La seguridad en Cleveland es tan densa que la cortas con un cuchillo.
Hay de todo. Los perros policías, los guantes de látex conque te tocan, las ametralladoras a solo metros de distancia, los hombres gigantes del Servicio Secreto mirándote impasibles a través de sus lentes oscuros.
Y esas Suburban nuevas, negras, activando sus luces azules y rojas, atravesándose en la calle, protegiendo a senadores y delegados. Cleveland es una ciudad sitiada. Una insoportable tensión esparcida en la plácida e histórica ciudad junto al majestuoso e infinito lago Erie.
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Hueles la seguridad, como la pólvora, desde que te bajas del avión. Ese olor que te crispa el cuerpo.
Llegó el Uber y navegó espléndidamente por una ciudad, tomada por las fueras de seguridad.
Ellos no engañan a nadie. El hombre en jeans y polo azul es un agente encubierto. Sus músculos lo delatan y sus ojos intensos escudriñando panorámicamente. Se delatan solos.
Me dicen que la seguridad se debe al intento por prevenir choques entre simpatizantes y personas que literalmente odian a Donald Trump.
Algunos analistas, de esos que te encuentras esperando las maletas o en medio de un café, prevén manifestaciones, marchas y encarcelamientos.
Solo algo es seguro en Cleveland: las cosas no son como parecen y estamos acá para ser testigos de la historia. De Lincoln a Trump.