convertida en dinero en efectivo.
La promesa que sí quedó en la mesa de diseño fue la de diversificar la economía, mediante la captación de inversión extranjera en fábricas que generaran empleos industriales mejor remunerados.
Morales no logró inspirar suficiente interés y confianza entre los inversionistas. Y esta promesa, al igual que una repetición de los logros económicos pasados. están en riesgo de volverse inalcanzables.
El primer gran obstáculo que enfrentará Morales en este nuevo período es que con la falta de legitimidad que trae una elección “dudosa”, vienen las interminables e impredecibles protestas y violencia callejeras, uno de los peores enemigos de la inversión privada y el crecimiento económico.
En Nicaragua suelen decir que “no hay nada más cobarde que un millón de dólares” pues no ha terminado de despedazarse un cristal por una pedrada o de estallar en llamas un “coctel Molotov”, cuando ya el gran capital a huído del país. Bolivia difícilmente logrará atraer inversión extranjera con un pueblo indignado quemando llantas en las calles.
La bonanza de las materias primas difícilmente está por repetirse pues la economía mundial está dando señales de una desaceleración, con lo cual se reducen la demanda y los precios de las materias primas, explican los académicos.
Sin estabilidad política, sin paz en las calles, sin bonanza en los precios de sus exportaciones, sin inversión extranjera y sin el caudal de millones de dólares de cooperación venezolana, dicen los expertos, Morales y su nación plurinacional no serían más que “la crónica de un fracaso anunciado”.