Desde que en enero pasado pronunció su discurso sobre el Estado de la Unión, el presidente Barack Obama ha dedicado buena parte de su apretada agenda a resaltar la importancia de que sólo mediante una mejor formación escolar y niveles académicos superiores entre los jóvenes, el país podrá hacerles frente a los retos tecnológicos del futuro y garantizar el progreso económico de la nación.
En esa ecuación, los 50 millones de hispanos que hay en EE.UU por lo que se ve tenemos un peso específico definitorio. Se trata de que uno de cada cinco estudiantes en las aulas del país es hispano, hay cerca de 12 millones en escuelas públicas primarias y secundarias, y hasta ahora somos con mucho el grupo étnico de peor desempeño escolar en el país.
Hace apenas una semana, hablando a padres, maestros y alumnos en una escuela multicultural en la capital del país, Obama recalcó que el éxito académico de los alumnos hispanos es fundamental para el futuro de EE.UU.
“Nuestra fuerza laboral será más diversa, y si ellos no reciben la educación que necesitan, no triunfaremos como nación. Ocho de cada 10 empleos futuros requerirán más que una educación secundaria”, precisó.
Uno de los problemas que encara la campaña a favor de la excelencia académica entre los hispanos que impulsa la Casa Blanca es que menos de la mitad de esos niños están inscritos en programas de educación temprana, considerados clave para el futuro desempeño escolar de cualquier menor.
Las estadísticas indican además que sólo alrededor del 50 por ciento de los alumnos hispanos obtienen a tiempo sus diplomas de enseñanza secundaria, y solamente el 13 por ciento llegan a alcanzar una licenciatura universitaria. La proporción entre los afroamericanos es de 17 por ciento, entre los blancos no hispanos, 31 por ciento, y entre los estudiantes de origen asiático es de 50 por ciento.
No hay forma de que un país se precie de promover adecuadamente la educación de sus ciudadanos sin graduar a jóvenes bilingües y hasta trilingües de sus centros docentes, algo común en los países europeos y también asiáticos.
Sin embargo, en EE.UU. hay escuelas que incluso desaniman o recriminan a los niños por hablar español. Y es habitual que cuando los estadounidenses viajan deban comprarse diccionarios de bolsillo de la lengua del país que van a visitar, que con mucha frecuencia no necesitan porque recepcionistas de hoteles, camareros, y mucha de la gente que se topan en la calle hablan inglés.
Para lidiar con ese y con muchos otros inconvenientes educativos, el presidente Obama ha dicho estar aumentando los fondos destinados a los programas de enseñanza infantiles, y también los correspondientes a las llamadas becas Pell para cursos universitarios.
Pero el asunto no es sólo de dinero, es también un problema de cambio de mentalidad. En otros países el grado de compromiso familiar con la enseñanza es mayor. En Chile, por ejemplo, el 40 por ciento de los gastos de educación de los hijos los aporta la familia, y la proporción también es alta en Corea del Sur (30 por ciento), y la India (28 por ciento).
Lamentablemente en EE.UU. muchas familias están convencidas de que triunfo de sus hijos, más que de una excelente formación académica, depende de la habilidad que adquieran para que abrirse paso en la vida haciendo “buenos negocios”. Eso es algo que también tendría que cambiar.