El sábado, mi compañero y yo nos agachamos sobre mi computadora para conversar por Zoom con nuestros familiares en Kansas, Oklahoma, Texas y Nueva York.
Todos estaban saludables. Los hijos de mis primos están asistiendo a la escuela por internet, su mayor preocupación es que, sin la usual interacción social, los niños se sienten solos por la cuarentena.
El domingo, la familia de mi compañero llamó desde Libia. Una bomba había sobrevolado un barrio residencial próximo y el hijo de un amigo había muerto. El niño se llamaba Yamen y tenía nueve años.
Mi compañero no estaba enfadado con mi familia porque sus problemas son mucho menos trágicos que los suyos. Pero estaba enfadado. Me dijo que la gente en todas partes debería estar preocupada por la salud mental de sus niños, como mis primos, y no sobre si sus niños sobrevivirían el siguiente ataque.
“La gente en Libia están preocupada sobre si podrán alimentar a sus niños en absoluto", dijo.
Guerra en medio de una pandemia
Su ciudad natal, Tripoli, ha estado bajo ataque por más de un año. Recientemente, las detonaciones de bombas se podían escuchar a diario en el vecindario de sus padres, mientras las familias se sometían a un toque de queda de 24 horas por el coronavirus.
Hace dos semanas, un hospital fue impactado por las bombas y luego un ataque a la compañía del servicio de agua, cortó el suministro a toda la ciudad. La gente entró en pánico. Lavarse las manos es la forma más efectiva de combatir el virus, pero a ellos solo se les permite salir de sus casas apenas unas horas por la mañana.
Algunas personas tienen pozos, pero otros caminan hasta las mezquitas para llenar botellas plásticas con agua. Tienen el resto de la tarde para preocuparse y temer.
“Imagínate vivir en un lugar donde están cayendo misiles y donde se te pide que te quedes en casa”, me dijo ayer mi compañero.
O peor aún, continuó: ¿Qué hay de las pobres familias que necesitan seguir trabajando para poder seguir comiendo? El precio de muchos alimentos básicos se ha duplicado en recientes semanas y una tercera parte de la población apenas gana lo suficiente para sobrevivir.
“Imagínate tener que escoger entre quedarte en casa y ver a tu familia pasar hambre o salir y contagiarle el coronavirus a tu familia”, agregó.
Separación
Cuando empecé a pensar escribir este diario, pensé que sería sobre cómo su familia afronta estar separados en estos tiempos. Los aeropuertos de Estambul (donde estamos) y de Trípoli están cerrados indefinidamente y no se sabe cuándo volverá a ver a sus padres y parientes de nuevo.
Le pregunté cómo se sentía al respecto, porque nunca había dicho nada. Pensé que no me quería hacer sentir mal. Pero dijo que no. La guerra, la crisis financiera y el virus ya es suficiente de qué preocuparse. Hablar con su familia por WhatsApp en lugar de en persona no es un gran problema.
Pero se preocupa todo el tiempo. Pasa horas todos los días en Twitter y Facebook leyendo artículos noticiosos y publicaciones sobre la guerra en su Libia natal.
En una buena noche, vemos programas de televisión y jugamos a los naipes, o yo los veo mientras él prepara elaborados platos libios. En una mala noche, su teléfono suena constantemente, con sus amigos y familiares hablando sobre lo sucedido. ¿Quién fue lesionado? ¿Dónde? ¿Qué armamento usaron? ¿De qué país son esas armas? ¿Qué significa esto para la guerra?
Cuando cortan el internet o la electricidad en Tripoli, él recurre a las redes sociales para seguir la más reciente crisis. La semana pasada, estaba contento porque las fuerzas de Tripoli habían recuperado terreno del bando rival en una sola mañana.
“La gente estaba bromeando en internet” me dijo. “Lucharon muy rápido para poder regresar a casa antes del toque de queda”.