El papa Francisco aprobó la calidad de mártir para el obispo salvadoreño Oscar Arnulfo Romero, asesinado por escuadrones de la muerte en 1979, despejando así el camino para declararlo santo.
El martirio de Romero, que significa que el Vaticano considera que murió defendiendo las ideas de la iglesia, había sido cuestionado porque en su momento se argumentó que en realidad murió por motivos políticos y no por la fe.
El obispo abogaba desde el pulpito por los pobres y frecuentemente criticaba a los militares y al gobierno de ese tiempo. Se ha dicho que fue influenciado por la Orden Jesuita, que es la que ha posteriormente ha luchado por avanzar su santificación. El papa Francisco es jesuita.
Romero fue asesinado mientras ofrecía misa en una iglesia de la capital salvadoreña a manos de un francotirador que nunca fue juzgado, no obstante haber confesado públicamente el crimen. Como actor intelectual se ha señalado al exlíder del partido derechista ARENA, Roberto D’Abuisson, quien murió en 1992 cuando la guerra civil salvadoreña que se extendió por 12 años, ya había terminado.
A diferencia de los candidatos regulares a la beatificación, los mártires de la Iglesia pueden alcanzar la primera etapa camino a la santidad sin la necesidad de que se les atribuya milagro alguno. Sin embargo, para su canonización se necesita un milagro.