Siempre que camino por Barracas descubro la casa con el torreón en el que Alejandra impactaba a Martín con los misterios de una mujer indescriptible. Cada vez que paso por una Iglesia me pregunto si de ahí de dónde rescataron las figuras de los santos.
La magia con la que Ernesto Sábato recrea a sus personajes en el entorno de Buenos Aires permanecerá más allá de su despedida, apenas dos meses antes de cumplir el centenario. Esta madrugada el último gran escritor de la época de mayor auge literario en Argentina falleció tras varios días padeciendo una bronquitis y años acarreando problemas de salud que le habían dejado sin vista.
“Existe cierto tipo de ficciones mediante las cuales el autor intenta liberarse de una obsesión que no resulta clara ni para él mismo. Para bien y para mal, son las únicas que puedo escribir. Más, todavía, son las incomprensibles historias que me vi forzado a escribir desde que era un adolescente”, describe Sábato.
Primero en ‘El Túnel’ (1948), después con ‘Sobre héroes y tumbas’ (1961) y también en ‘Abbadón el exterminador’, su excelente trilogía, se ven repetidas esas obsesiones que persiguen al autor a través de sus libros y en todos sus personajes. El afán de capturar lo encriptado del hombre, las preguntas filosóficas que se ocultan tras las acciones humanas.
Las mismas obsesiones que le condujeron a él mismo a quemar varios de sus relatos, por suerte algunos rescatados de entre las llamas. Como él mismo describe “Una y otra vez traté de expresar el resultado de mis búsquedas, hasta que desalentado por los pobres resultados terminaba por destruir los manuscritos”.
En sus últimos años, la pintura sustituyó a la lectura y escritura que una vista dañada impedían.
Nacido en Rojas, provincia de Buenos Aires, volcó sus primeros impulsos en la ciencia, becado por el Laboratorio Curie que pronto abandonó para dedicarse de pleno a la literatura y al ensayo.
En 1983 fue seleccionado presidente de la Comisión nacional sobre Desaparecidos (Conadep), en la cual redactó el informe ‘Nunca más’, conocido como el ‘Informe Sábato’. Poco más tarde fue galardonado con el Premio Cervantes, el más alto honor de literatura en español.
Conocedor de sus coetáneos, Sábato trazó relaciones de amor y odio con algunos de los más grandes literatos argentinos, fantaseando de una forma crítica con Arlt, Güiraldes o Borges en su libro ‘Sobre héroes y tumbas’, a los que describe y critica con un énfasis diferenciador de su propia literatura.
Sábato se va, pero siempre quedará en las calles de Buenos Aires, en el parque Lezama, en Barracas y en tantos otros lugares por los que pasea nuestra imaginación al leerle.