Estados Unidos devolvió unos 800 migrantes a México por Matamoros en las últimas dos semanas, cuando el programa conocido como “Permanecer en México” se extendió a esta ciudad al noreste de Tamaulipas, un estado con una fuerte presencia del crimen organizado, pero al que Washington ya envió a casi 3.000 personas, según datos de autoridades locales y estatales.
Igual que ocurrió antes en Nuevo Laredo, una ciudad del mismo estado a 350 kilómetros al noroeste, los migrantes son retornados en grupos de entre 50 y 100 personas de forma casi diaria y con una fecha para solicitar asilo ante un juez estadounidense, una cita a la que muchos no saben si podrán o no acudir.
Más de 70 personas, en su mayoría centroamericanos y cubanos, atravesaron el jueves el puente fronterizo entre Estados Unidos y México en silencio, con la cabeza baja, sus documentos en una bolsa de plástico transparente y el semblante preocupado. Unos tenían dudas sobre cómo vivirán los dos próximos meses hasta su cita con un juez estadounidense. Otros pensaban en volver a casa.
“Lo único que Donald Trump está haciendo es devolviendo a todas las personas”, dijo Emilio Cáceres, un agricultor hondureño de 25 años que quería regresar a su país porque, según señaló, al haber cruzado de forma ilegal y haber sido deportado antes una vez, sabía que no tenía opciones para el asilo por mucho que le hubieran dado cita.
Algo parecido pensaba Luis Raxic, que viajaba con su esposa y su hija de año y medio y fueron retornados el miércoles.
“Uno de los agentes nos lo dijo muy claro, que nos iban a deportar, pero solo a México y no a nuestro país, para ahorrar dinero porque ya pagan muchos impuestos allá”, explicó.
Desde enero, Estados Unidos devolvió a más de 20.000 solicitantes de asilo a México para que esperen allí la resolución del proceso, en lo que supone uno de los cambios más drásticos de la política migratoria de Washington en los últimos años.
En un primer momento, las autoridades estadounidenses devolvían a personas que llevaban tiempo esperando para pedir refugio porque huían de la violencia o la persecución política en sus países, y estaban apuntadas en las numerosas listas de espera que proliferaron en muchos de los cruces fronterizos. Pero en Tamaulipas son muchos más los retornados que cruzaron ilegalmente y se entregaron con la esperanza de que, al viajar con niños, les dejarían quedarse.
Raxic fue uno de ellos. El jueves decía que no esperaría su cita porque no quería seguir exponiendo a su hija y volvería a casa. El guatemalteco se quedó junto a las oficinas de migración esperando que llegara un autobús que, según les contaron los agentes, los podría trasladar a Monterrey, en el vecino estado de Nuevo León, a donde ya han sido llevadas más de mil personas desde Nuevo Laredo, según las cifras del ayuntamiento de la ciudad.
El gobierno de México dice que estos traslados son por seguridad de los migrantes, aunque luego cientos fueron abandonados a su suerte en esa ciudad y en mitad de la noche.
“Es una estrategia para que tengamos miedo y nos regresemos”, agregó Raxic. No obstante, él prefiere eso que quedarse en una frontera donde los robos, secuestros, extorsiones y crímenes son el pan de cada día.
México se comprometió a dar trabajo, alojamiento y servicios básicos a los migrantes devueltos por Estados Unidos pero, aunque el jueves se inauguraba el primer albergue federal para migrantes del programa en Ciudad Juárez, en Matamoros las carencias eran tan grandes como la desinformación.
A solo unos metros de los que regresaban, varias decenas de migrantes les miraban a la sombra de un árbol donde instalaron un improvisado campamento con una docena de tiendas de campaña o simples cobijas en el suelo. Algunos de ellos, de Camerún, Cuba o incluso Perú, contaban los días hasta que les llegara su turno en unas listas de espera con más de mil nombres, y de que los que Estados Unidos llama a diario a unos 15 para iniciar el trámite de asilo. Otros, devueltos hace solo días, decían que se quedarían hasta que les tocara cruzar para la audiencia.
Todos coincidían en que en ese lugar, aunque fuera a la intemperie, se sentían más resguardados porque las autoridades federales custodian el puente y los voluntarios les llevan comida.
“Nos toca esperar, no hay de otra”, señaló la hondureña Daisy Maldonado mientras jugaba en el suelo con su hija de dos años. Ella y su esposo tienen miedo de moverse para buscar alojamiento y trabajo, como hicieron otros. “Como nos dijeron que en los albergues no había sitio, ¿a qué arriesgarnos a ir?”.
Pero algunos albergues situados lejos del puente estaban el jueves a menos de la mitad de su capacidad, aunque nadie transmitía esa información a los migrantes.
El salvadoreño Walter Enamorado, que viaja con su hijo de 7 años, llevaba una semana durmiendo en la parte exterior del edificio de migración.
“Estamos aquí abandonados, pero ni nos han dicho si hay un albergue o cómo llegar”, lamentó.