El cártel en auge en México, la banda Jalisco Nueva Generación, tiene una reputación de violencia y crueldad como no se había visto desde la caída de Los Zetas. Está librando batallas de estilo medieval y fortificando refugios para expandirse por todo el país, desde las afueras de Ciudad de México a la zona turística en torno a Cancún, sin olvidar la frontera norte.
Al grupo le gusta tanto la violencia y el armamento pesado que según fiscales estadounidenses, sus miembros intentaron comprar ametralladoras de cinta M-60 en Estados Unidos, y en su día llegaron a derribar un helicóptero militar mexicano con un lanzagranadas.
Pero también han lanzado una campaña de propaganda, utilizando videos y medios sociales para amenazar a sus rivales al tiempo que prometen a los civiles que no les perseguirán con extorsiones y secuestros.
Es una promesa que hacen los cárteles de México desde hace mucho tiempo, y que siempre han roto. Pero el avance de Jalisco es tan fuerte que el cártel parece haber convencido a algunos mexicanos, especialmente a los que están cansados de las pandillas locales, para aceptar el control de una banda grande y poderosa.
“Hay este grupo que está dominando dondequiera, parece que es el grupo de Jalisco Nueva Generación”, comentó un sacerdote en la ciudad occidental de Apatzingán. “Parece que (...) hay algunos que permiten trabajar y no se meten con el pueblo, no secuestran, no roban los vehículos, buscan nada más a través de la droga”.
El sacerdote, que habló bajo condición de anonimato para evitar represalias, preferiría que no hubiera ninguna pandilla en el pueblo. Pero una de sus feligresas fue secuestrada, violada y asesinada hace poco por miembros de un grupo local, los Viagras, formado como brazo armado de Nueva Familia Michoacana, a pesar de que su familia pagó un rescate. La gente está tan harta de esa pandilla que preferirían que cualquier otra ocupara el territorio.
Es una mentira, pero una que le gusta repetir al cártel.
“Gente bonita, siga con su rutina”, decía un letrero colocado en 2019 por el grupo en un paso elevado para tranquilizar a los vecinos de Apatzingán, en Michoacán, indicando que el cártel estaba instalándose para expulsar a los Viagras.
Debajo y en torno al letrero había un total de 19 cadáveres colgados de cuerdas, amontonados en la carretera o dispersos por el suelo, descuartizados.
En el último año se han encontrado cientos de cuerpos, arrojados a canales de desagüe, enterrados en campos y patios y jardines de viviendas. Se han encontrado cadáveres disueltos en ácido o soda cáustica, y en bolsas de plástico.
En Guadalajara han aparecido tantos cuerpos que las autoridades se quedaron sin espacio en la morgue y empezaron a poner los restos en descomposición en camiones refrigerados que iban a dando vueltas hasta que los vecinos se quejaron por el olor.
Los expertos señalan que los asesinatos se dispararon después de que el cártel perdiera el control de su rama local en Guadalajara, desatando combates contra esa escisión.
El cártel de Jalisco está acostumbrado a atacar de forma directa a las fuerzas de seguridad. Al grupo se le atribuyen dos de los peores ataques en la memoria reciente: en octubre, hombres armados del cártel emboscaron y mataron a 14 policías estatales en Michoacán, y hay indicios de que algunos fueron ejecutados con balazos en la cabeza. En 2015 derribaron un helicóptero militar mexicano con un RPG para proteger a su líder.
Al grupo le gustan las tácticas casi militares y sus sicarios son aficionados al camuflaje militar. En el estado sureño de Guerrero soldaron gruesos blindajes a una camioneta para hacer un tanque casero. En muchos estados se mueven en caravanas de camionetas pickup identificadas abiertamente con las letras “CJNG”.
En la frontera entre los estados de Jalisco y Michoacán hay una población llamada Tepalcatepec, un bastión de los Viagras, a los que el CJNG ha intentado expulsar hace poco.
En la carretera desde Jalisco, la principal ruta de ataque, se han colocado montones de tierra y piedras que obligan a zigzaguear, de forma que los vehículos tienen que reducir la velocidad. Desde una casa en una colina cercana, un hombre con un rifle de calibre 50 vigila la carretera, listo para disparar.
Más al sur en Michoacán, en el poblado de El Terrero, el cártel de Jalisco controla el margen sur del río Bravo, mientras que el norte sigue en manos de la rival Nueva Familia Michoacana y su rama armada, los Viagras.
El temor de los otros cárteles es evidente: en septiembre secuestraron y quemaron media docena de camiones y autobuses para cortar el puente que cruza el río, e impedir un ataque sorpresa de Jalisco.
Una cosa está clara: Jalisco quiere que la gente sepa que han llegado. Cuelgan banderas de los pasos elevados anunciando su llegada, ofrecen recompensas en efectivo por sus enemigos y amenazan a la policía.
Comparten videos en medios sociales en los que suele aparecer de fondo media docena de hombres fuertemente armados, equipados con cascos y ropa de camuflaje, anunciando que han llegado para “limpiar la plaza”.
Aunque la violencia extrema no es nueva en México, el grupo resulta más temible que otros cárteles, más preocupante incluso que los famosos Zetas, que dejaron hasta 50 cuerpos tirados en la carretera, secuestraron a cientos de personas y las obligaban a luchar a muerte con martillos neumáticos, además de quemar vivas a algunas de sus víctimas en bidones de gasolina.