Un residente del barrio de Río Piedras, en San Juan, sacaba el jueves en bolsas de basura lo último que quedaba en su nevera mientras decía en voz alta: “no aguantamos una tragedia más”.
Ya son cinco días sin servicio de energía eléctrica en casi la totalidad de la isla. El azote del huracán Fiona el pasado domingo reafirmó la fragilidad en la que permanece Puerto Rico y la precariedad en la que vive su gente desde la devastación que dejó el huracán María en 2017.
Fiona tocó tierra a las 3:20 p.m. del 18 de septiembre como un huracán categoría 1 en la escala Saffir Simpson. Sus vientos y lluvias provocaron inundaciones catastróficas y dejaron a más de 2.100 familias en refugios alrededor de la isla.
Los daños ocasionaron un apagón general, y hasta el jueves por la mañana aún había 973.005 abonados sin servicio eléctrico, a pesar de que la compañía privada encargada de la transmisión y distribución de energía, LUMA Energy, había anticipado una rápida solución a la interrupción.
Asimismo, el servicio de agua potable continúa afectado y el 30 % de los abonados de la Autoridad de Acueductos y Alcantarillados aún esperan por el servicio.
Durante la madrugada el calor abrasa las casas y el sonido incesable de los generadores eléctricos aleja el sueño.
La capital fue la menos impactada. Al sur, suroeste y centro de Puerto Rico, hay familias aún incomunicadas, sacando lodo de sus hogares.
“El huracán Fiona nos arrebató todo nuestro hogar”, expresó Jelly Vega, residente de Hormigueros, un municipio al oeste de Puerto Rico. Durante la tormenta, el cauce del río Guanajibo se coló entre las comunidades e inundó cientos de casas, incluyendo la suya. “Nuestro hogar quedó en nada. Las cosas que con tanto esfuerzo conseguimos, las cosas que tanto luchamos se fueron con el río”, agregó.
Fiona llegó en la víspera del quinto aniversario del huracán María, que causó más de 4.600 muertes en Puerto Rico. En aquel momento pasaron meses —años en algunos sectores remotos— para que regresara la energía eléctrica.
Se hizo ahora obvio que aún con el paso de un huracán de menor categoría, la infraestructura de Puerto Rico permanece débil, a pesar de los 74.278 millones de dólares asignados desde María por el gobierno federal para la recuperación, de los que solo se han desembolsado unos 26.730 millones de dólares.
Katty, una joven que no reveló su apellido y hacía una fila para comprar comida, dijo que su familia vive en Yauco, al sur de Puerto Rico, y su padre sufrió una caída en medio de la tormenta. El área estaba inundada con las 30 pulgadas de lluvia que dejó Fiona, dijo.
Entre varios vecinos pudieron transportar a su padre al hospital en un municipio cercano pues los servicios de emergencia estaban saturados de llamadas de auxilio en sectores remotos de la isla, contó.
Casos como el suyo se repitieron en redes sociales, más que cuando el huracán María, porque en las semanas posteriores a María no había señal de teléfono o internet. Esta vez, en la pantalla del teléfono se podían ver a hijos, nietos, amigos y vecinos clamando por ayuda, alguien que pudiese ver su publicación y acudiera a su rescate.
Las autoridades locales estiman en 12 la cantidad de personas fallecidas por causas directas e indirectas del huracán Fiona. Un hombre murió cuando un golpe de agua arrastró su vehículo. Una mujer falleció calcinada por un incendio que provocó la vela con la que intentaba alumbrar su hogar.
El miércoles, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, aprobó la Declaración de Desastre Mayor de manera expedita solicitada por el gobernador de Puerto Rico, Pedro Pierluisi. Esta permitirá a los municipios acceder a ayudas de asistencia pública para esfuerzos de respuesta y recuperación por parte de la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA).
Pero una cosa quedó clara para los puertorriqueños en medio de la tragedia: “el pueblo salvó al pueblo”, como dice un dicho popular. Las casas se volvieron refugios y algunos se lanzaron a la calle con balsas para salvar personas de casas inundadas. Más de 500 entidades se han unido para donar comida caliente, ropa y artículos de aseo a los afectados. En medio de la oscuridad, los boricuas dieron una lección de solidaridad.
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